El tango fue, alguna vez, la música de todos los días. Se componían tangos porque casi no cabía componer otra cosa. Ya en la década de 1960 las cosas habían cambiado. Y, podría decirse, el género nunca acabó de asimilarlo del todo. No obstante, entonces y todavía ahora, creadores e instrumentistas hacen sus apuestas en esa mesa. Algunos desde un lugar más distante, como Diego Schissi, que dice venir “de otro lado”. Otros, aun cuando componen óperas y piezas de concierto, como Pablo Mainetti, o se acercan en sus interpretaciones al universo de la música de cámara, como Sonia Possetti, no dudan en sentirse, sobre todo, músicos de tango, aunque a veces de una manera conflictiva.

Ellos tres son parte de un programa que pone en escena esa tensión: la Orquesta del Tango de Buenos Aires interpretará, hoy a las 20, en la Usina (Caffarena 1, esq. Pedro de Mendoza), obras nuevas de diferentes creadores actuales, escritas especialmente para ella. “La posibilidad de tener una orquesta a disposición es maravillosa”, dice Schissi a Página/12. “Frente a ese estímulo, uno puede reaccionar de diferentes maneras. Yo, esta vez, aun sabiendo que guardaba para más adelante la posibilidad de ir más a fondo con algunas cuestiones, decidí componer sin cuestionar las tradiciones ni del género ni de la orquesta sino, más bien, aprovechándolas. Jugando a favor de ellas.” El pianista y compositor, que integró durante años el notable Quinteto Urbano y grabó varios trabajos excelentes (entre ellos, Tongos y el reciente Hermanos, donde su quinteto se junta en vivo, en el Café Vinilo, con el Trío Aca Seca), eligió, para “La yeta-13”, trabajar con cuerdas, bandoneones, flauta y clarinete. El programa se completará con “Un Kilo y dos pancitos”, de Juan Pablo Navarro; “Loquedia I”, de Juan Esteban Cuacci; “Hora Pico”, de Damián Bolotin: “Bocha de Tango”, de Ramiro Boero: “Paisaje azul”, de Possetti; “Osvaldo y Osvaldo”, de Daniel Ruggiero; “Entre las cuerdas”, de Pablo Agri; “No habrá más penas ni olvido”, de Nicolás Guershberg; “Ony”, de Carlos Corrales, “Amanecer tanguero”, de Pablo Motta, y “Rogenie”, de Mainetti.

Para Possetti, alumna de Horacio Salgán, pianista de Leopoldo Federico y miembro de un exquisito dúo con el violinista Damien Bolotin y de su propio sexteto, esta fue “la oportunidad de trabajar con un formato distinto”. “Una orquesta de tango implica una tradición y una particular relación con la historia del género; pero yo no me hice cargo de eso. Llegar desde afuera me permitió pensar la orquesta, simplemente, como un conjunto de posibilidades musicales para hacer algo que tal vez con mi grupo no podría hacer y no sentirme prisionera de un cierto deber acerca de lo que una orquesta de tango significa. No me puse límites ni paredes externas; los límites, en todo caso, son los míos. Por otra parte, si la orquesta pide estas obras supongo que también es porque quiere experimentar nuevos lenguajes y desacartonar una tradición. Ir hacia otras miradas.”

En cuanto a las elecciones de instrumentación, tal vez el más radical, en un sentido, haya sido Mainetti. También bandoneonista y miembro de esta orquesta durante años, dice: “Lo primero que hice fue sacar todo lo que perteneciera a la orquesta típica tradicional (la Orquesta de Tango de Buenos Aires incluye además vientos, guitarra y bajo eléctricos y percusión). Lo que planteé fue un homenaje. Toqué años en esta orquesta. Y en esos tiempos hubo una persona que fue muy influyente para mí, Carlos García. Esta obra es un homenaje a él y a Leopoldo Federico. Lo que hice fue tomar un tango que a ambos les gustaba mucho, ‘El ingeniero’, y trabajar sobre él. Y lo hice pensando en el sonido, el pensamiento, el color de esta orquesta. Podría haber hecho otra cosa pero decidí que fuera eso, un retrato de grandes músicos y de un gran sonido”.