MUSICA › MOMENTOS DE EXQUISITEZ EN EL FESTIVAL DE CARTAGENA
El violinista Pekka Kuusisto, la Orquesta Mahler y el quinteto de Kudsi Ergüner fueron algunos de los responsables de veladas de alto nivel, con la música del Mediterráneo como eje. Al frente de su quinteto, Dino Saluzzi provocó una atención casi mística.
› Por Diego Fischerman
Desde Cartagena
Es el momento del bis. El violinista ha interpretado un concierto de Mozart. El público lo aplaude con entusiasmo. El pone su instrumento contra el pecho, como si fuera una mandolina, comienza a rasguearlo y, entonces, silba un tango. Un tango finlandés, es claro. Pekka Kuusisto decide que ésa sea su despedida del Festival de Cartagena. Y, en rigor, el broche nada tiene de extraño si se tiene en cuenta que en su impecable versión del Concierto 5, K 219, estilista al extremo en lo escrito por el autor, se tomó la libertad de, en la segunda de las cadencias improvisadas, en el tercer movimiento, desarrollar el tema con procedimientos contemporáneos y, por añadidura, cantando al mismo tiempo.
En el mismo concierto, la Orquesta Mahler, magnífica cómplice de Kuusisto, hizo también la Obertura de la ópera La italiana en Argel, de Gioacchino Rossini, y la Sinfonía Nº 100 en Sol Mayor de Franz-Joseph Haydn. En ambas composiciones, y en el trío del minuetto del Concierto de Mozart, aparecen temas que remiten a la música turca, o a la tímbrica de sus bandas militares, con pífanos y platillos. El Imperio Otomano había llegado a las puertas de Viena y las “turquerías” estaban de moda. Tanto que hasta Beethoven recurrió a ellas en la música para la obra teatral Las ruinas de Atenas (la famosa música de El Chavo del ocho) y, muy notoriamente, en un pasaje del último movimiento de su Sinfonía Nº 9.
El festival tomó, en su novena edición, al Mediterráneo como eje. Desde allí propició múltiples viajes sonoros. Y si allí estuvo la Turquía más bien imaginaria, espiada y convertida en objeto exótico por los compositores del siglo XVIII y comienzos del siguiente, también estuvo la otra, profunda y exquisita, del quinteto de Kudsi Ergüner, uno de los máximos especialistas actuales en la música sufi. Integrado por el propio Ergüner en nuy (una flauta tradicional de caña), Bruno Caaillat en percusión, Hakan Gungor en Kanun (una clase de salterio), Enver Mete Aslan en oud (el antiguo laúd árabe) y Michalis Cholavas en tabour (una viola de origen griego), el grupo mostró infinitos matices y una clase de temporalidad absolutamente propia, que sedujo incluso en ámbitos tan poco sagrados como una fiesta popular en la Sociedad Portuaria de Cartagena o en un masivo concierto al aire libre en la Plaza San Pedro.
La variedad de propuestas incluyó la presencia de Dino Saluzzi al frente de su grupo (su hijo José María en guitarra, su sobrino Matías en bajo, su hermano Félix en clarinete y saxo, y Quintino Cinalli en batería). Ante casi 1500 personas que lo escucharon en un silencio casi místico, el bandoneonista salteño deslumbró con su personal lenguaje. Malambos, chacareras, el bello tema “Gabriel Cóndor” y hasta una pieza de largo aliento, “Sucesos”, que el quinteto estrenó allí, propusieron una travesía por texturas y matices cercanos por momentos al silencio y en ocasiones a verdaderas explosiones. Ergüner había dicho, en una charla pública, que “la música es una, porque es infinita y está habitada por todas las diferencias”. Y pocas definiciones podían ajustarse tanto a lo que Saluzzi hace con el bandoneón y a su manera de componer. Allí resuenan sombras de tangos, de danzas rurales y de lamentos andinos. Y también, claro, la improvisación del jazz à la ECM –el sello alemán donde graba desde hace 33 años–-, hecho más de sugerencias que de afirmaciones.
Otra de las figuras importantes que pasó hasta ahora por el Festival de Cartagena fue el violoncellista Mario Brunello. Ganador del Premio Tchaikovsky en 1986, estrenó en esta ciudad, junto a la Orquesta Mahler, una obra compuesta en 1988 por iniciativa del cellista Steven Isserlis y que se convirtió en un éxito bastante inusual para el mundo de las composiciones actuales dentro de la tradición académica. La propia historia de Tavener, que murió en 2013, es bastante atípica, ya que su música comenzó a programarse a partir de 1968, cuando la obra La ballena fue incluida en el catálogo del flamante sello Apple. Y el motivo no podría haber sido más prosaico. El hermano del compositor, que era plomero, estaba realizando trabajos en la casa de Ringo Starr y le hizo escuchar un casete con la obra de John. De allí al título de Sir y de haber sido quien compuso la música para el funeral de la princesa Diana (“Song for Athene”) hubo un largo recorrido a través del cual Tavener, con su culto a la sencillez musical más extrema, se convirtió, para algunos, en el autor inglés más importante de los finales del siglo XX y, para otros, en la más perfecta encarnación musical del Gardiner de Desde el jardín. Lo cierto es que The Protecting Veil, con sus reminiscencias bizantinas, es una obra que requiere una altísima concentración por parte de intérpretes y audiencia, y Brunello supo mantener esa tensión con autoridad.
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