MUSICA › LOS SIETE DELFINES EN NICETO CLUB
La banda de Richard Coleman demostró que está en buena forma, frente a un público vestido de riguroso negro.
› Por DANIEL JIMENEZ
“Es una hermosa noche de invierno, ¿no es cierto?” Con esas palabras, tan precisas como elegantes, Richard Coleman, el duque de la decadencia glamorosa, recibió el sábado pasado a las más de quinientas personas –de riguroso negro– que colmaron la capacidad de Niceto Club para ver a Los Siete Delfines. Fieles de primera, ellos, porque los dos grados de temperatura que marcaba el termómetro pasadas las 22 habrían amedrentado a cualquiera, por más guapo que fuera. Ahora, ¿estos Siete Delfines son los mismos que hace cinco años que no editan un disco? Sí, son los mismos. Y esta simple e inocente pregunta lleva a plantear una serie de enigmas sin resolución inmediata: 1) Si estos cuatro muchachos se pasan un lustro sin lanzar material nuevo, sus canciones no suenan en la radio, no tienen hits definidos y mantienen una relación profesional con su público, ¿estamos ante un grupo de culto? 2) ¿Puede una banda convertirse en objeto de culto cuando su frontman es un histórico personaje de la escena y pieza influyente para pibes que se cazaron por primera vez una viola y le dieron duro al rimel desde los ’80 hacia acá?
Tal vez estos interrogantes excedan a Los Siete Delfines y acaben en la interminable figura de Coleman. Ese señor de voz sensual y profunda, gesto adusto y sonrisa perversa que, fascinado por el universo insondable del verbo, elige montar instantáneas y las proyecta desde el austero escenario de Niceto como una cascada infinita de diapositivas en blanco y negro. Rasgos que lo convirtieron en una especie de rara avis del rock argentino, aunque hoy algunos seguidores de su obra, como los ascendentes Volador G, tomen prestadas las pilchas del ex Fricción, caracterizado por la coherencia artística. Esa misma coherencia que lo llevó a mantener una estrecha relación con su amigo Gustavo Cerati –con quien compuso algunas gemas que supieron brillar tanto en Soda Stereo como en sus proyectos personales–, y a no renunciar a su particular interpretación del songbook sagrado de David Bowie, Iggy Pop y The Cure. Existe una verdad incontrastable: Coleman nunca fue un tipo de fijarse en las modas ni estar pendiente de si sus canciones entraban en los rankings. Siempre impuso “su” moda, esa que aún lo tiene con un pie en los ’80 (sin que esto signifique una involución musical) y con otro en los tiempos modernos.
A lo largo de un show de veintitrés temas –que incluyeron cuatro flamantes composiciones– y con Richard en su mejor forma, LSD entregaron altas dosis de energía (“Placebo”, “Segundo Round”), vértigo (“No hay lugar”), oscuridad (“Marluna”) y calentura (“Tuyo”). Hasta se dieron el pequeño lujo de revivir por unos minutos la leyenda de Joy Division con una lograda versión de “Love will tear us apart”, recibida como una bendición por los murciélagos de ayer, hoy y siempre. Se llega entonces al tercer enigma: ¿una banda de culto está confinada a no poder cambiar el curso de las cosas y aceptar su destino como un producto para unos pocos paladares exquisitos? El cuarteto quizá no pueda torcer la historia y es probable que tampoco le interese construir un hit, sonar en radio y mantener un ida y vuelta con su gente sostenido en la demagogia. Esas mismas razones que llevaron a que cientos de pibes hayan decidido congelarse en una hermosa noche de invierno a manos de un puñado de canciones honestas. Y eso sí que es cierto.
8-LOS SIETE DELFINES
En Niceto Club
Músicos: Richard Coleman (voz y guitarra), Diego García (guitarra y coros), Germán Lentino (bajo) y Braulio D’aguirre (batería).
Lugar: Niceto Club, sábado 29 de julio
Duración: 2 horas
Público: 500 personas.
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