Martes, 4 de marzo de 2014 | Hoy
MUSICA › LA SEGUNDA FECHA DEL FESTIVAL CONVOCó A 35 MIL PERSONAS QUE DESAFIARON LA LLUVIA
El clima convirtió al Aeródromo de Santa María de Punilla en un desafío para audaces. Pero Eruca Sativa, Vitico, Catupecu Machu, Las Pelotas y el Almafuerte de Iorio pusieron lo necesario para que la segunda jornada tuviera un ánimo de fiesta.
Por Juan Ignacio Provéndola
Si la organización del festival lo hubiese sabido de antemano, podría haber promocionado la jornada del domingo como la del rock barreal. No de barrio (eso ya se había visto el día anterior con casi todos los exponentes del género en el Escenario Temático) sino de barro: las lluvias que vienen afectando a Córdoba desde principios de febrero siguen volviendo cada tanto por la provincia, bajando con insistencia por las sierras y dejando a su paso la huella imborrable del agua que cae del cielo. Esto se traduce en ríos crecidos, caminos anegados y el fangoso pantanal en el que terminaron convertidas las 9 hectáreas del Aeródromo de Santa María de Punilla, predio en el que se realiza esta edición 2014 del Cosquín Rock y que en su segunda fecha convocó a más de 35 mil personas.
Si el rock necesita una cuota de imprevisión para honrar su razón de ser, los charcos de lodo fueron entonces la tinta de esta épica del sufrimiento y la contrariedad. A la causa también aportaron los reajustes de horarios (un clásico ya del festival), delegando a las artes adivinatorias las certezas sobre el comienzo de cada presentación. El resultado de esta combinación fatal eran tropillas de personas corriendo los 900 metros que separan los dos escenarios principales en medio del barro para tratar de llegar a un show, sin tener muy en claro si el arribo se provocaría una hora antes de que comenzara o ya empezado el mismo.
Poco antes de las 18, y después de una tempranera performance de Jauría, el trío cordobés Eruca Sativa refrendó su gran momento personal, aprovechando también su condición de local. El principal beneficiario fue Carajo, que recibió un escenario caliente y un público dispuesto a disfrutar de dos shows: el de sus canciones (mucho de Frente a frente, su disco más reciente, y un cierre picante con “Sacate la mierda”) y el de las cinco guitarras de Tery Langer, un tipo con aspecto de cadete de mensajería que rompe el molde, se enfurece y destila la soberbia melódica de sus fraseos en las seis cuerdas.
Pero la primera ovación fuerte de la jornada no fue para una banda sino para Favio Posca, quien replicó su espectáculo Painkiller en una pequeña carpa. Sexo oral y anal, estimulación prostática, drogas duras y patologías mentales son mojones reconocibles de sus repertorios. El universo border de Posca es tan rock (con canciones de su propia creación, además), que uno se pregunta por qué tardaron tantos años en incorporarlo a una festival como éste.
En simultáneo, muchos hombres de negro se amontonaban en el Escenario Temático, dedicado el domingo al heavy metal. Desde muy temprano, los thrashers de Mastifal coparon la parada, concitando la atención de una respetable cantidad de público. Más tarde, el ex Riff Vitico protagonizó una fiesta de clásicos de su vieja banda, apoyándose en un homenaje a Ruedas de metal, el emblemático disco debut. “En Woodstock también llovió, ja”, dijo el bajista, buscando animar a un auditorio ya exhausto por el peso que el agua caída provocaba en sus ropas empapadas.
Catupecu hizo pata ancha en el escenario principal, como en verdad suele hacerlo cada vez que el grupo es convocado para un evento. El que fuera: un cumpleaños, una reunión de amigos o el festival de rock más importante del país. Fernando Ruiz Díaz es garantía de confianza por su despliegue escénico y por su dominio del acto público. Pero, fundamentalmente, por un repertorio capaz de conmover no sólo a los propios fanáticos, algo que quedó en claro desde el comienzo con “Y lo que quiero es que pises sin el suelo”. Hubo instancias intimistas y hasta sorpresas atinadas (como el intermezzo en “Perfectos cromosomas” de “Es todo lo que tengo y es todo lo que hay”, de Lisandro Aristimuño), aunque se sabe que el meollo del grupo está en el estruendo hormonal. Por eso, el final, como siempre, fue con “Dale” (“Una canción de cuna”, según su autor).
