MUSICA › EN GEBA, ROD STEWART VOLVIó A CAUTIVAR AL PúBLICO ARGENTINO
En su nueva visita a la Argentina, el músico escocés consolidó su status de artista multitarget, capaz de conquistar distintos auditorios con un repertorio que se sustenta en una treintena de discos. Rondando los 70 años, Rod sigue rockeando como siempre.
› Por Juan Ignacio Provéndola
¿Qué le queda a un artista después de vender millones de discos, dar vueltas enteras por el mundo, instalar su obra en la aceptación afectiva del público y consagrarse como estrella en el firmamento del showbiz internacional? ¿Cómo lograr que el ego no se convierta en un enemigo conspirativo después de verse desde afuera, bañado en oro y blindado de bronce? ¿Quedan objetivos que le den sentido ya no a una carrera sino a la vida misma? Rod Stewart no devela las respuestas, pero se planta como si estuviese convencido de tenerlas. Entonces, durante casi dos horas, ofrece lo que todos van a buscar en un show de esta naturaleza: la fantasía del músico como un militante del arte y del espectáculo, y no como un mero especulador financiero que nada en su fortuna de dólares cual Tío Rico a la espera de que la discográfica vuelva a él con otro contrato millonario. El público argentino lo supo el sábado en otra visita de este escocés nacido en Londres (el misterio del arte reside en sus contradicciones), uno más entre tantos episodios más o menos felices, desde su paso en falso en River, en 1989, con exabruptos varios y hasta un altercado con Spinetta, hasta su notable reconfirmación en Vélez, en 2011. Este capítulo, en GEBA, consolidó su status de artista multitarget, capaz de conquistar distintos auditorios con un repertorio que se abona en una treintena de discos, todos ellos como expresiones de los distintos alter egos que el bueno de Rod fue asumiendo para renovarse en el tiempo, huirle al óxido y jamás permitir que los años (ya 69) lo alcancen. Si esperan ver a un abuelo piola que evoca chistes del pasado, se equivocan: en cada maniobra se esconde un naipe oculto, la paloma esperando en el doble fondo de la galera para batir sus alas cuando todos creen que, esta vez, el truco ha fallado. La ilusión de la que se hablaba anteriormente.
El reloj orilla las 21.30 y Stewart sale al escenario con “This Old Heart of Mine”, un cover de The Isley Brothers que a esta altura le pertenece más a él que a sus autores originales. Ese es uno de sus principales méritos: todo lo que pasa por sus manos se resignifica y toma un nuevo valor, siempre con su sello. Lo mismo sucede con “Some Guys Have All The Luck” (The Persuaders), “Twistin’ The Night away” (Sam Cooke) o “Have I Told You Lately” (Van Morrison), obras ajenas que nunca hubiesen sido lo mismo sin su reinterpretación.
Como Kiss o Madonna, Rod Stewart entiende el juego, conoce las reglas y sabe hasta dónde exprimir. Es un asador que tira toda la carne a la parrilla y hasta se luce con algún corte exótico. No mezquina nada: hay coristas, vientos, dos guitarras, una base sólida y hasta una pequeña orquesta con arpa incluida. Hay momentos de lucimientos personales, solos de percusiones, juegos de luces y sombras. Exhuberancia y austeridad, según mande el juego. Y canciones, sobre todo, pues nada funcionaría sin esto. Siempre rodeado de lindas mujeres, claro (¿cómo serán los castings para audicionar a esas bellezas? Otro capítulo más de la fantasía que rodea al universo Stewart). Porque todo transcurre en una especie de tensión sexual acicalada con sus cambios de vestuarios, su sensualidad sobre el escenario y los flirteos con sus compañeras. Rod novio, Rod amante, Rod romántico, seductor y, ahora, también padre, con la presencia de Sung, su hija, para dos contrapuntos (uno de ellos, con una versión in extenso del clásico “Forever Young”, en uno de los momentos fundamentales de la noche).
La testosterona se redondea con su remanida ínfula futbolera, traída a cuento una y otra vez, casi de manera exagerada, con un parche en la batería de su amado Celtic Glasgow y hasta un video que lo muestra llorando como un nene tras el histórico triunfo de su equipo ante el Barcelona en el 2012. Pero todo vuelve a la realidad y cierra a la perfección con “Da Ya Think I’m Sexy?”, casi un leitmotiv de su carrera, que rondando los 70 lo sigue encontrando con sorpresas en la manga y performances memorables como la del sábado.
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