Domingo, 2 de marzo de 2014 | Hoy
MUSICA › LOS HERMANOS IBARBURU PRESENTAN SU DISCO HUELLA DIGITAL
Andrés y los mellizos Nicolás y Martín Ibarburu crecieron rodeados de música, se foguearon con Jaime Roos y supieron transitar múltiples caminos, que intentan hacer “Decantar en algo nuestro” en el disco que presentan hoy en Café Vinilo.
Por Cristian Vitale
Dos de los tres arribaron al planeta Roos en 1995, poco antes de que éste ingresara a grabar uno de los discos seminales de esa década: Si me voy antes que vos. Nicolás y Martín Ibarburu, los mellizos, tenían apenas 19 años, y esas dos “u” del final empezaron a repetirse como un loop grave y consonante, cada vez que la voz de Jaime –generosa en exponer valores del país celeste– presentaba a sus músicos. No sólo cruzaron el río para grabar aquel disco, cerquita de Mercedes Sosa, en Buenos Aires, sino que a partir de ese minuto cero, los hermanos Ibarburu empezaron a figurar en gran parte de las giras y los discos de Jaime Roos. En Fuera de ambiente, Hermano te estoy hablando o Contraseña, por nombrar algunos. “Al momento de llegar a Jaime teníamos una banda que se llamaba Pepe González, con la que tocamos en un par de festivales de música instrumental, y él fue a vernos a uno de ellos. Y nos llamó directo para tocar en su banda... fue algo increíble para nosotros, tan inolvidable como conocer a la Negra Sosa grabando Si me voy antes que vos, en el estudio”, evoca Nicolás sobre un momento crucial, que les abriría la cancha para involucrarse, de a poco, dentro del selecto grupo de talentos de la Música Popular Uruguaya. El restante (Andrés) se plegó poco después al mundo Roos, pero el devenir fue parecido. “Fue una gran puerta para nosotros”, admite el bajista, dos años mayor que los mellizos.
Casi veinte años después, y tras diversas experiencias que los fueron empapando de los secretos mejor guardados de la MPU, los tres decidieron ensamblarse en trío y grabar un disco (Huella Digital) que estrenarán en Buenos Aires hoy en el Café Vinilo (Gorriti 3780). “Es un disco difícil de entender si no se apela a nuestras experiencias musicales anteriores. La verdad es que fue un intento de hacer decantar todos los géneros y estilos que curtimos en todo estos años, en algo nuestro. Digo, ponernos a tocar nosotros, a elegir qué vamos a tocar, con qué ritmos, y en qué orden, ¿no? Creo que en el producto final hay algo de todo lo que aprendimos, más un plus que habla de nosotros, de nuestras personalidades”, explica Martín, el Ibarburu baterista, en cuya historia reciente –además de los discos y giras con Jaime– figuran toques y discos con Luis Salinas, Adriana Varela, Juana Molina y Fito Páez, en la época de Rey Sol.
El archivo de sus hermanos no es menor. Nicolás no sólo aportó sus yeites, solos y arpegios al Jaime contemporáneo, sino que también giró con Páez en las épocas de Abre y Rey Sol, grabó en tres temas en Un Mañana, último y maravilloso disco de Luis Alberto Spinetta (“Tu vuelo al fin”, “Canción de amor para Olga” y “Para soñar”), formó el trío de tango Los Cigarros, grabó un disco solista (Anfibio) y fue parte del Carlos Aguirre Grupo. Y Andrés, que actualmente vive y estudia música clásica en Praga, acompañó a Rubén Rada en las épocas de Black –a fines del siglo XX–, al mismo Jaime durante buena parte del XXI y a Leo Masliah. “¿Por qué salimos todos músicos?... No sé. Mi viejo tocaba la viola, pero no en forma profesional, pero creo que mi vieja fue fundamental, porque nos bancó siempre. Teníamos un sótano en casa con todo armado, y tocábamos todo el día ahí. Además, había un tío abuelo pianista de tango, que también nos influyó”, argumenta Nico.
–¿Y por dónde empezaron? ¿Directo por la MPU?
Martín Ibarburu: –No. Lo primero que nos partió la cabeza fueron los primeros tres discos de The Police. Teníamos 9 o 10 años, no sé, y estábamos enfermos con esa música. La tocábamos todo el tiempo, y de hecho llegamos a armar un grupo con el que tocábamos todos temas de ellos.
