MUSICA › ENTREVISTA CON EL SOLDADO
Durante quince años fue, según se autodefine, “un simple tiracables” de Los Redonditos de Ricota. Luego diseñó una carrera solista marcada por el bajo perfil. Ya anda por el cuarto cd, Visiones de un rompecabezas, que presenta hoy.
› Por C. V.
“Yo era un simple tiracables, no un músico.” El Soldado –Rodolfo González para los amigos– se mantiene a la defensiva. El peso que significó ser, como dice, un simple tiracables de Los Redonditos de Ricota durante quince años permanece como un vaivén cuando ensaya una explicación sobre sí mismo. Por un lado, admite que su carrera solista arrancó con el handicap de ser un “ex”, que al momento de grabar su primer disco (Tren de fugitivos, 1997) contó con la contribución vital de Skay, el Indio Solari y toda la monada redonda como torcida de recital. Y, por otro, el rebote de ser asociado a una historia de la que formó parte lateralmente. “No está bueno que me asocien. Si hubiese sido un músico, sí... pero ¿un asistente?”, insiste, pese al largo tranco temporal que divide ese debut folkie-rock del flamante Visiones de un rompecabezas –que presenta hoy a las 23 en el ND Ateneo–. En el medio –nueve años– el guitarrista hizo todo por despegarse de la impronta ricotera. Al segundo disco (Alas Rotas, 1998) ya tenía banda propia y para De Cardo y Clavel (2002), la definición de un camino despejado de todo posible anclaje con sus ex ¿patrones? “Ellos y Sumo fueron el basamento de los ’80... curtir ese momento fue glorioso para mí”, retoma, sobre un trabajo que nunca pareció tal.
El Soldado podría ser considerado un rocker argentino anónimo y popular. Su historia, proletaria y sencilla, carece de ribetes extremos. Nunca podría ser un rockstar. Jamás, llamar la atención con situaciones extramusicales. Un contador de historias perfil bajo, al cabo, que curtió y curte el rock en el barro. Inentendible sería sino que, asumido como “vago para componer”, y tras ser echado de la primera banda de rock que formó ¡a los 25 años!, haya editado cuatro discos parejos, muy buenos y algunos –caso De Cardo y Clavel–, de lo más destacado del rock independiente. “Pude haber desaparecido, pero perduré y vivo de tocar”, dice escueto, mientras se acomoda el pelo ondulado y siempre largo. El Soldado nació hace 40 años en Mataderos. Vivió 10 en Palermo y el resto en –casi– los 100 barrios porteños. Simpatizante de Chicago, hincha de Independiente y futbolista fracasado, podría escribir tres libros sobre la historia del rock argento –del ’80 para acá– visto desde adentro. A los 7, ya le había entrado al primero de Invisible y Confesiones de Invierno, de Sui Generis. A los 13 debutó como espectador viendo al Vox Dei época Gata de noche ¡en Kimberley de Mar del Plata! Y nunca paró. “Después vi las reuniones de Manal y Almendra en Obras”, evoca.
Lo de futbolista frustrado es porque en algún momento se pensó jugador, pero no superó el adoquín. Tampoco el segundo año del industrial. “A los 16 conseguí laburo en una empresa de sonido y empecé a curtir los pubs. Era un pinche y así entré en el ambiente, como un pibe en medio de flacos de 25, porque el rock era cosa de grandes. Sólo veías hijos de viejos hippies.” Una de esas noches conoció a los Redondos, tres años antes de Gulp! “Circulaba el demo famoso, que tenía ‘Nene, nena’, ‘Pura suerte’ y ‘Brigitte Bardot’. Yo los escuchaba y me parecían raros, hasta que los vi en el festival de la revista Pan Caliente. Esa tarde debutó Semilla en el bajo y no cantó el Indio... cantó Skay.”
–¿Ya era El Soldado?
–No. Me lo puso el Indio cuando volví de la colimba rapado. Dijo “acá está el soldado” y lo elegí como apodo. Me gustó.
–¿Por qué comenzó tan tarde su carrera?
–Yo tocaba la guitarra en mi casa y mal. Incluso, una vez armé un grupo y mis compañeros me echaron. Era muy vergonzoso y, además, no tenía oficio. Apenas tocaba un poquito durante los ensayos de los Redondos, pero nada.
Un milagro tuvo que ocurrir entonces para que El Soldado pasara de ser nada a grabar Tren de fugitivos. Diez canciones y un puñado de bellos himnos folkies con olor a perdedores y desquiciados –“Angel de los perdedores”, “Boleto de empeño”–, que lo transformaron en el trovador a escuchar de un género con poca historia en la Argentina. “Podría haberme salido música del momento, pero no la sentía. Agarré la guitarra, saqué unas melodías y escribí historias. La ventaja es que tocaron Skay y el Indio, sino no sé qué hubiese pasado. Tal vez hubiese sido un buen disco y ya. Los Redondos fueron un plus.”
–Es complejo cuando se arranca bien, hay que sostenerse en el tiempo. ¿Pudo?
–Sí. Y una de las ventajas fue haber aprendido con los Redondos cómo montar un show. No en lo musical, sino en lo organizativo... las luces, el sonido.
–¿Nunca lo tentó una compañía?
–Sí, y dije no. La independencia, para mí, no es una cosa de bandera, sino una circunstancia. Si ahora viene un sello, pensaría la propuesta.
–¿Por qué pasó tanto tiempo entre De Cardo y Clavel y Visiones de un rompecabezas?
–Fue por el crash de 2001. Se achicó el mercado de arriba y, como efecto, en el de abajo se hizo un embudo total. Además, entré en una especie de inercia, porque tenía que renovarme en el repertorio.
–“Ella lo trae aquí”, de Visiones..., retoma la sordidez de las historias de Tren de fugitivos. “Cuando tu alma se quedó para el arrastre / y tu propio perro fue el que mordió / cuando creés que en el momento en que naciste / justo el Señor se fue a cagar.”
–Exacto. Dejé la metáfora de lado y empecé a buscar historias simples. Es cierto que una buena frase metafórica te llena una canción, pero podés lograr letras simples que no desentonen. Un poco como la vida.
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