Jue 05.06.2014
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MUSICA › VIRGINIA LUQUE FALLECIó EL MARTES A LOS 86 AñOS

El adiós a una diva tanguera

Su voz era potente y dramática, lo que les daba carnadura a sus interpretaciones del 2x4. Ella decía que era “una actriz que canta” porque había empezado en el teatro y el cine pero, aunque grabó otros géneros, nunca se alejó de la música de Buenos Aires.

› Por Karina Micheletto

Se llamaba Violeta Mabel Domínguez en el documento, Virginia Luque en el escenario y en el reconocimiento público y fue una de las más destacadas cancionistas del tango, como se decía en la época. Ella decía que, en verdad, era “una actriz que canta”, porque es en esta otra faceta donde encontró su primer impulso artístico. A los 86 años falleció el martes pasado La Estrella de Buenos Aires, como también se la conocía. A través del tango, Luque logró reunir sus dos condiciones artísticas, mostrando una carnadura especial para interpretar las canciones de este género, imprimiéndoles gran sello dramático. Así puedo vérsela en el que fue su último registro, durante su participación en el colectivo de estrellas tangueras Café de los Maestros, de 2005, donde dejó grabada una emocionante versión de “La canción de Buenos Aires”: tan potente como su imagen histriónica, envuelta en una larga estola blanca, recorriendo con taco tanguero el escenario del Colón, en la presentación de ese trabajo.

Los comienzos de su carrera tuvieron que ver con el teatro, los musicales, y más tarde con el cine, para derivar finalmente en la intérprete de tangos. “Desde muy chica quise ser actriz”, recordaba esos comienzos. “Felizmente, mi vocación no tuvo tropiezos familiares porque mi padre, un comerciante que siempre se sintió atraído por el arte, me impulsó a subir a un escenario. El era amigo del empresario del teatro Liceo, que iba a montar la obra 16 años. Allí había un pequeño papel para una chica pizpireta y desinhibida y me propuso para cubrir ese personaje. De allí en más mi trayectoria no tuvo intervalos, lo que me demostró que mi pasión por ponerme en la piel de cientos de personajes no había sido un capricho de juventud.” Debutó en el cine en la película La guerra la gano yo, de Francisco Mugica, con Pepe Arias, en 1943. Le seguirían más de treinta films, entre ellos Se rematan ilusiones (1944), Allá en el setenta y tantos... (1945), El tercer huésped (1946), El hombre del sábado (1947), y su primer protagónico con La historia del tango (1949), dirigida por Manuel Romero. El mismo director la convocó para El patio de la morocha, en 1951, junto a Juan Carlos Mareco, Sofía Bozán y Jovita Luna. Otra de sus películas más recordadas es Sangre y acero, de Lucas Demare.

Mientras tanto, crecía su lugar de cancionista. Al principio cantaba tango, bolero, música española. Sus primeras grabaciones fueron para el sello Pampa, con el acompañamiento de Argentino Galván. Produjo catorce discos de larga duración, acompañada por directores como Atilio Stampone, Roberto Pansera y Osvaldo Requena. Grabó tres discos en España y uno en Israel, cantando en iddisch; también dejó registros en gallego, francés y portugués. Como solista o integrando diversas compañías hizo giras por todo el mundo. Ya conocida como La Estrella de Buenos Aires, el poeta Julián Centeya le dedicó los versos de “Virginia de Buenos Aires”. Si hay algo que caracterizó su manera de cantar fue el carácter dramático que le imprimía; decía que su autor preferido era Enrique Santos Discépolo, a quien definía como “un maestro de la verdad y de la pasión cotidiana”. “Si de verdad no siento lo que entono, lo dejo de lado. Con mis canciones necesito conmover, ser verdaderamente yo, entonar con fuerza cada una de las letras de los tangos”, explicaba. “Por esto siempre digo que soy una actriz que canta. Preciso el escenario para desplazarme a mis anchas, para dar emoción a cada uno de los tangos que interpreto... En definitiva, cada estrofa de mi repertorio me tiene que conmover para, así, poder conmover al público.”

Para gran parte de una generación de público tanguero –la que accedió al tango después del resurgimiento del nuevo siglo, con nuevos intérpretes, compositores y autores–, la figura de Virginia Luque fue en un momento la de una vieja guardia que no se ligó a esta nueva camada, como sí lo hicieron otras figuras del tango. Una figura cristalizada, tal vez, en aquel formato Grandes valores del tango, programa en el que tuvo muchas participaciones. Por eso muchos “descubrieron”, o redescubrieron, a Virginia Luque en Café de los Maestros. La anécdota de Gustavo Santaolalla, mentor de aquel proyecto, da una medida de la dimensión artística de la cantante: “Virginia vino durante la grabación de ‘La canción de Buenos Aires’, y puso una voz de referencia –recordaba–. Es un tema que está lleno de lo que en términos musicales se llama calderón: está todo en el aire, no tiene una rítmica fija, hay espacios totalmente abiertos. La orquesta para, entra la voz, y en cada una de esas ‘paradas’, la orquesta la va siguiendo a ella para volver a entrar. Cuando vino a poner la voz definitiva, pensé que iba a ser imposible. ¿Cómo iba a saber cuándo tenía que entrar? Así que le dije: ‘Mire, Virginia, no se preocupe que hoy en día con la tecnología que tenemos, el Pro Tools y todo eso, si se llega a equivocar la voz se puede correr y mover’. Ella me miró como diciendo ‘no me ofendas’, y dijo: ‘Lo voy a hacer en una toma’. Y es la toma que hay en el disco. Entró y clavó cada estrofa. Cuando terminó de cantar, estaba llorando”.

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