Jueves, 6 de febrero de 2014 | Hoy
MUSICA › ROBERTO “CARACOL” PAVIOTTI PRESENTARá MAñANA GUITARRA Y VOZ EN SALTA Y RESTO
Aunque no se considera un guitarrista sino “un tocador de guitarra”, al cantante lo convencieron de que grabara acompañando con su instrumento a su tono de barítono, para reinventar clásicos como “Flor de lino” y “Niebla del Riachuelo”.
Por Cristian Vitale
Llega, se sienta, mira a un costado y tira todas las cartas sobre la mesa: nueve discos compactos –aún con celofán– que conforman casi toda su discografía. “Este es el primero”, apunta él, sobre un tal Compás de espera, cuyo año de publicación llama la atención: 1998. No es lo esperable si se toma como data matriz que Roberto “Caracol” Paviotti nació en el alba de los ’50 y que ese primer disco le llegó recién a los 48 años. No es lo esperable... como las mil cosas que ocurrieron, antes, durante y después, en el desopilante devenir de Caracol, cantor de tangos y personaje total. “En 1984, recuerdo, estábamos en una fiesta, en Córdoba y Talcahuano, y Juan Falú le dijo a un funcionario de cultura: ‘Este tipo no se puede morir sin dejar un disco’. Bueno, pasó, pero trece años después Falú me volvió a insistir: ‘Caracol, quiero que grabes un disco, ahora que puedo ayudarte’, pero me negué”, evoca el cantor y empieza una secuencia desopilante de bemoles. Aquella vez, la excusa fue que se había puesto una carpintería (también fue camionero y almacenero) y que estaba dejando el tango. “El me dijo que si no aceptaba perdía un amigo, y yo no acepté: los dos perdimos un amigo”, dispara.
–Arisco, el hombre...
–(Risas.) Después me llamó Gustavo Margulies, del sello Epsa, y hablaba tanto que, para sacármelo de encima, le prometí una reunión a la que, por supuesto, no iba a ir...
Pero fue. Lo convenció otro amigo suyo, Raúl Carnota, con quien habían compuesto el tango que terminó dando nombre al disco. El autor de “La asimétrica” lo llamó, fue a su casa de La Plata, le pidió todos los cassettes caseros que había cosechado durante su larga marcha de tugurios, boliches y cabarets y terminó convenciéndolo. Aquel disco, finalmente publicado por Epsa, cerró redondo con versiones muy personales de “Cambalache”, “Arrabal amargo” y “Pedacito de cielo” y dos temas de su amigo Carnota: “Carlitos Moderno” y, claro, “Compás de espera”. “Lo único que tenía grabado, hasta ahí, eran esos cassettes y un Ep de cuatro temas que se quedó el sello Magenta y jamás pudimos recuperar”, recuerda Caracol, que con el tiempo cambió de humor, cerró la carpintería e inició una prolífica seguidilla de discos, cuyo último ejemplo a la fecha, el flamante Guitarra y voz, mostrará en vivo mañana en Salta y Resto (Salta 755).
–¿Con el segundo disco también tuvo los mismos “pruritos”?
–Bueno, no, porque el primero me había levantado económicamente y me entusiasmé (risas). Además, la carpintería era un desastre; no era bueno haciendo muebles, la verdad.
La perspectiva fue otra, entonces, para Caracol canta tangos, un trabajo denso, oscuro, atravesado por la angustia que le había generado la muerte de su “primer fan” (el prestigioso urólogo Andrés Steiner) y que se traduce en los fraseos aciagos de “Tinta roja” o “El día que me quieras”. “En el sello me querían convencer de que bajara la densidad, pero no negocié... salió igual”, se ríe el cantor, que luego giró por Europa “bajo las mejores condiciones” y cuando regresó a Buenos Aires le agarró otro berrinche. “No quería cantar más. ¿Para qué? Había ganado buena plata y, al menos, iba a esperar a que se me gaste, che”, lanza. El fin del berrinche llegó cuando la propuesta del sello fue convocar a varios de los artistas que habían trabajado con Caracol, en su era predisquera: intervino a Alberto Favero en “Rostro de vos”, “Berretín” y “Quien dice tango”; al pianista Oscar Alem, de “Tal vez será su voz” y el vals “Absurdo”; a Roberto Calvo en “Padre adentro”, “De otoño” y la milonga “Lluvia fue” (las tres del guitarrista); y al bandoneonista Walter Ríos, que lo sostuvo en “El último organito” y “La última curda”. “Acá toqué con músicos que tuvieron que ver con mi vida”, señala el cantor, sobre un trabajo a título previsible: Mucho más que dos.
