MUSICA › JOSE LUIS FERNANDEZ
Así define el bajista y guitarrista a La Máquina de Hacer Pájaros, la banda que compartió con Charly García en los ’70. Luego vivió 15 años en España y volvió en 2001. Esta noche presenta Primordiales, su segundo CD solista.
› Por Cristian Vitale
“Un tendón de mi mano, avergonzaría a toda la maquinaria” (Walt Whitman). El luminoso escritor estadounidense jamás hubiese imaginado que una frase suya sería tomada 120 años después para que un músico de rock –argentino– trate de resumir el sustrato vital de su obra. Pero así de anónimo es el mundo de las letras: el poeta escribe y no sabe dónde ni cuándo ni para qué ni en quién puede rebotar su arte. En este caso, José Luis Fernández –ex bajista de La Máquina de Hacer Pájaros– manoteó ese soplo inspirado de Whitman y lo usó a su arbitrio. “Yo también compuse con máquinas de ritmo pero me pudrí. Ahora, enchufo la guitarra, le pongo lámpara, espero que se caliente y va”, dogmatiza el hombre, proyectando al rock la intención universal de Whitman. Y no hace mal. Primordiales, su segundo disco solista, suena austero, “antitecno” y artesanal. Lo acompañan dos fieras (Alan Talgham, en bajo, y David Fazio, en batería) y el resultado, nueve canciones resueltas en media hora, deschava un regreso a la pureza. “Preferí dejar algunas pifiadas. Los ingleses graban así. ¿Por qué no puedo hacerlo yo?”, se pregunta el bajista-guitarrista, que mostrará su disco esta noche en The Cavern (Corrientes 1660).
Fernández ostenta el extraño pergamino de haber estado en el embrión de dos de las bandas más importantes del rock argentino (Crucis y Seru Giran), sin grabar un solo tema con ellas. Los motivos son diferentes. En el caso de Crucis, integró Consiguiendo Vida –antecedente inmediato del combo sinfónico– junto a Pino Marrone y Gustavo Montesano, entre 1969 y 1973, pero la intercepción de Charly García le modificó el rumbo. Del progresismo en cierne pasó al folkie-rock de Porsuigieco y su bajo venal reorientó hacia, por ejemplo, la versión original de “La mamá de Jimmy”. “Yo tocaba en Crucis, cuando era un desconocido grupo de barrio. Un día, nos vino a ver Charly y me propuso tocar con él. Primero dije no, pero después transamos en que yo aceptaba y él producía el primer disco de Crucis. Montesano pasó al bajo y yo me fui”, evoca. Tenía 16 años y su touch explorador cautivó a García, que le cortó la posibilidad de estallar con “Los delirios del mariscal” –esa gema que le voló el cerebro a más de uno– para incluirlo en sus proyectos post Sui Generis. “La Máquina fue un grupo psicológicamente denso para Charly. Eramos cinco tipos pesados: cada uno tenía su rollo”, recuerda.
–¿Cómo lo tomaba Charly?
–Complicaba su ego que todos compusiéramos. Lo loco era que el compositor del tema era el que mandaba. “Películas”, por ejemplo, es de Cutaia: él lo producía y bajaba línea. “No te dejes desanimar” también y se nota su mano. Por el medio aparece una cosa muy loca, entre barroca y contemporánea.
JLF militó en La Máquina de principio a fin, junto a Bazterrica, Charly, Cutaia y Oscar Moro (ver recuadro). Ejecutó el bajo en los seis temas que pueblan el magistral disco debut editado en 1976 –el de “Bubulina”– y co-compuso dos canciones de Películas (1977), segunda y última placa del quinteto: “Obertura siete, siete, siete” y “Ruta perdedora”. “La búsqueda era constante. Cutaia traía músicas en 13 por 8 y yo le decía ‘vos estás loco, man’. No nos importaba meternos a ver qué pasaba. Hoy, todo el mundo quiere tocar parecido a alguien. Pero no porque esté todo inventado, sino porque se cortó la búsqueda. Los músicos están achanchados. Nosotros, en cambio, nos metíamos en camisa de once varas. Nos seducía el riesgo”, define.
La existencia de La Máquina según JFL fue tortuosa. No sólo por la ciclotimia de Charly, sino por otro frente más complejo: la dictadura. La lucha no era contra “la invasión tecnológica”, sino contra las tortugas azules. “Nos prohibían en la radio, nos perseguían, todo mal –evoca–. Una vez, en Trelew, nos desnudaron en el patio de la comisaría y nos dejaron toda la noche así. Otra vez, a Moro le apagaron varias colillas decigarrillo en el brazo. Y a mí me cagaron a trompadas antes de un Luna Park, porque pensaron que me quería colar. Toqué todo moretoneado esa noche”. El infierno de La Máquina fue intenso pero fugaz. Después de Películas, la banda se desmoronó, pero Fernández cayó parado. A fines de 1977, integró el grupo que grabó “Música del Alma” en vivo. Compuso el tema “Studio Jam” y fue tentado para engendrar Seru, pero prefirió retornar a Crucis. “Charly se enojó conmigo porque lo dejé plantado. Pero le presenté a Pedro Aznar y medio se la bancó” dice.
–Es al menos curioso eso de haber estado en los orígenes de Seru y no haberse quedado...
–Y... me costó años de terapia, pero les fui fiel a mis amigos. Era chico y tenía otra mentalidad. Puede que haya sido una boludez, pero no me arrepiento.
Mientras Seru rompía el hielo de los ’80 con “Eiti Leda”, el bajista se sumó a la versión estadounidense de Crucis (Contraband) junto a Marrone, Farrugia y Aníbal Kerpel. El grupo duró dos años. “No nos hicimos famosos, pero zapamos con Larry Carlton, Alex Acuña, Robben Ford, en fin, laburamos”, reseña. En 1982 retornó al país, editó su debut solista (Mira hacia el futuro), acompañó fugazmente a Pappo y emigró a España, donde vivió 15 años. Tres en Madrid –integró Los Mirandas y El club de la noche– y el resto en Galicia, donde se entregó a la música celta. En 2001 regresó, levantó el estudio La Hormiga –como le decían en La Máquina– y se quedó. “Me cambió la oreja. Cuando volví, el rock ya no era el mismo.” Este transcurrir del tiempo es lo que muestra Primordiales. Pese a ciertas rémoras como “Queriendo tu amor”, sus canciones suenan posprogresivas. “Traté de componer canciones aptas para todo público. Es un logro haberlo logrado”, concluye.
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