MUSICA › LA FILARMONICA INTERPRETO OBRAS DE GORECKI, KHACHATURIAN Y LUTOSLAWSKI EN EL COLON
La orquesta se lució como un organismo versátil, parejo en todas sus filas y con solistas extraordinarios. Fue dirigida por Antoni Wit, un conductor notable y posiblemente el máximo especialista actual en las estéticas derivadas de la vanguardia polaca de la década de 1960.
› Por Diego Fischerman
Eran los años de la ultracomplejidad. De lo que se trataba era de lograr la mayor información posible. Y, en general, simultáneamente. El fenómeno comenzó, para la música, en el campo de la tradición académica. Pero no se quedó allí. A partir de tradiciones populares, desde el tango y el jazz hasta el recién nacido rock’n’roll, comenzaron a aparecer músicas cada vez más demandantes de atención exclusiva. Músicas en las que la dificultad de composición, de interpretación y de escucha llegaron a niveles inéditos. Y entonces llegó la nueva simplicidad. Con Henrik Gorecki como uno de sus adalides surgió, en Polonia y en algunos de los países bálticos, una nueva corriente –algo así como el punk de la música clásica– que negaba todo lo que había sido importante hasta el momento.
Genio para algunos y la más perfecta encarnación del Gardiner de Desde el jardín, Gorecki elaboró una estética en la que algunos elementos de las corrientes repetitivistas estadounidenses e inglesas se integraban con un estatismo de larga escala y un sentido fuertemente tonal (o modal, eventualmente). Ante la pregunta de si estas nuevas composiciones no estaban, simplemente, volviendo a pintar la Mona Lisa, podría decirse que, aunque la armonía y cierto sentido melódico fueran los del pasado, el sentido de temporalidad y la narratividad eran absolutamente nuevos. En todo caso, y más allá de las valoraciones, una obra de Gorecki suena, sin duda, a su época. Una época que rechazó, con fuerza, el espíritu de modernidad y la fantasía evolutiva que habían alimentado a la música alemana –y a sus satélites– durante dos siglos.
La Filarmónica de Buenos Aires, en un concierto en el que se lució como un organismo versátil, parejo en todas sus filas y con solistas extraordinarios, fue dirigida por el polaco Antoni Wit, un conductor notable y posiblemente el máximo especialista actual en las estéticas derivadas de la vanguardia polaca de la década de 1960: Krzysztof Penderecki, Witold Lutoslawski y Gorecki, que en sus comienzos perteneció a esas filas. El final del concierto, en el que el director, durante los prolongados aplausos del público, dio la mano a cada uno de los integrantes de la orquesta que estaban en las primeras filas, y abrazó a varios de ellos, después de una interpretación de gran nivel para el virtuosísimo Concierto para orquesta, de Lutoslawski, bien sirve de resumen. Y el comienzo, con las intensas –e intensamente naïve– Tres piezas en estilo antiguo de Gorecki, escritas sólo para cuerdas y terriblemente difíciles (y delatoras) en su sencillez extrema, habían sido una prueba de fuego de la que la Filarmónica salió, también, airosa.
Quedarán para el recuerdo el ajuste (apenas uno o dos pequeños desfasajes en los ataques), la sutileza en los matices y la belleza de algunos solos (violín, corno inglés) en el Concierto para orquesta, una obra escrita en 1954 en la encrucijada entre las acusaciones de “formalismo” recibidas del stalinismo y la necesidad del Lado Este de las cosas de mostrar que allí también había modernidad y, mejor aún, solventada por el Estado. La obra, inspirada en la que Bartók había llamado de la misma manera, desarrolla las posibilidades de distintos grupos instrumentales y solistas; premiada en su momento, fue la composición por la que el entonces Occidente conoció a Lutoslawski, quien, aunque luego incursionó en lenguajes cercanos a la indeterminación y lo aleatorio, siempre la reivindicó como la única de sus obras de ese período que, según él, tenía valor.
El aspecto menos interesante de la noche fue la obra con solista, el Concierto para violín y orquesta, de Aram Khachaturian, transcripto para flauta, con autorización del autor, por Jean-Pierre Rampal (quien cambió la cadenza del solista). Interpretado con corrección por Claudio Barile (primer flautista de la Filarmónica), que descolló en los pasajes líricos y en los momentos que demandaban mayor expresividad, la obra, firmemente anclada en el Realismo Socialista, no logra trascender el aire a música de film soviético de los ’50. Y si en el Concierto de Lutoslawski el virtuosismo es constitutivo de la estructura y se erige en eje formal, en el de Khachaturian no pasa de ser un mero show. Con algunos restallantes temas folklorizantes aquí y allá y una orquestación ampulosa y poco elegante, esta obra funcionó más como anticlímax que otra cosa. Tampoco Wit mostró entusiasmo con ella, como si su inclusión se hubiera debido más a una sugerencia de la dirección de la orquesta que a su propia decisión.
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