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Sábado, 6 de septiembre de 2014

MUSICA › UNA MULTITUD ACOMPAñó LOS RESTOS DE GUSTAVO CERATI

Lágrimas y aplausos para despedir a un icono pop

Más de veinte mil personas, de distintas generaciones y de diversos países latinoamericanos, pasaron por la Legislatura porteña, donde fue velado el ex Soda Stereo, y luego siguieron al cortejo rumbo al cementerio de la Chacarita.

 Por Yumber Vera Rojas

Aunque nunca sintió vergüenza al reconocer que no llevaba tatuado el fútbol en su corazón, Gustavo Cerati, quien se consideraba un “delantero decente” cuando se paraba sobre el césped, cumplió con ese protocolo bien argentino de hinchar por un club. Si bien apostó sus fichas por Racing, luego de que en 1966 la Academia de Pizzuti saliera campeón (sin embargo, debido a las paupérrimas campañas del cuadro de Avellaneda, en ocasiones cuestionaba su elección), lo hizo básicamente para llevarle la contraria a su padre, pues, a pesar de que tampoco ostentaba una tradición futbolera, era seguidor de Independiente. No obstante, el primer estadio que pisó el líder de Soda Stereo, uno de los racinguistas más célebres, no fue el Presidente Perón, sino el de Chacarita Juniors, debido a que por la misma apatía de su viejo, Juan José, ante la militancia de esa cultura, el que lo llevaba a la cancha era el carnicero del barrio, que le pedía que lo acompañara para arengar al Funebrero.

Ayer, lejos de la cancha de Villa Maipú, unos funebreros posta, empleados del Cementerio de la Chacarita, esperaban el auto que traía los restos del músico. Al tiempo que una multitud de fans se aglomeraba frente a las vallas que los separaba del Panteón de la Merced donde se realizó el responso. Habían ido a despedir a su ídolo, al que aguardaban desde temprano con consignas como “Gustavo no se va”. Mientras, recibían con aplausos a Zeta Bosio, Tweety González, Machi Rufino, Fernando Ruiz Díaz, Wallas y al resto de los familiares y allegados del artista, que fueron arribando, poco después del mediodía, para participar en la ceremonia religiosa y la inhumación de uno de los exponentes más revolucionarios del rock en español.

Previamente a que partiera el cortejo hacia el cementerio, la sensación de desconsuelo en la Legislatura porteña, donde se veló a Cerati desde la noche del jueves, era aún desgarradora, especialmente cuando Lilian Clark, la madre, heroína y capitana de esta odisea concebida por el amor, se asomó a la ventana del edificio, secundada por otros familiares, para saludar y agradecer a los fanáticos que aún se encontraban en la calle, quienes cantaban la canción “Entre caníbales”, de Soda Stereo, a partir de la iniciativa de un chico que peló un micrófono, su guitarra y un amplificador, al mejor estilo fogonero. Ella se prendió entre lágrimas y aplausos. Pero no fue la única iniciativa que hizo eco entre los seguidores del exponente que al momento de fallecer tenía 55 años, pues fue recordado a lo largo de la vigilia (por la que pasaron más de 20 mil personas) a través de un sinnúmero de maneras, lo que demostró su presencia en varias generaciones de público en toda América latina.

De hecho, antes de que se abrieran las puertas de la sede del Poder Legislativo de la ciudad de Buenos Aires para devolverle al ex Soda Stereo no las “gracias totales”, sino el agradecimiento eterno por toda la música y alegría que legó, en la zigzagueante cola (que al comienzo de la noche sobrepasaba las siete cuadras de muchedumbre) se podían capturar y contrastar acentos de diferentes tonadas y nacionalidades. Todos trataban de graficar, con banderas, remeras, canciones y anécdotas, las formas en las que cada idiosincrasia comprendió y asimiló la obra de Cerati. Al punto de que muchos argentinos asombrados por la convocatoria no se imaginaron la trascendencia y el impacto del artista fuera de estas fronteras. No obstante, el rasgo que aunaba a todos los que se acercaron al predio fue la tristeza, traducido en el llanto desconsolado e incluso en un silencio que incomodaba y que sólo podían romper interpretaciones colectivas de “Persiana americana” o de “Cuando pase el temblor”.

