Recién se apagan las luces, la banda comienza a tocar y, mientras los últimos que llegaron se amontonan esperando a ser acomodados en sus butacas, un hombre de unos noventa años se desmarca del grupo de rezagados y hace su ingreso triunfal, bailoteando al ritmo de la música y blandiendo en alto un ramo de rosas. Avanza justo en el momento en que Joan Manuel Serrat hace su ingreso al escenario y entonces sí, todos los aplausos y las manos de un teatro repleto se alzan para recibirlo. La escena del señor de las rosas se repitió a la largo de la noche en variadas formas de devoción y afecto, en el primero de los diez conciertos que Serrat dará en el Gran Rex. Son escenas que bien pueden sintetizar lo que ocurre en el reencuentro con aquel que, literalmente, ha formado parte de la vida de muchos. Algo que el mismo Serrat se encargó de marcar en la primera de sus intervenciones: “Es evidente que si ustedes no estuvieran aquí, nosotros tampoco podríamos estarlo”, agradeció.

Es imposible separar esa condición de “educador sentimental” de cualquier desempeño artístico, máxime cuando el catalán ha decidido celebrar los 50 años que se cumplen desde su primera actuación en público con un repaso en forma de Antología desordenada, que incluye todos los grandes éxitos de todos estos años. Cuántas Lucías fueron nombradas así por este hombre, cuántos amores declararon “No hago otra cosa que pensar en ti”, cuántos de los que se fueron son recordados en la celebración de “Hoy puede ser un gran día”, cuántas convicciones se jugaron “Para la libertad”, es imposible saberlo. Lo que es seguro es que esas canciones han quedado adheridas, como un olor de infancia, y son ya parte de muchos.

A los 71 años, Serrat continúa manteniendo giras extensas (en la Argentina, además de los diez Gran Rex, actuará en Mendoza, Neuquén, La Plata, Rosario, Córdoba, Mar del Plata, Tucumán y Salta) y sabe adecuar las posibilidades de su voz a ese trajín. Tal vez por eso haya elegido la compañía de una banda siempre al frente, con orquestaciones rimbombantes y sintetizadores bien alertas. En los pocos momentos en que la canción queda más despojada, sin embargo, cuando la guitarra del catalán logra escucharse, o en los comienzos limpios junto al piano del histórico Ricardo Miralles, el concierto gana en profundidad. Incluida la licencia que se toma con “El vendedor de yuyos”, de Atahualpa Yupanqui, después de recordar su primera visita al país en 1969, y las reuniones de amigos en las que se cantaba folklore.

“De vez en cuando la vida”, “Algo personal”, “Romance de Curro el Palmo”, “El sur también existe”, fueron parte de los temas de siempre que volvieron a sonar hoy, incluidos algunos en catalán y una larga lista de bises en la que repasó “Esos locos bajitos”, “Cantares”, “Mediterráneo”, “Pueblo blanco”, “Tu nombre me sabe a hierba”, “La mujer que yo quiero” y, exigida a grito pelado por el público, “Penélope”. Hubo también momentos con invitados: Víctor Heredia en “Aquellas pequeñas cosas”, Celeste Carballo en “Lucía” y, los tres juntos “Fiesta”, en el cierre previo a los bises. Más adelante, la violinista Marta Roca. Pasaron cincuenta años y Serrat no es el mismo de entonces. No son los mismos tampoco quienes atesoran sus canciones como propias –en este concierto, un público mayoritario de arriba de 50–. Entre aquel pasado y este presente, queda un afecto hecho de canciones.