MUSICA › NEY MATOGROSSO PRESENTARá ATENTO AOS SINAIS EN BUENOS AIRES
A los 72 años, el cantante brasileño salta de un proyecto a otro, aunque confiesa que le gusta recluirse en la reserva natural que creó en Río de Janeiro. Su último álbum, que mostrará en el Coliseo el 16 de mayo, tiene una intensidad brutal, hasta metalera.
› Por Gloria Guerrero
Quien ha cumplido 72 años de vida y celebra ahora cuarenta en escenarios, bien podría apachorrarse, cocinar un guiso suave –perfumado con todos sus laureles– y dedicarse a modular bajito. Sin embargo, el más reciente trabajo de Ney Matogrosso, Atento aos sinais (Atento a las señales), es un disco de una intensidad brutal y, por momentos, hasta metalera. La gira de presentación del álbum comenzó hace poco más de dos años. “Ya estuve en Europa y, claro, en todas las ciudades del Brasil. Atento aos sinais es una obra muy bien recibida; no tuve ningún problema, aunque muchas de las canciones estén firmadas por compositores muy jóvenes y poco conocidos”, se entusiasma. Hace algunas semanas dio el primer show en Montevideo de toda su historia; en esa ciudad se realizó esta entrevista (en un hotel que hoy se levanta en el mismo pozo donde alguna vez estuvo preso el ex presidente José Mujica, con quien Ney, horas antes, había compartido una cálida reunión). Y el artista regresará a Buenos Aires el 16 de mayo, por primera vez en la Argentina luego de catorce años. Muchas “primeras veces” para quien ha hecho mil veces casi todo.
Es que Matogrosso sigue atento a las señales. Se lo ve estupendo; la leyenda cuenta que él afirma que todo estará bien... siempre y cuando le calce la misma talla de jeans que usaba hace más de medio siglo. Y, créase o no, le sigue calzando.
Entiende y responde en un castellano claro pero poco elaborado y algo cocoliche, algunas de cuyas peculiaridades se respetan aquí.
–Durante cuarenta años buscó minuciosamente autores que entendieran sus sentimientos o su cerebro. ¿Alguna vez pensó en componer?
–Yo intenté, pero no pienso que sea mi don; pienso que para hacerlo tendría que tener el don, pero mi don no es componer. Mi don es otro. De todas mis músicas, dos letras fueron mías... pero ahí vi que ésa no es mi playa.
–Pudiendo ahora haberse repantigado en su trayectoria o bien en repetir clásicos o “señales” más íntimas, eligió en Atento aos sinais un repertorio abrumador. ¿Por qué?
–Es la primera vez que hago un trabajo que, pretendí, estuviera conectado con el mundo ya mismo, en este momento. Jamás había pasado por mi cabeza hacer algo así: siempre canté cosas que tenían que ver con mis propios pensamientos y sentimientos, pero esta vez quise estar conectado con el mundo... y con el momento de ahora.
–Son tiempos difíciles.
–Sí, por eso. Por eso mismo me interesó tocar estos asuntos: reuní composiciones de gente muy joven y las mezclé con otras de grandes estrellas de la música brasileña como Paulinho Da Viola, Caetano Veloso, Martinho da Vila, Vitor Ramil, Arnaldo Antunes o Lenine... Y quedó muy bien. No fue fácil.
–Lo suyo nunca ha sido lo fácil.
–No, a mí lo fácil no me interesa. Y en Atento aos senais hasta hubo cosas premonitorias: cuando presenté en vivo “Incéndio” (remota canción de Pedro Luis; segundo track del disco), ese “incendio” no había ocurrido todavía: cuatro meses después, el pueblo brasileño salió a las calles para reclamarle a su gobierno. Fue un verdadero incéndio.
–También hubo disparatadas “premoniciones hacia atrás”: en 1975 usted grabó con Astor Piazzolla un poema de Borges: “1964”, que enseguida fue prohibido en el Brasil porque –se dijo– la canción remitía al golpe de Estado militar brasileño-norteamericano de 1964 contra el presidente João Goulart.
