MUSICA › ENTREVISTA CON GRAN MARTELL
Tito Fargo, Jorge Araujo y Gustavo Jamardo siguen mostrando su notable cóctel rockero.
› Por Cristian Vitale
Si un rocker con amnesia volviera de su letargo de diez años y escuchara Gran Martell, seguramente no creería que sus músicos (Tito Fargo, Jorge Araujo y Gustavo Jamardo) son los mismos que había escuchado, antes de tildarse, en Oktubre de Los Redondos, Otro Le Travaladna de Divididos o el primer disco de Porco. La suma de los tres, en efecto, no da una mezcla de aquellas experiencias, sino un resultado excéntrico y despistante. Para un profesor de lógica sería como llegar a la verdad a través del absurdo. Dicho de otro modo, si a un marciano recién llegado de Urano se le hacen escuchar exactamente los mismos discos y después se le pone el del debut de Gran Martell, razonaría parecido al rockero amnésico.
Jamardo, Fargo y Araujo, desparramados en un sillón de un bar palermitano, consienten la alegoría. La música que hacen radica, precisamente, en provocar una ruptura sin retorno. Dice Fargo: “Cuando tocaba en Redondos lo hacía con un sonido determinado. Creo que lo superé y me costaría volver a eso. No porque no me guste, sino porque estoy en otra instancia de mi vida”. Nostálgicos, muchachos, abstenerse. La música de este singularísimo trío destella en una búsqueda sin límite. Siguen una línea propia que el guitarrista llama granmartélica y, entre sus connotaciones estéticas, prima la intención expresionista de agredir. “A veces pongo el disco en reuniones familiares y me dicen ‘sacalo’, sin saber que es mi banda. No se puede hablar sobre la música”, señala Araujo. Más gráfico, imposible.
Este jueves, Día del Amigo, el heterodoxo power-trío hará su segunda presentación en La Trastienda. Mimada por quienes no encajan en el mainstream rockero actual y fácil de ser considerada, junto a Natas o Pez, como una banda con algo distinto para decir entre tanta repetición de recetas, la intención es estrenar ocho temas, que formarán parte del segundo trabajo. Hasta hoy, se sabe de ellos que sorprendieron con un primer disco extraordinario, sin hits radiables, grabado en tiempo real –¡como el primero de Led Zeppelin!– y lleno de experimentos anticuatro por cuatro. “Freak nocivo”, “Hijo de mil” y “Silencio de los pasos”, entre ellos. También, que en el vivo apabullan al oyente con estribillos solapados, sonidos venales, experimentales, rítmicamente enmoñados. Y que, sobre todo, alteran los sentidos. Revalida Araujo, ex baterista de Divididos: “Es difícil que alguien nos venga a ver y se vaya indiferente. O la pasó como el orto o le rompimos el mate. Los rebotes no son grises”. “El mercado impuso un concepto como música y lo nuestro va en otra dirección. Ahora, estamos en un momento de alta liberación”, agrega Fargo. Y tercia Jamardo: “La música es un fenómeno sensorial... si no me despierta sensaciones, no sirve para nada. Me pasa hasta cuando afino”.
–¿Qué es Gran Martell?
Gustavo Jamardo: –La mejor banda de rock en la Argentina, y me lo creo.
Tito Fargo: –Yo no lo podría decir nunca, son personalidades (risas).
G. J.: –Me encantaría que venga un pibe y me diga “Gran Martell es una mierda, loco”. Aporta más esto que cuando te idolatran. Prefiero escuchar que me digan “no puedo tararear nada con ustedes”.
Jorge Araujo: –Arnedo y Mollo vinieron a vernos. A Ricardo le gustó mucho, pero claro... no creo que se animen a decir si no les gustó. Es muy difícil.
–En el primer disco aparece un eclecticismo dentro de ciertos márgenes. ¿Para qué lado van ahora?
T. F.: –La línea sigue siendo bien martélica. Tal vez, antes buscábamos una carga mayor en los vivos. Ahora tratamos de nivelar eso.
J. A.: –En el primer disco, las líneas melódicas están muy reforzadas. Personalmente, tengo ganas de que no aparezca la necesidad de impostar la tocada... lo hice en el primero, porque sentí que eran cosas que me debía, métricas irregulares y eso. Hoy ya no me importa si un tema es todo derecho o no. Me siento más libre, menos deformador.
–¡La revolución permanente aplicada a la música! Notable.
G. J.: –Es que si las bandas en el primer disco encontraran todo lo que sus inquietudes son, directamente grabarían uno solo.
J. A.: –La mayoría de las bandas tardan muchos años en grabar, a nosotros nos pasó al revés. Hicimos dos shows y grabamos todo lo que teníamos: pura leche. Hoy no requerimos la velocidad del principio, los tiempos de creación son más naturales. Ya no tenemos que armar el kiosco rápido.
–Pese a que el disco suena gordo, el vivo es diferente. Radicalizan su expresionismo musical. ¿Acuerdan?
G. J.: –En el vivo soy un asesino... no me pasan otras cosas por la cabeza. En el estudio, en cambio, no hay retroalimentación de la gente. No me gusta.
–La retroalimentación, en el caso de ustedes, es gente quieta, exánime, como apabullada por la música.
T. F.: –La otra vez tocamos en Rosario, en un festival. Abrió Divididos, mucho agite; después los Decadentes, pura fiesta, y cerramos nosotros. Los dos mil tipos estaban congelados y dijimos “algo pasa porque nadie se va”. Tenemos ese feedback con la gente que no pasa por revolear nada, sino por estar así.
G. J.: –Pasa que cuando la propuesta que viene del músico no es contundente, la gente tiene que hacer algo: prender una bengala, hacer bardo, no sé. En un show de Martell, va a ser difícil que alguien haga algo, porque lo hacemos nosotros. Yo no necesito que un tipo se tire al piso: me tiro yo.
–¿Tiene un límite la evolución del “experimento” Martell?
T. F.: –A ver, yo suelo mirar DVD con grandes bandas explicando cómo hicieron sus discos y concluyo que el rock es abuelo y que el tiempo de vida de una banda no puede superar los diez años, porque después viene la reiteración. Todo tiene un fuego, que indefectiblemente se apaga.
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