Mar 01.08.2006
espectaculos

MUSICA › RODOLFO MEDEROS,OSVALDO PIRO, LEOPOLDO FEDERICO Y RUBEN JUAREZ

“No se puede desperdiciar la posibilidad de emocionar”

› Por Facundo Garcia

Para entrar a la sala hay que atravesar un ambiente denso, que puede tener que ver con el grupo de periodistas que pululan buscando notas, fotos y hasta recuerdos de fan. Pero lo más seguro es que sea la cantidad de talentos que se dio cita en el Teatro Colón lo que favorece esa atmósfera transitada por confianzas y cautelas, en la que un panteón de figuras se dispone a confirmar una nueva entrada del tango en el coliseo argentino. Rodeados por otros referentes mundiales del género, Leopoldo Federico, Rubén Juárez, Rodolfo Mederos y Osvaldo Piro –la envidia de cualquier formación– conversan sobre una nueva incursión del dos por cuatro en el prestigioso escenario. Y esta vez no se trata de conciertos aislados: un ciclo de cinco presentaciones pondrá frente al público a lo más mentado del ambiente, con el festejo de los cincuenta años de Federico al mando de su orquesta como acto inaugural. En una de esas tardes de invierno que son una noche tímida, los reyes del bandoneón se sinceran y cuentan cómo viven el momento.

–Otra muestra de que el tango y el Colón ya no son irreconciliables...

Osvaldo Piro: –Este es el escenario diez; el sueño que todos tuvimos alguna vez. Tocar en teatros de este estilo es común en Europa, pero en Argentina es diferente. Tiene otro valor. Por eso es tan importante volver. Es como una confirmación, un premio de mil significados.

Rodolfo Mederos: –Son distantes. La relación entre la música que hacemos y este teatro es tan lejana que no se afectan en nada. Eso no es malo ni bueno en sí. El Colón es un teatro para música europea que tiene buena acústica, y eso es todo.

Rubén Juárez: –Yo pienso que hay que entender al Colón como un lugar que también es para el tango. Lo que pasa es que se ha popularizado mucho la música acá, se ha hecho hasta populachera a veces. Este teatro estuvo mal utilizado en alguna oportunidad, entonces modestamente quiero decir que hay que tener algún cuidado al tocar. Es un lugar hecho para óperas, imagínese. Y los tangueros que han tocado acá son genios. Yo vi a Astor Piazzolla y a Aníbal Troilo ahí arriba, en el ’72. Lo de Pichuco fue de lágrimas. Me perdí lo de Pugliese (se refiere al festejo de su octogésimo cumpleaños que hizo el pianista, director y compositor en 1985); pero suelo escuchar el disco que grabó aquella vez. Sin palabras. En ese sentido digo que hay que ser cuidadoso y que da un poco de vergüenza subir. Pero bueno, tampoco va uno a perder la oportunidad. Voy a animarme, porque tengo la gran ilusión de tocar y, sobre todo, tengo la ilusión de cantar. Voy a tocar “La Bamba”... (risas).

Leopoldo Federico: –Yo soy de los que opinan que por respeto no hay que hacer esto de manera frecuente. Este es un caso especial y vamos a aceptarlo, pero “zapatero a tus zapatos”. Tenemos que tocar en otros lugares, porque acá siento que venimos a invadir un lugar que no nos corresponde. Lamentablemente, no tuve la oportunidad de ver a Troilo cuando estuvo y, para ser sincero, la realidad es que casi nunca vengo. Pero no se puede negar que tocar acá es la bendición para cualquier músico. Estas noches van a ser inolvidables. Sobre todo para mí.

Sin duda el gran protagonista de los encuentros será Federico, que el 6 de agosto a las 21 celebrará los cincuenta años al frente de su orquesta. “Va a ser un espectáculo muy variado. Me la voy a pasar corriendo de un escenario a otro, no sé cómo voy a hacer”, revela entusiasmado el veterano compositor, director y arreglador. “Aunque ya he tocado varias veces en esa sala –reconoce–, tengo que confesar que el ciclo que se viene es tal vez el cierre de mi carrera. Es un momento muy especial de mi vida y quiero que sea un recuerdo que me quede para siempre. Mire lo que son las cosas, yo pensé hace poco que nunca más iba a volver a tocar el bandoneón... ¡y ahora a cada rato me están llamando para ir a todos lados! Pero ya está. Después de esto, no creo que haya más giras.

–Leopoldo está festejando un aniversario muy importante, pero ustedes también son consagrados. A esta altura, con giras por tantos países y el reconocimiento casi incondicional del público, ¿cuál sienten que ha sido el mayor regalo que les hizo su actividad?

Piro: –Creo que me dio un camino, una senda que a medida que uno iba recorriendo revelaba una forma de entender la vida. En mi caso ha sido una de las cosas que formó mi mirada sobre el mundo, hasta tal punto que hoy no me puedo separar de él. De alguna manera soy ese camino musical que se constituyó finalmente en un cristal para ver el mundo. Si volviera a nacer, no podría hacer otra cosa.

Mederos: –Mi trabajo me ha permitido encontrarme conmigo. Eso es algo que todo ser humano busca desde que nace y no muchos encuentran. ¿Cuánta gente se pierde, se diluye, sin haber llegado nunca a saber quién era? Yo lo pude descubrir gracias a esta música, gracias a esta tierra y sus desgracias. No tuve un solo gran maestro; tuve varios maestros en la música y en la vida. Otra gran maestra fue siempre mi realidad concreta, que me permitió ir develándome, por decirlo de alguna manera.