Si bien las recreaciones hiteras masivas de Soda y de la carrera solista de Cerati, esta vez fuera de los estadios, se producían en diferentes partes de la hilera humana, y espontáneamente, la mayor impronta emocional la comandaron los primeros en llegar a la fila, quienes se llevaron la atención de las cámaras de televisión, apostadas detrás de una suerte de corralito. De esa troupe pionera destacaba especialmente un treintañero que, con actitud de rezo y reflexiva, perfil cuyo misterio alimentaba un sombrero que le tapaba aún más su mirada cabizbaja, de pronto, para llamar la atención de los noteros hambrientos de amarillismo, se lamentaba con un insistente: “Nunca te fuiste, negro”. Lo que alimentaba el temor de que esa procesión conmovedora, aliviadora y justa podía tornarse en un espectáculo desagradable, dominada por el fanatismo exacerbado.

Mientras el público esperaba a que se iniciara la ceremonia de despedida del artista, las inmediaciones de la Legislatura fueron tomadas por las especulaciones. Al tiempo que algunos mostraban su desconcierto por la manera tan abrupta e inesperada en la que murió, sobre todos por los rumores que circularon días antes, de que había movido los dedos, otros suponían que desde ahora no sólo él, sino su familia podía descansar tras tanto sufrimiento y optimismo. Aunque también hubo comentarios desopilantes acerca de cómo sería el funeral del Indio Solari el día que llegara a suceder, panorama que generalmente calaba en la distopía. Sin embargo, hubo igualmente palabras más terrenales sobre el vacío que dejará su ausencia, su condición de último mohicano de la modernidad, palabras de elogio para la actitud titánica de Lilian, memorabilias del último show en Buenos Aires de Fuerza natural o del primer recital de Soda Stereo.

A las 22.30 comenzó la movilización, primero con la prensa, que se apostó a los lados del ingreso, y luego con el público en tandas. Desde arriba ya se escuchaban llantos desgarradores, tan perturbadores que sacudían lo más profundo. Al subir las escaleras, y tras dejar atrás coronas florales de entidades, artistas y particulares, en el fondo se divisaba el ataúd caoba, impecable, pero con cierto dejo chico y delgado. Al hacer el recorrido en torno de él, a la derecha, recostada en una columna, se encontraba la ministra de Cultura, Teresa Parodi, y un poco más allá un salón en el que a través de una puerta entreabierta se dejaba ver, casi a manera de panorámica, a Benito Cerati, de pie, y desconsolado. Su porte contrastaba con el de su abuela sentada, pues su mirada perdida, concentrada, inmutable, parecía desafiante. Los acompañaban otros familiares y amigos.

Al cruzar esa sección del salón, el ataúd, decorado con flores blancas en las que reposaba una glamorosa foto en blanco y negro, se encontraba envuelto por otras coronas, de las que destacaba la de Fito Páez. Los que pasaban dejaban regalos en el piso. Al frente, la salida. Ahí se podía entender el dolor de los que pasaron: era la última vez que se lo apreciaría de alguna manera, que se lo palparía, pues a partir del día siguiente pasaba a otro estado, a esa inmortalidad que sólo se merecen aquellos que la labraron. Sin embargo, al salir de allí, tras la zozobra y el abrazo contenedor, la tranquilidad abrazaba. Y claro: todos se habían llevado un trocito suyo. Desde ahora, y luego de que se largara la lluvia, existía plena confianza en que está allá arriba, sentado a la derecha del Flaco Spinetta, y muy cerca del carnicero de barrio que casi lo convierte en el hincha más ilustre de Chacarita Juniors.

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Las manifestaciones de amor hacia el músico fueron múltiples. Muchas flores y mucha música.
Imagen: Joaquín Salguero
 
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