–Yo recién me había ido de (la banda) Secos & Molhados y fui al Teatro Municipal de Río de Janeiro para ver a Piazzolla; él siempre fue un suceso inmenso en mi país: Astor era adorado. Llegué hasta su camarín y le dije: “Piazzolla, soy un cantante nuevo del Brasil, estoy comenzando mi carrera y me gustaría mucho cantar una canción compuesta por usted”. Me preguntó: “¿Cómo es su nombre?”; “Ney Matogrosso”, y me dijo: “Lo conozco, usted estaba en un grupo; no sé cómo se llamaba...” (Sonríe.) Sí, sí... pero él sabía. Ahí mismo me propuso: “¿Usted puede ir a Italia a grabar con mi banda?”. “Claro”, le dije. Fui a la compañía grabadora y avisé: “Tengo que ir para Italia a grabar con Piazzolla; si ustedes no me envían, yo voy de cualquier manera”. Y aquellas dos canciones que grabé con Piazzolla –la otra fue “As ilhas”– salieron como un simple dentro de mi LP Agua do Céu - Pássaro (1975); fueron mis primeras canciones como solista.
Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo; un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar. La vida es corta y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha: la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor. La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada; lo que era todo tiene que ser nada. Sólo que me queda el goce de estar triste, esa vana costumbre que me inclina al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina. (Jorge Luis Borges, “1964”.)
“Y entonces volví desde Italia al Brasil con aquellos temas en mis manos y busqué a un gran músico, (el trompetista) Márcio Montarroyos –quien ya murió–, y Márcio me dijo: ‘Esto es muy serio’; para él era algo muy bueno, como un cartón de visita (tarjeta de presentación). Me pidió que armara una banda para hacer esto y mucho más, y entonces monté un grupo maravilloso (N. de la R.: Entre otros, el brasileño Chacal, el norteamericano Bruce Henry y el argentino Claudio Gabis): no teníamos bandoneonista pero tocábamos el acordeón, con un arreglo diferente. Ahí fue cuando nos censuraron por la supuesta referencia al golpe militar... Como si Borges hubiera escrito ‘1964’ por eso (sonríe).”
En 1974, con Secos & Molhados, Matogrosso había cantado también palabras de Julio Cortázar (su “Poema del observatorio” convertido en “Tercer Mundo”: Tercer mundo global del hombre sin orillas, chapoteador de historia, víspera de sí mismo). “Lo de Cortázar es muy fuerte... tan poderoso... No era un discurso, sino un desahogo. Quiero grabarlo de nuevo”, avisa. Con tanta argentinidad en la mochila, no se entiende su demora en volver aquí: “No es culpa mía”, se ataja. “Dependo de los empresarios”, lamenta.
–Durante décadas se insistió en que “hay muchos Matogrosso para mostrar”. ¿Es cierto?
–Yo no sé qué significa eso. Quizá se refieran a que hago siempre de forma diferente las mismas cosas que ya hice antes, pero no sé... Al principio yo pensaba que era esquizofrénico y que tenía dos personalidades; cuando miraba fotos decía: “Pero ése no soy yo, no soy yo, ¿quién es?”. Así de diferente era ese otro de mí. Pero no: cuando viré a artista, todo afloró y largué. Comencé con una manifestación artística muy agresiva, porque si en aquel momento no hubiera sido agresivo, el público lo habría sido conmigo. ¿Sabe cuándo cambió la relación de la gente conmigo? Cuando fui a un canal de televisión por primera vez y di una entrevista, así como estoy hablando con usted ahora: la gente creía que yo era “aquella cosa exótica” –algunos pensaban que me bañaba con collares y pulseras–, pero se entendió que era una persona normal. Soy normal. Con ideas diferentes, pero un ser humano como otro cualquiera.
–No cualquier humano abre tantas puertas.
–Sí, a manifestar con libertad, sí. No estoy “creando un personaje”: creo en lo que hago y en lo que hablo. Al principio fue sólo mi intuición: yo era un bicho que vivía en un país con un tirano en el poder, en una dictadura militar, y me las tuve que arreglar para moverme dentro de eso. Con el tiempo fui entendiendo. No fue fácil, pero en mi cabeza no había otro pensamiento; no hubiera podido hacer nada diferente de lo que hice. Nunca tuve interés por la política partidaria, pero sí tengo mucho interés por la libertad de expresión, de ideas; libertad de todo. En Brasil, mi comportamiento fue como un shock eléctrico. Cuando aparecía en la televisión, los padres sacaban a sus hijos de la sala para que no me vieran; entonces, imagínese... Pero no sé si lo mío era coraje, porque no tenía miedo. Sabía lo que estaba ocurriendo en mi país y sabía lo que podía suceder conmigo: tiraban personas vivas desde los aviones. Pero jamás di un paso atrás: cuando me decían “Tú estás exagerando”, exageraba más. Si me decían: “Usted está sobrepasando los límites”, los sobrepasaba más. Cuando comenzamos con Secos & Molhados éramos “aptos para todo público”; después nos prohibieron para menores de 14, luego para menores de 15, de 16; luego para menores de 18. Entonces, en una entrevista, dije: “Cuando me prohíban para menores de 21, voy a subir al escenario desnudo y con mis culhones en la mano”.
