MUSICA › NESTOR GARNICA Y LA PRESENTACION DE SU NUEVO DISCO, LUNITA DEL VIOLINERO
“La luna es un estandarte para nosotros, nos acompaña en cada noche, cada viaje, cada escenario”, sostiene el músico, que esta noche en la Ciudad Cultural Konex dará cuenta de gatos, zambas, vidalas y huaynos, pero poniendo el acento, claro, en la chacarera.
› Por Cristian Vitale
Para darle un toque distintivo “y de calidad”, tal como él lo define, citó e intervino a otros dos peso pesado del pago: Peteco Carabajal y Horacio Banegas. Para nutrirlo de otros colores –además de los suyos–, tomó piezas de Agustín y Juan Carlos Carabajal, de Chingolo Suárez, del Bebe Ponti y del mismo Banegas, y las releyó a su sachera manera. Para estrenarlo en Buenos Aires eligió la Ciudad Cultural Konex. Y para titularlo, se basó en la idea de la luna como “estandarte” de músicos y cantores. “Digo que la luna es un estandarte para nosotros, porque nos acompaña en cada noche, cada viaje, cada escenario. Lunita del violinero (tal el nombre del disco) evoca a esa magia que la luna nos transmite, esa energía que nos impulsa a dejar lo mejor de nosotros en cada show. Una compañera siempre presente que, a pesar de las nubes, alumbra siempre el camino a desandar”, introduce, folklórico, Néstor Garnica, violinero, cantor y compositor santiagueño, que presentará su flamante trabajo esta noche en el galponazo cultural de Sarmiento al 3100.
Un trabajo poblado de doce piezas que no desdeña gatos, zambas, vidalas y huaynos, pero cuyo eje está dado indefectiblemente por la chacarera. “La chacarera es para mí una expresión propia del santiagueño, una poesía que cabalga sobre esa rítmica tan fiestera que todos conocemos. Me animo a decir que es vida... que es identidad, alegría y tristeza de un pueblo. Bondad, hospitalidad, comunión, amistad, compromiso con la gente, virtudes del santiagueño y sentimientos expresados en este arte, el cual llevo a cada lugar al que voy a cantar. Me enorgullece ser un defensor más de esta filosofía de vida”, define Garnica, como le cabe a un musiquero precoz, que aún no había llegado a cumplir trece años cuando ya se juntaba con el mismísimo don Sixto Palavecino a tocar chacareras en el emblemático Alero Quichua. Y que, fruto de ese pacto iniciático con los enigmas musicales de la salamanca, pudo pasear esos misterios por buena parte de Latinoamérica y Europa, tanto como conservarlos en el pago santiagueño.
–El último día de marzo se cumplieron cien años del nacimiento de Sixto Palavecino, un personaje clave para sus orígenes musicales y el de tantos musiqueros santiagueños. ¿Cómo se le ocurre evocarlo?
–Como un gran compositor y cantor, un maestro de nuestra cultura que con su violín regó de chacareras a todo el país. Lamentablemente nos dejó hace unos años, físicamente... pero está siempre presente en sus coplas, que lo trasportan a un lugar mítico de la conciencia del pueblo cada vez que un chango canta sus canciones. Festejo con entusiasmo estos cien años de su nacimiento, y miro hacia el pasado y veo el gran trabajo que este señor ha hecho por nuestra cultura. Sin dudas, abrió los caminos de una manera especial para todos nosotros.
–Y para usted, puntualmente, que tuvo un temprano arranque en el Alero Quichua...
–Sí, porque el Alero fue un importante programa de radio en el que desde niño me dieron el espacio para poder expresar mi musicalidad, y de esa manera dar continuidad a la cultura de mi pueblo. Yo era uno de los niños cantores que se presentaban allí y jamás olvidaré cuando, siendo muy niño, don Sixto me escuchó tocar el violín y me dijo: “Vos podrías andar muy bien con el instrumento, deberías dedicarte a estudiarlo”. Desde ese momento nunca más me separé del violín, que me abrió las puertas más importantes de mi vida. Estoy agradecido por ese espacio, por la amabilidad de toda la gente que trabajaba y lo producía, porque me ayudó a madurar y entender desde chico lo que significaba el folklore, ese sentimiento tan profundo de mi tierra.
Y que el músico expresa tanto en Violinero del tiempo –su disco anterior– como en este Lunita del violinero donde, dicho está, las chacareras se ensamblan y perviven junto a gatos, zambas, huaynos y vidalas. La profunda “Vidala en re” que abre el disco, por caso. “Este es un tema que compuse hace muchos años, y sentí que éste era el momento para darlo a conocer. Me gusta al punto que decidí colocarlo como primer corte dentro del disco, marcando ese momento telúrico del inicio”, explica Garnica, que no es el duende, claro, y que ve al sentido gato “Florencio de Santa Catalina”, como un homenaje “muy sentido” a un abuelo suyo, y al huayno “La niña de los ojos claros” como una mera canción de amor. “Un amor muy profundo que me dio la vida y que está plasmado en esta poesía y melodía”, define el hombre, hoy aquerenciado en La Plata, pero con el alma invariablemente clavada en el monte santiagueño. “Elegí hacer ‘El remolino’ y ‘A Loreto’, de Chingolo Suárez –otro peso pesado del pago–, porque son simplemente bellas e ilustrativas del sentir santiagueño, de ese paisaje mágico al cual pertenezco en esencia”, finaliza.
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