MUSICA › MóNICA ABRAHAM Y LA PRESENTACIóN DE SU DISCO CANCIONES BIENVIVIDAS
Luego de trabajar varios años con la guitarra de Jorge Giuliano, la cantante mendocina se apresta ahora a bucear en otras sonoridades. Para ello apeló a un repertorio de canciones en las que se acompaña por los propios autores: un gusto personal.
› Por Cristian Vitale
“Hay que salvar la palabra que nos queda”, dijo Hamlet Lima Quintana, en algún segundo inspirado de su tiempo, y parece que Mónica Abraham se lo viene tomando en serio, hace rato. Hay una historia detrás, claro, y también un presente que la refrenda: Canciones bienvividas, el disco que la cantora estrenará en público esta noche a las 21 en Hasta Trilce (Maza 177), con la idea de “concluir” un ciclo personal. Una sonoridad. “He venido grabando todos mis discos hasta hoy con una intención muy guitarrística, porque tuve la suerte de haber trabajado con Jorge Giuliano en casi todos ellos, y esa sonoridad es muy difícil de reemplazar. Amo esa guitarra, ese concepto, esa estética, pero ahora quiero incursionar en otros sonidos, en otras especies, aunque siempre de la mano de la canción, porque la canción está desprovista de cualquier prejuicio o encajonamiento... es letra y música, más allá de los géneros, y mi vida siempre ha sido así”, enmarca ella entre un fin que es fin en algún sentido, pero en otro no. En otro sigue siendo un axioma: la canción.
Y en el caso de varias de las bienvividas, es de a dos. De compartida. De dueto con amigos, amigas y estetas de la palabra o del sonido. “Había cosas que ya tenía producidas y quise darles un término en este disco”, aclara ella y encierra en tal fogón de estudio a “Relojito querido”, de y con Orlando Miño; “Vidrios dos olhos”, de y con Luis Carlos Borges; “Tardes de brisas”, de y con Nelson Avalos; “Deshojamiento”, de y con Ramón Navarro o “Corazón de pájaro”, de y con Horacio Molina, entre otras. “La verdad es que soy una cantante de canciones y, al tener ese concepto bien redondeado, puedo cantar lo que se me da la gana. La idea entonces fue recorrer ritmos de muchas geografías”, asegura Abraham, mientras degusta un dulce capuchino otoñal y piensa en clave de huayno, chamamé, zamba o tonada.
En géneros que viene abordando desde que le dio por cantar cuando niña y adolescente en su provincia adoptiva (Mendoza). Y que desarrolló en actos musicales como los ciclos del café Girondo que organizó en su provincia natal (Buenos Aires); la participación medular en La Manija (uno de los tantos proyectos del Chango Farías Gómez); algunas giras por Europa; y sus cinco discos a la fecha: ¿Adónde vamos? (2003), Noticias de mi corazón (2006), La pampa verde (2007), Mónica Abraham (2008) y el flamante Canciones bienvividas. “La idea fue tratar de dejar grabadas aquellas canciones que tenían una huella profunda en mi carrera”, redunda.
–Principalmente la versión de “Quien te amaba ya se fue”, la tonada de Alberto Rodríguez Escudero, que canta con el Chango Farías Gómez.
–Es una canción que salió en un momento de distracción, en un corte de los ensayos que teníamos con La Manija, porque con el Chango se ensayaba en serio... hay ensayos que han llegado a durar cinco horas (risas). Como él tenía una energía inacabable, en algún momento me decía “a ver, Turca, a ver qué podemos hacer acá” y nos copábamos cantando “Quien te amaba ya se va”... no sé qué habrán pensado los cuyanos del riesgo, pero quedó bárbara.
–Tal vez tan significativa como el huayno “Relojito querido”, de y con Orlando Miño. ¿Concuerda?
–Tal vez, porque es el único tema que he cantado con él. Miño significa una parte muy importante de mi trayecto musical en la década del noventa, una época de muy pocos espacios para los que le cantábamos al cancionero argentino. No había lugar para difundir repertorios de autores nuevos que andaban dando vueltas por Buenos Aires, y uno de ellos es Orlando, tan fresco, atorrante y noble a la vez ¿no?, y esa frescura se nota en su música. “Relojito querido”, como “Noticias de mi corazón” o “Aprendiz de mensajero” eran las canciones que andábamos tarareando de peña en peña, en las noches de bohemia de esa época difícil.
–Hay que atreverse a versionar “Las golondrinas”, de Falú y Dávalos. Difícilmente pueda superarse la belleza de su versión original, en las manos y la voz de Eduardo Falú.
–Para mí más que riesgo es un gusto, porque hay temas muy trillados, es verdad, temas que cansan, pero cuando son clásicos no te pueden cansar. Y además hay una frase que tomó relevancia en esta última etapa de mi vida: “Cuando los días se acorten junto a la sombra, y en mi alma caiga sangrando el atardecer, yo levantaré los ojos pidiendo al cielo volverte a ver”, porque yo siempre relacioné a las golondrinas con las esperanzas, con los proyectos, con el tener algo por qué vivir, con algo que el ser humano va perdiendo cuando se acerca a determinada edad. Entiendo que las personas que envejecen es porque perdieron las golondrinas, no porque se le vinieron los años encima. Y yo no quiero envejecer de eso. Quiero tener un sueño hasta el último minuto de vida.
–Se la apropió por ese lado. ¿Y por qué lado se apropió “Exilio”, de Alicia Crest?
–En 1999 fui convocada por la embajada argentina de Ecuador para celebrar los cien años del nacimiento de Borges, hecho que sucedió en distintas embajadas argentinas en el mundo. Y yo, como tenía a mi amiga Crest exiliada económicamente en Ecuador, fui a Quito y cuando llegué me di cuenta de que la ciudad está metida en una ollita. Sabiendo que ella amaba la llanura, le dije “cómo hacés para vivir sin la llanura” y me contestó: “La busco desesperadamente... es una agobio la montaña”. Y yo le respondí: “Estoy como si estuviese en mi casa de Mendoza”. Jugábamos con eso y, cuando regresamos a Buenos Aires, ella mandó por mail la letra de la canción que incluía parte de aquellas conversaciones: “Añoro los inviernos y la lluvia, la vibración del sur en los zapatos, la inmensidad del cielo en la ventana” (risas). Era como sellar con un poema tantos años de exilios que le habían tocado vivir a ella.
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