–¿Los testículos?
–Sí, en mi mano.
Olho Nu (Ojo desnudo; Joel Pizzini, 2013) es un documental acerca de toda la vida de Matogrosso; este film viene dejando huellas en importantes festivales de cine de todo el Brasil y también en España, Portugal, Alemania, su ruta. “Estuvo en cartel más de lo que yo esperaba”, se alegra Ney, aunque protesta un poco: “No es mi vida, es una fatia (rebanada) de mí; sé que es imposible poner toda la vida entera de una persona dentro de una película, pero para mí Olho Nu es sólo como una fatia de mi pensamiento y de mi historia. Incluso me quejé con el director de que no hubiera ninguna canción completa; cuando entran las músicas, es sólo para que formen parte de mi discurso. Es como un musical norteamericano; él lo pensó así, pero... ¡me habría gustado escuchar una canción entera! Igual, quien lo vea como un homenaje, está mal: estoy todavía vivo y sigo trabajando.”
“Y ahí no estoy como actor”, aclara quien alguna vez se definió como “un actor que canta”. La filmografía (como actor) de Matogrosso arrancó en la década de 1980 y sorprende (Caramujo-Flor; Poder dos afetos; A Volta do Bandido da Luz Vermelha; Primer día de un año cualquiera): en un film puede hacer de gay y en otro es capaz de personificar a un viejo heterosexual. “Soy libre para hacer todo lo que me interese, no tengo ningún problema. Si me contratan es porque piensan que puedo hacerlo y cuando miro el guión... si acepto, ¿por qué no?”
Hubo un actor que se planteó esto mismo cuando fue convocado a la serie acerca de la música popular brasileña Por toda minha vida (de la Rede Globo), pero le salió al revés: a Flávio Tolezani, por el “delito” de personificar al gay Ney, lo expulsaron de la iglesia evangélica de la que era miembro. “Ya ve usted en qué grado se encuentra Brasil; está caminando para atrás: las iglesias llegaron al poder y hasta al Congreso brasileño”, dice Matogrosso. El es muy crítico del presente de su país: “La última elección dividió al Brasil en dos. Es una tristeza. La economía brasileña, que era una economía que estaba muy segura, no lo es más. Por la corrupción. Mucha corrupción, y muy poca asistencia al pueblo. ¿Cómo se puede disculpar una cosa así?”
–¿Qué hace usted hoy, cuando no hace todo lo demás que hace?
–Hoy, la naturaleza es mi alimento: tengo un lugar en Río de Janeiro, un sitio grande dentro de la mata atlántica que transformé en una reserva natural; tengo cachoeiras (caídas de agua) que forman arcoiris maravillosos; tengo de todo: patos, pavos, gallinas de Angola, marrecos... Mi madre, de 93 años, está allí, aunque no vivimos juntos: cada quien tiene su casa. Prefiero este lugar antes que Nueva York; a Nueva York ya fui, ya vi, pero no me interesa: por ahora prefiero ir allá, a mi cachoeira. Cuido de los jardines de mi casa; con las plantas no es apenas regar: tienes que amarlas. Con tantas giras, extraño y siempre estoy pensando en la hora de poder volver. Y, aunque no soy fotógrafo, me gusta mucho sacar fotos; no tengo modo de huir del siglo XXI, pero aun así sigo con mi vieja camarita.
En escena, esta odalisca espacial es un huracán, un Superman plateado con tacones; es un Ironman con el corazón que se nota bien fuera del pecho. El show –arrollador, arrobador, encantador, imbatible– no termina con el público de pie; lo pone de rodillas.
“Yo vivo el presente; lo pasado ya fue. Entonces, guardo los buenos recuerdos... y ya aprendí de lo malo. En cierto momento entendí que los malos recuerdos me enceguecían como soles y aprendí; dije: ‘No quiero más’, y los dejé fuera. ¿Del futuro? No sabemos. Vivo hoy, pero consciente de lo pasado y consciente de la posibilidad del futuro. Vivo hoy, ahora, aquí, en este momento en que estoy hablando con usted. Ahora, en mi cabeza, con usted, éste es el último momento de mi vida. Y también, le digo a usted, éste el último momento de la suya. (Sonríe.) Así es; sí, lo es. Esa es la verdad.”
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