La secuencia prolífica siguió con Algo diferente, disco grabado en vivo junto al guitarrista Hernán Ruiz y considerado “desprolijo y hermoso”, por su autor. Y con Destino de canto, cuya versión de “Caminito” es la prueba incontrastable de que Paviotti había nacido cantando tangos. “Me habían operado tres veces ese año y dije ‘si salgo, grabo un disco’”, repasa él. Destino de canto no sólo recupera esa primigenia versión de “Caminito”, que había grabado como Robertito cuando apenas tenía 8 años, en los estudios de Radio Belgrano, sino que la foto de aquella grabación –con saco y pantalón corto– ocupa la parte central de la tapa. “Me había llevado Héctor Juncal, sí. Yo actuaba mucho, y ya tenía cuatro guitarristas, pero me acuerdo que en algunos lugares no me dejaban entrar, ¡y eso que me llevaba mi viejo!”, se ríe. “Yo qué sé... cantaba temas que no tenían nada que ver con un chico: ‘De puro curda’, ‘Fumando espero’, ‘Historia de un amor’... Ridículo. Se nota que mis viejos querían tener un hijo artista. Mi vieja, incluso, me hacía ensayar ‘De puro curda’, pero en vez de decir ‘le pego al escabio’, decía, ‘le pego al estaño’. Además, me incomodaba porque iba caminando por la calle 12, por ejemplo, y los chicos me tocaban para ver si era de carne y hueso. Igual, tenía mis ventajas.”
–¿Se pueden contar?
–Claro. El director del colegio donde estudiaba era malísimo y les pegaba a los chicos, pero a mí trataba bien... Me preguntaba si me hacía gárgaras con miel (risas).
En Cantar, sucesor de Destino de canto, la nota está dada por la intervención especial de otro amigo, Héctor Negro, y Son cosas del amor conlleva el tacto de la cantautora Alicia Crest, musa de la barra del viejo sótano Oliverio, donde paraban Luis Salinas, Daniel Maza, Mónica Abraham, Roberto Calvo y el mismo Caracol. “Era una linda barrita, y ahí nació ‘No es un matarañas’, la historia de un pintor que era igual a Columbo y que tenía dos mujeres: una en su casa y otra al lado. Resulta que tuvo una hija con su amante –separada– y le dijo al ex marido: ‘Che, mirá, ya sé que el chico es mío, pero ponele tu apellido, por la mutual, ¿viste?’ (risas). Digo esto porque si no la letra no se entiende... Cuando canto ‘Buen padre y buen padrino; es porque él fue el padre y el padrino de su hija”, cuenta Caracol. Pero enseguida se reubica en Guitarra y voz, su nueva criatura: “Un amigo, el Chino Rodríguez, me insistió para que toque la guitarra y arregle unos temas. Yo no quería, porque no soy guitarrista, soy tocador de guitarra, que es otra cosa. El guitarrista es limpito, no le escuchás un error. Pero bueno, al final me convencieron otra vez”, detalla Caracol, sobre un trabajo en el que reinventa con su voz de barítono clásicos como “Flor de lino”, “Niebla del Riachuelo” y una notable versión de “Arrabal amargo” en Do, que había tocado junto a Horacio Molina. “Era en un tono alto, riesgoso, pero me terminó gustando”, afirma.
–¿Por qué su único disco temático está dedicado a Homero Manzi?
–Porque, junto a Homero Expósito, son los tipos que más admiro, con la diferencia de que a Expósito lo conocí, y canté con él, y a Manzi no. Había como más misterio, ¿no?, y sus cosas me vuelven loco. Es más, me largué a llorar mientras grababa “Barrio de tango” y “Milonga triste”, también... Lagrimita fácil, me dicen.
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