Juárez no llega a responder. Se levanta como disparado y mete medio cuerpo dentro de la puerta giratoria, y empieza a tironear de un objeto enorme que hay dentro. Como el bandoneonista no tiene una contextura que favorezca el disimulo, la escena del forcejeo llama la atención de casi todos los presentes. Por un momento parece que la puerta se atascó. Pero finalmente emerge la figura enorme de un contrabajo y, detrás del instrumento, la cara del dueño, que cambia de color cuando descubre quién lo está ayudando a entrar. Juárez resuelve con una carcajada y vuelve a la entrevista sin hacer comentarios, exactamente igual que si estuviera tomando mate en su casa.

–En sus actuaciones hay momentos en que cierran los ojos, como si sus notas los conectaran con algo invisible. ¿Dónde va la mente del tanguero cuando pasa por esos instantes de inspiración?

Juárez: –Ahhh... hay distintas formas de vivir eso, cada uno tiene la suya. Es muy personal. A veces veías a Piazzolla con los ojos cerrados, concentrado, y le quedaba bárbaro. Simplemente pasa y desde adentro uno lo entiende como algo muy sencillo. Para ser sincero, no sé si hay muchas palabras que lo expliquen. Lo que sí sé es que generalmente pasa en las frases largas.

Mederos: –Cuando usted habla conmigo, ¿dónde está?

–Acá. Pero también trato de ir hacia usted para entenderlo.

Mederos: –Bueno, lo mismo pasa cuando tocás. Hay un contacto. Es como estar con uno y a la vez estar con el público.

Federico: –Les voy a decir algo que no me van a creer: cuando estoy actuando, ¿saben dónde está mi pensamiento? En cómo sale el sonido. El tema no es si estoy tocando bien o mal. Uno es más o menos profesional y sabe que las cosas, de uno u otro modo, las saca. Pero cuando no tenés la certeza de que la gente esté escuchando bien, aparece la desesperación. De eso depende en muchos casos el éxito de una orquesta.

Juárez: –Existe un momento en que hay que separar lo que uno está escuchando de las cosas que está atendiendo la gente. Hay que pensar en aquel que pagó una entrada y por ahí necesita mucho una emoción. Por eso el disfrute interno del intérprete tiene que ir paralelo con la atención. No se puede desperdiciar esa posibilidad de emocionar que todavía tenemos. Es un aspecto de nuestra música que en ningún lugar donde toco pasa desapercibido.

–¿Cómo explican la vigencia del género, después de haber pasado por tantas etapas?

Juárez: –Es fuerte, de mucha energía, mucha musicalidad, muchos músicos. En cada espacio que ocupa tiene polenta y eso marca su historia.

Mederos: –La verdadera emoción la convoca lo que es genuino. Y hay que estar atento porque hay también emociones falsas. Esta música está viva porque es genuina y convoca emociones genuinas.

–Ahora el tango tiene múltiples expresiones, mezclas...

Mederos: –No, no tiene múltiples expresiones. Tiene una. Lo demás es basura. Esas expresiones son oportunismos mercenarios que ni siquiera figuran en mi agenda. Hay un negocio alrededor que arma caos y confusión, y hace propuestas en función de lo que supone es un “gusto” que va a dejar réditos comerciales.

Federico: –¡No existen! No vale la pena perder tiempo hablando de ellos. No existen, como la nada.

Mederos: –Además me parece irrespetuoso hablar de eso acá. Eso ni siquiera tiene que ver con lo artístico, ¿entiende? No sé nada de eso. No tiene nada que ver con mi actividad. No tiene nada que ver con el arte.

Lo dice enojado, por si hace falta aclararlo. Lentamente, Federico vuelve al sillón y deja el bastón a un costado. Los entrevistados cruzan una batería de miradas. “Tango electrónico, ¡ja!”, dice alguno con la boca de costado. Podría pensarse que el hecho de que miren con escepticismo a algunas producciones recientes los aleja de los espectadores más jóvenes. Sin embargo se da más bien el fenómeno inverso, no sólo porque la cantidad de público nuevo que convocan crece con los años, sino porque los cuatro maestros son reconocidos cada vez más como referentes y formadores de las nuevas generaciones de intérpretes. Los músicos de la Orquesta Típica de Mederos son un ejemplo significativo en este sentido, ya que tienen un promedio de edad que ronda los treinta años.

–Si uno observa la edad de muchos de sus músicos y el éxito con el que siguen presentándose, surge la certeza de que esta música tiene el porvenir asegurado. ¿Qué objetivos habría que plantear de cara al futuro, teniendo en cuenta la histórica relación de este arte con el pueblo?

Federico: –Lo único que siempre pretendí como artista es brindarme al pueblo desde lo más íntimo de mi sentimiento. No hay mucho más. Esto no va a cambiar hasta el final de mis días. Algunos lo harán de una manera mejor a la mía, pero el asunto es tratar de llegar siempre con la sinceridad de sentimiento. Yo sé que cada uno de nosotros es diferente y, si nos apreciamos mutuamente, es porque notamos que en el otro hay algo de esa honestidad. Eso sí: si Mederos tocara “electrónico” no lo respetaría (risas).

Mederos: –El tango mismo es la misión. Es como si le habláramos de religión a un sacerdote. En el momento en que el sacerdote hace su misa, ahí está su religión, ahí la encuentra. Cuando el músico toca y es escuchado, está cumpliendo.

Juárez: –Siempre el pueblo. Tenemos que tener una relación absoluta. Cada disco que saco lo planteo como una propuesta hacia él. Es una referencia que no puede desaparecer en ningún momento, porque lo que hacés va hacia ahí. Yo me acuerdo de cuando iba a los bailes de mi época y tocaba el quía (lo señala a Federico), con Julio Sosa como cantante. Empezás en esto así, encontrándolos en la calle y admirando. Yo empecé así, siendo admirador.

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