El pico máximo de calor humano se produjo en el momento de menor marca térmica. El mercurio orillaba los diez grados cuando Calle 13 salió al escenario principal para ofrecer el show con mayor convocatoria de todo el festival. Como si una marea humana hubiese emergido desde abajo de las piedras serranas, el predio se hizo un chiquero de piernas bailando al ritmo de las rimas de alto impacto y fácil digestión del boricua René Pérez Joglar, el Residente, quien canta en contra de la policía y terminó llegando en un patrullero que lo arrimó a toda velocidad después de varios problemas para llegar a Córdoba en avión tras su show del sábado en Ferro. “Vamos a cantar una canción que escribí pensando en todo lo que el ser humano ha matado”, describe ambiguamente el Residente al presentar un tema nuevo, aunque el fuerte de su puesta estuvo en los hits que los hicieron populares, como “El baile de los pobres”, “No hay nadie como tú”, “Los aburridos” o “Vamo’ a portarnos mal”. Una curiosidad: el sonido se cortó tres veces mientras el grupo hacía la canción “Digo lo que pienso”. ¿Injusticia poética o qué?
La combinación de himnos populares + bajada de línea continuó en el tablado principal con Las Pastillas del Abuelo, que intercalaron canciones como “Tantas escaleras”, “¿Qué es Dios?” y “Oportunistas” con brulotes contra Monsanto, la Barrick Gold y Chevron, más una encendida defensa de Susana Trimarco por parte de Pity Fernández, su cantante. Pero si de articular el lenguaje musical con el discursivo se trata, nadie mejor que Ricardo Iorio para ofrecer con Almafuerte una multiplataforma que incluye canciones de larga raigambre y extensos soliloquios, a veces profusos, a veces difusos. Desde hurras a Perón hasta denuncias tales como “nos quieren sacar la doma de caballos”, todo es posible entre tema y tema, momento en el que Iorio monta sus espectáculos de stand up mientras Claudio Marciello trata de acompañar con sigilo. El guitarrista tuvo también su momento de lucimiento personal con un set acústico, único momento en el que puede brillar con luz propia sin necesitar la mediación de su compañero de ruta.
En la zona de camarines podían verse charlando amenamente al ex Piojos Micky Rodríguez con algunos músicos de El Bordo, a Lula Bertoldi de Eruca Sativa reivindicando el orgullo de rubia frente a Vitico o a Pity Alvarez entrando de sopetón mientras alguien de su entorno amenazaba a los fotógrafos con romperles la cámara si le sacaban imágenes. Mientras tanto, Las Pelotas se preparaba para un trajín que conoce casi a la perfección: cerrar una velada de un festival que conocen de memoria (al cabo, es la única banda que estuvo en las catorce ediciones). Un repertorio maleable, al calor de las masas. Esa fue la apuesta de un grupo que fue cambiando de piel y adoptando distintas caras según pasaron los años, los discos y las mutaciones internas. Hoy, con Daffunchio en un rol de frontman aun su pesar, el grupo apuesta a otro tipo de composiciones, ya lejos de los estallidos furibundos del eterno Alejandro Sokol. Por eso cobran protagonismo las obras con la voz del guitarrista, como la soulera “Personalmente” o el reggae “Si supieras” (algo así como la banda de sonido de todo festival preciado de tal). No obstante eso, la presencia del ex cantante es inevitable a través de canciones que no serán las mismas sin su estrella (“Corderos” o “Bombachitas rosas”). Para el final, Fernando Ruiz Díaz desplegó la última artillería de estruendo festivalero con una versión de “El ojo blindado” de Sumo, para no perder de vista que esto es una fiesta de rock, pero también de amistad.
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