MUSICA › EL DISCO DE ARISTIMUñO
› Por Sergio Sánchez
Tomás Aristimuño construye cada canción como si fuera una escena teatral. En cada una de ellas, los instrumentos –guitarras, sintetizadores, clarinetes y una voz profundamente introspectiva– generan ambientes dramáticos que cuentan pequeñas historias de amor y desamor. No es casual: Tomás y sus hermanos –los músicos Lisandro y Rocío– se criaron en una casa que transpiraba teatro. Su padre es director teatral y su madre, actriz y profesora de piano. “Cuando era chico, en mi casa se escuchaba Eduardo Falú, Mercedes Sosa, Spinetta y música instrumental que buscaba mi viejo para sus obras”, recuerda. El cantautor acaba de publicar su segundo disco, Mortal atrás, en el que retrata su universo personal y propone una canción difícil de descifrar en una sola escucha. “A veces pienso que el inconsciente es el que termina plasmándose en una canción”, entiende Aristimuño. “Muchas veces son canciones que salen desde adentro, que terminan resolviendo cosas de mi vida. Nunca hice terapia, pero creo que hacer una canción es como ir al psicólogo.” Después de diez años de vivir en Buenos Aires, el músico de Viedma dice que se encuentra en una etapa en la que se está “aceptando” como músico y tiene ganas de “apostar al oficio”. De esta manera, presentará su reciente disco, hoy, a las 21, en el Teatro Margarita Xirgu, Chacabuco 875.
“No pienso en si el disco va a ser radial o le va a gustar a alguien. No entiendo la música así. Prefiero que la gente se ponga nerviosa porque parece que la cosa no avanza, a dárselo digerido”, explica Tomás sobre la serenidad rítmica que predomina a lo largo del disco. Detrás de las nueve canciones, el título remite a una idea circular: “El hecho de tirar una ‘mortal atrás’, una vuelta para atrás, es animarse a tirarse al vacío, a dar la vuelta y empezar de nuevo. También tiene que ver con la inmortalidad de las personas: creo mucho en la reencarnación. Hay que perderle el miedo a la muerte, a las cosas que se terminan. Que se muera el amor y volver a enamorarte, que la música te deje y que un día regrese y te haga nacer.” Con apenas 28 años y un puñado de canciones, logró que Liliana Herrero interpretara y grabara una canción suya, “Marte”. “Es cero careta Liliana. A ella le gustó y la grabó. Ahí te das cuenta quiénes son los que apoyan a los músicos independientes”, dice.
Al igual que su disco anterior, Verde árbol, la producción estuvo a cargo de su hermano Lisandro y fue editado por el sello Viento Azul. “A este disco le tuve que poner mucho más el cuerpo y trabajé a la par de Lisandro”, confiesa el músico. Por supuesto, su hermano incidió en su modo de entender y gestionar la música. “Mi hermano es un muy buen ejemplo para mí y para lo que está pasando con la música hoy”, sentencia. Y amplía: “Me parece que es un caballo que galopa y le mete. Es un batallador. Desde el lado del oficio del músico fue muy importante verlo y saber cómo se trabaja desde la autogestión. Y desde el lado musical es una influencia medio omnipresente. Siempre estamos muy cerca, somos muy amigos. Tenemos una relación muy linda”.
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