Andrés Ibarburu: –La música uruguaya la descubrimos bastante después. No sé, habíamos curtido una pila de carnavales, tablados y todo eso, pero a nivel consciente nos mató cuando se reeditaron los discos de El Kinto. Fue Jaime el que nos pasó esos discos, porque éramos muy amigos de la hija Stella, su ex mujer. Escuchar a Mateo fue un momento bisagra para nosotros. Después, cada uno siguió en lo suyo, pero escuchar esa banda fue un punto de inflexión importante, sí.
En el trazo grueso, el camino individual de Andrés fue estudiar cello e involucrarse en la música clásica, mientras que Nicolás y Martín siguieron la veta popular: el guitarrista incursionó en los misterios del tango, y el baterista en los del jazz. “Igual todos hacemos todo, nos retroalimentamos”, se ríe Nicolás y Huella Digital, en efecto, implica una clara muestra de tal retroalimentación humana y sonora, que se traduce en diez piezas propias, instrumentales y eclécticas, donde el jazz confluye con el candombe, y ambos, con un vuelo propio bastante difícil de encasillar. “Quisimos cumplir un viejo sueño que teníamos, que era el de juntar todos los equipos en una casa, en una especie de concentración mística (risas), una onda de quedarse y tocar, ¿no?, porque en los estudios siempre tenés dos o tres días por semana, y eso te obliga a abroquelarte en la concentración. Entonces nos fuimos para la casa de un amigo y empezamos a tocar bien libres, sin imposiciones de tiempos y horarios”, detalla Nicolás.
–¿A qué alude el nombre? ¿Una cuestión de sangre?
Andrés Ibarburu: –Le pusimos así, primero porque ya había un tema con ese nombre, y después por marcar una identidad sin adornar demasiado. Mostrar lo que somos y lo que nos identifica realmente.
M. I.: –Un CD, de hecho, es una huella digital. Y el hecho de tocar música también implica dejar huellas con los dedos... no sé, son esas cosas que se te ocurren después.
–Y en lo estético, es tan diversa la información musical que traen que, multiplicada por tres, complica al momento de trazar una definición más o menos rigurosa sobre el disco. ¿Se les ocurre algún factor común, un eje?
N. I.: –Yo creo que si existe una constante es el candombe, pero tocado desde lugares distintos.
Juampi Di Leone, flautista y armoniquista que grabó cuatro piezas en el disco, y acompaña al Trío en la gira de presentación, sugiere una llave acorde: la matriz candombera atravesada por el lenguaje del jazz y el tacto free de la improvisación. Una definición que, claro, podría ubicar al trío como heredero nato de la obra de los Fattoruso Brothers. “Está el candombe, sin estar los tambores”, dice el cuarto Ibarburu, y los temas hablan por sí: “Mundo Nego”, por caso, dedicada a Walter “Nego” Haedo, el músico uruguayo al que definen como “maestro y chamán”; “Regalo”, una de las piezas que late en clave de candombe; “Ciudad Vieja”, una milonga choro que remite a Malvín, la vieja barriada sin fin (Canario Luna dixit), en la que nacieron los tres; la zapada –y zarpada– “Recuerdos de la Atlántida” o la catártica y también candombera “Fin del fin”, tema preferido de Nicolás. “Porque en esta pieza creo que pudimos plasmar un crecimiento que abreva en diversas músicas. Es un candombe, en realidad, pero tiene arreglos ‘litoraleños’, digamos. Mezcla lo acústico con lo eléctrico”, justifica el guitarrista, hincha de Nacional de Montevideo como sus hermanos.
–El todo por la parte, claro. ¿Cómo se expiden Martín y Andrés, en este sentido?
A. I.: –Yo iría por el lado de “Huella Digital”, el tema, porque se compuso solo. No lo ensayamos, no lo preproducimos, nada. Pintó en una noche y lo grabamos con el ambiente de la casa donde estábamos, salió una cosa especial, que captura un momento en la vida de los tres que impresiona bien. Además, tiene el plus afectivo de haber sido hecho en un lugar que disfrutábamos mucho con mi viejo, que murió hace cuatro años.
M. I.: –Yo voy por “Dos cellos”, porque llegamos al momento de la grabación, sin haber ensayado nada antes. Nos levantamos una mañana, bien temprano, empezamos con la partitura que había escrito Andrés, y fue un proceso muy lindo de la grabación. Y eso, la construcción del momento, se nota. Es un tema complejo, que nos dio mucho laburo, pero a la vez muy espontáneo, algo que no siempre se puede lograr por más que te toques la vida.
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