Domingo, 5 de julio de 2015 | Hoy
MUSICA › UN NOTABLE TRIBUTO A LA FIGURA DE MANOLO JUAREZ EN EL CENTRO CULTURAL KIRCHNER
El inicio del Festival Internacional de Piano significó una cita inolvidable en La Ballena Azul: diferentes combinaciones de músicos fueron descubriendo matices de la obra del homenajeado, que terminó subiendo al escenario para un momento de pura emoción.
Por Santiago Giordano
“Este es un homenaje también al quinteto Los Waldos, al Grupo Vocal Argentino, al Chango Farías Gómez...” Manolo Juárez, emocionado, multiplica y comparte lo que recibe: el aplauso interminable de la sala colmada.
Y el respeto de sus pares, esa parte profunda y vital de la música argentina que durante dos horas rindió tributo a su obra y a la tradición que representa: la de hacer música en las alturas, por sobre las chicanas del mercado y las sirenas del éxito inmediato, pensando que lo popular no necesariamente es lo que el pueblo recibe, sino, en todo caso, lo que el pueblo merece. El viernes, en La Ballena Azul, el imponente auditorio del Centro Cultural Kirchner, se llevó a cabo Tiempo reflejado, el homenaje a Manolo Juárez que más allá de la parcialidad plural de los nombres, celebró una manera de hacer música, de pensar y fraguar el sonido de una tradición en movimiento. El concierto, que contó con la dirección artística de Lito Vitale, fue además el inicio del Festival Internacional de Piano, la manifestación que hasta los primeros días de agosto reunirá en el flamante Centro Cultural Kirchner a variadas singularidades del teclado y sus asociaciones posibles. Es significativo que el festival haya incluido en su primera jornada el homenaje a una de las figuras más importantes de la música argentina. Pianista, arreglador y compositor, Juárez ocupa además el lugar de maestro y guía de varias generaciones.
Lito Vitale, al frente de una banda que se completaba con Víctor Carrión en saxo y quena, Lucas Homer en bajo, Roberto Calvo en guitarra, Colo Belmonte en batería y Facundo Guevara en percusión, fue el encargado de abrir con “Al pie de la cordillera”, de Oscar Alem, tema que el mismo Alem grabó con Movimiento, el grupo que formó a inicios de la década de 1980 junto a Cacho Rito, y que bien se inscribe en la idea de música que la noche invocaba.
Enseguida, la música de Juárez se convirtió en un prodigioso laboratorio. Lilián Saba en el piano y Daniel Homer –señalado por el mismo Juárez como el impulsor de maneras superadoras de la guitarra en el folklore– interpretaron la “Cueca a Daniel Homer”. Diego Schissi, en trío con Facundo Guevara y el Mono Hurtado, dio su versión de “Presencia del diablo” y enseguida anunció la llegada de Juan Carlos Baglietto y Silvina Garré, que cantaron “Pablo y Alejandro”, con letra de Víctor Heredia.
Manolo o Manuel, Juárez es Juárez también por su prodigalidad a través de los géneros y su capacidad de moverse con naturalidad en los distintos gabinetes de la musicalidad. Fue él, por ejemplo, quien para superar los tan incómodos como imprecisos “música clásica”, “académica” o “erudita”, empleó el más práctico “música sinfónica y de cámara”. El segmento dedicado a su producción de cámara tuvo dos intérpretes superlativos. Haydeé Schvartz desentrañó con maestría “Mutaciones”, que con asombroso sentido del claroscuro administra densidades con un refinado lenguaje pianístico. Más luminosa acaso, pero con el mismo atento instinto armónico, “Sagitario”, para violín solo, tuvo en Elías Gurevich otro intérprete inmenso.
Enseguida, Verónica Condomí y Pablo Fraguela dieron su versión de “Invitación a la nostalgia”, zamba que Juárez compuso junto a Luis Ruiz y Alejandro Erlich Oliva y que había grabado hace 44 años en el disco Trío Juárez + 2. Llegó después uno de los momentos más celebrados de la noche: Marián Farías Gómez, Galo García, Rubén “Mono” Izarrualde, Carlos “Negro” Aguirre, Mono Hurtado y Roberto Calvo recrearon la versión de “Chacarera de un triste”, parte de Contraflor al resto. Una perla preciosa, de aquel espectáculo que fue disco también, protagonizado por Manolo, Marián y Chango Farías Gómez en los albores de la década de 1980 y que entre otros méritos tuvo el de retomar muchos de los argumentos de la elaboración musical sobre las raíces, suspendidos también por la ignominia de la dictadura.
Leo Sujatovich presentó su mirada sobre “Tarde de invierno”, con un sutil Facundo Guevara en percusión; Luis Salinas y Lito Vitale jugaron con desparpajo, primero sobre la zamba “Mujer y amiga” y enseguida sobre “Criollita santiagueña”, antes de que Adrián Iaies llevara “Mora” a su lúcido territorio de jazzista, en trío con Guevara y Hurtado. Jorge Navarro fue otro momento importante de la noche. El pianista, una de las marcas más características y queridas del jazz de Buenos Aires, bromeó sobre “el arreglo más hermoso que se hizo de ‘Zamba de mi esperanza’”. Primero usó palabras y enseguida el piano, desplegando imitaciones y variaciones que desde distintos ángulos abrían nuevas puertas para entrar a una de las que sabemos todos.
Genio, talento, sinceridad, coherencia, fueron algunos de los tantos adjetivos con que los participantes saludaban a Juárez que, al final dejó su butaca en la primera fila para sentarse al piano. “La doble” y “La loca”, dos productos de las fatigas de Andrés Chazarreta, fueron el corolario, la rúbrica que terminó de dar sentido a una noche en la que música y afecto se potenciaron en nombre de Manolo Juárez y esa manera de hacer y pensar la música que, por lo que se escuchó, es ya una tradición lanzada hacia el futuro.
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