Sábado, 28 de marzo de 2015 | Hoy
MUSICA › EL POETA Y MUSICO MAURICIO REDOLES PRESENTA EN BUENOS AIRES ONE, TWO, TRES, CUATRO
La dictadura de Pinochet lo empujó al exilio en Inglaterra, donde terminó tan enredado con lo que sonaba en las calles que en su país lo conocen como “el poeta del punk”. En su tercera visita a la Argentina mostrará sus vínculos entre canciones y militancia.
Por Yumber Vera Rojas
Mauricio Redolés volvió esta semana a Buenos Aires para celebrar sus cuatro décadas de trayectoria artística. Además de compartir su prolífica obra como poeta, al igual que lo hizo en sus dos incursiones anteriores en la capital argentina (en las que vino en calidad de “militante clandestino de las Juventudes Comunistas de Chile”, en 1987, y de la mano de la delegación chilena que participó en la Feria del Libro de 1996), en esta oportunidad también exhibirá su veta musical. A partir de una invitación de la Asociación de Artistas Chilenos Residentes en Buenos Aires, que incluyó talleres de poesía y de conversación, esta noche a las 20.30, en el Espacio Cultural Dinamo (Sarmiento 3096), el exponente santiaguino repasará junto a su banda, La Shica y Shao, su canción combativa, que tiene en su último álbum de estudio, One, two, tres, cuatro (2013), su encarnación tex mex. “Todo cabe ahí”, asegura este espíritu rebelde de 61 años, quien inició su obra en Londres, en 1975, a causa del exilio político que padeció a lo largo de una década, tras la llegada de Pinochet al poder.
–Si bien sus canciones siempre se apoyaron en diferentes estilos musicales, ¿por qué esta vez optó por el tex mex?
–A Perrosky (se refiere al alter ego del músico de rock y productor Alejandro Gómez) lo conocí hace varios años. Luego de escuchar un casete suyo que me dio, le pedí que masterizara mi primer disco, Canciones y poemas, que lo hice en Inglaterra en 1985. Así que no dudé en convocarlo para que produjera One, two, tres, cuatro cuando empecé a pensar en esta cosa medio fronteriza. Se trata de la música como parte de la migración de las culturas, de la separación de los países, y eso lo encuentro maravilloso. En la década de los cuarenta, el cine mexicano irrumpió en Chile de manera increíble, y con éste llegó ese sonido.
–Aunque se lo considera un artista de rock, la música popular latinoamericana es una constante en su cancionero. ¿A qué se debe esa necesidad?
–Tiene mucho que ver con la biografía de uno. Empecé a escuchar la música mexicana a los cinco años, gracias a las empleadas domésticas. Y mi otra influencia fue la televisión de los sesenta, los programas que llegaban de los Estados Unidos. Me preocupaba la ausencia latina, y esa respuesta la encontré cuando vi en vivo a Los Lobos, en Londres, en 1987. Recuerdo que llamé a Robert Wyatt (ex integrante de Soft Machine e icono del rock progresivo) para preguntarle si podía ayudarme a ubicarlos, a lo que me contestó: “¿A esos guatones con pinta de indio?”.
–¿Era amigo de Robert Wyatt?
–Hablé con él sólo esa vez, y por teléfono. Además sabía que tenía varios amigos chilenos. Lo conocí porque grabó un disco maravilloso, Nothing Can Stop Us (1982), que contiene un cover de “Arauco tiene una pena”, de Violeta Parra. Tras quedar inválido, Wyatt comenzó a sufrir de insomnio, y sintonizaba Radio Moscú en inglés, lo que le permitió adquirir conciencia de izquierda. Al punto de que terminó siendo militante comunista y ahí se interesó por Chile y por Víctor Jara. Ese álbum también tiene “Stalin Wasn’t Stallin”. Ese tema, e “Imagine” de John Lennon, fueron los puntos más altos que alcanzó la canción política.
–¿Qué aprendió durante el exilio?
–Que Chile no existe. Pero claro, quien nos hizo famosos fue Pinochet, lamentablemente. Más que Neruda o Jorge Robledo, un futbolista chileno que jugó allá en los cuarenta. Y esa no existencia te lleva a reafirmarte en lo que tienes. Por eso para la construcción de mi obra fueron fundamentales el boom latinoamericano, la nueva canción chilena o la zamba argentina. El primer tema que compuse en el exilio fue una milonga. En aquellos años había un grupo muy de moda, Bay City Rollers, que eran unos gallos prepunks. En el fondo, era la nada.
–En Chile lo llaman “el poeta del punk”, ¿pero realmente fue testigo del surgimiento de esa escena en Inglaterra?
–Estuve en el meollo del asunto, y no deja de sorprenderme. Era militante de las Juventudes Comunistas y me pasaba todo el día trabajando activamente, recibiendo a exiliados, armando actividades de solidaridad con Chile, estudiando inglés y luego sociología. Y el punk, en esa época, era parte del paisaje urbano. La primera vez que vi a un tipo con tantos aros y un peinado mohicano, me pegó porque era latino en Inglaterra. Y eso me dio mucha rabia.
–¿Cómo se ajusta su tema “Los tangolpiando”, en el que se pregunta “cuándo llegará el socialismo”, a esta última década en América latina?
–El nombre que se les pueda poner a los sistemas políticos es relativo. Pero creo que la contradicción entre capital y el sentido humano es cada vez más aguda. Chile, por ejemplo, es un país al servicio del capital. Y la gente observa eso, no encuentra una salida y descree. En la medida en que haya una política del cambio, nos acercaremos a una realidad más humana, y tal vez más socialista.
–¿Y qué tan cerca está su país de esa realidad?
–No tenemos nada de socialistas. Que la presidenta sea del Partido Socialista es casi una anécdota. Chile fue un laboratorio del capitalismo, con Pinochet a la cabeza, y les dejó este paquete a los “salvadores”. Pero los medios tratan de opacar y silenciar eso. Hasta la oposición está financiada por la derecha.
–¿La actual escena musical chilena da cuenta de esa situación?
–Un grupo como Astro es volver al pasado, significa regresar a la canción sin sentido. Tampoco en Javiera Mena o en Gepe veo contenido. Y la cumbia es la solución más fácil para llevar gente y vender cerveza. Por eso creo que la respuesta a esto es la música de las poblaciones: el hip hop combativo, el folklore de Manuel Sánchez. Pero hacer canciones y decir cosas no es fácil, a menos que caigan en un panfleto interminable. Y de ésos hay muchos también.
–Ante esto, ¿siente que sus canciones están fuera de contexto?
–Sin duda. Nadie hace lo que hago yo. No hay un grupo ni solista que hunda las manos tan hondo en la realidad.
–¿En qué se diferencia su canción de su poesía?
–La canción implica un compromiso con alguien que la va a escuchar, y creo tener respeto por eso. Mientras que en la poesía yo perdí respeto por ese compromiso. Es la libertad absoluta.
–¿Cómo se siente al saber que es una figura incómoda en Chile?
–Cuando se organizó el Primer Encuentro Internacional de Escritores Chilenos, en 1990, me invitaron a las etapas previas para que fuera gente. Luego hicieron un cóctel, pero no me avisaron. Le conté a un periodista uruguayo amigo sobre esto, y me contestó: “Vos sos un francotirador, y un francotirador no puede reclamar nunca”.
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