MUSICA › MARCELO LOMBARDERO Y UN DOBLE PROGRAMA EN LA USINA DEL ARTE
Dirigirá, a partir de mañana, Diario de un desaparecido, de Leos Janacek, y El pobre marinero, de Darius Milhaud. “Son obras muy distintas. Me interesó que está presente el tema del exilio”, dice.
› Por Diego Fischerman
En una de las obras hay alguien que se ha ido. En la otra, uno que vuelve. Ambas fueron escritas en los años veinte del siglo pasado. La composición de Diario de un desaparecido, de Leos Janacek, comenzó en 1917 y los últimos retoques son de 1920. El pobre marinero, de Darius Milhaud, fue estrenada en 1926. El texto de la primera, estructurada como una especie de ciclo de canciones, proviene de una colección de poemas publicada en un diario checo en 1916 y firmados por “un escritor autodidacta”. El de la segunda fue escrito por Jean Cocteau y su tema es, de hecho, el mismo que Albert Camus tomaría para El malentendido. Hay allí un asesinato, pero nada indica –y mucho menos la música, que juega al contraste extremo con el dramatismo de las palabras– si se trató de un accidente o de algo intencional.
“Lo importante es este espacio que se generó aquí en la Usina”, dice Marcelo Lombardero, el director de escena de ambos títulos, que se presentan a partir de mañana a las 18 en un doble programa. El lugar es la bellísima Sala de Cámara de la Usina (Pedro de Mendoza y Caffarena) y el director señala que “la elección de los títulos tiene mucho que ver con haber pensado en los intérpretes que participarían y, también, en la sala”. Con funciones, además de la del estreno, el domingo 31 y el 6, 7 y 13 de junio, los elencos estarán conformados por Gustavo López Manzitti, Graciela Oddone, Víctor Torres y Hernán Iturralde, más un ensamble de doce instrumentistas, con dirección musical de Martín Soteloen, en el caso del título de Milhaud, y por Pablo Pollitzer y Florencia Machado, junto al pianista Carlos Koffman y un pequeño coro femenino integrado por Ana Sampedro, Rocío Fernández y Sabrina Contestábile. Para Lombardero se trata, en gran medida, de “un reencuentro”. Y es que la mayoría de esos intérpretes compartió con él –a veces como cantante y en ocasiones como director de escena– muchas de las producciones del Centro de Experimentación del Colón, en sus comienzos, y del histórico Abono Siglo XX que había creado Sergio Renán. “Como dijo alguien, un poco en chiste y un poco en serio, somos la vieja vanguardia”, señala el director durante una pausa en el ensayo.
“Las obras son muy distintas; su estilo musical es muy diferente. Pero me interesó el hecho de que en ambas está presente el tema del exilio”, afirma Lombardero. “Y me parece importante, también, volver sobre esta clase de repertorio, que se ha quedado un poco trunco y que, después del cierre de la Opera de Cámara del Colón, quedó totalmente al margen de cualquier programación, incluso de las compañías privadas. Por otra parte, en la ópera hay una distancia forzosa. Y como si faltara explicitación, allí está el foso de la orquesta para separar a los cantantes de los espectadores. En este caso lo que hemos buscado es, precisamente, un acercamiento con el público. La sala permite una inmediatez muy poco habitual en el mundo de la ópera y nosotros hemos intentado aprovecharla”. El espectáculo se presenta con escenografía de Noelia González Sbovoda, vestuario de Luciana Gutman e iluminación de Horacio Efron. Y las dos obras comparten, por otra parte, algo más. En ambos casos se trata de composiciones sumamente atípicas en su estructura. La de Janacek, escrita, como la mayoría de sus composiciones importantes, cuando ya tenía más de sesenta años –y el amor por una mujer muy joven parece haber tenido mucho que ver con esa explosión creativa–, si bien parte de la referencia al típico ciclo de canciones de salón del Romanticismo alemán, da allí un giro inesperado: una unidad dramática y conceptual y la incorporación de otros personajes, logrando una especie de cantata escénica que, en realidad, acaba no pareciéndose a nada. En la ópera de Milhaud el efecto de extrañamiento tiene que ver con ese contraste entre su texto, casi folletinesco, y una música de una liviandad y un desapasionamiento extremos.
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