MUSICA › DANIEL BARENBOIM Y LA ORQUESTA WEST-EASTERN DIVAN EN EL TEATRO COLON
El Festival de Música y reflexión, que se extenderá hasta el 8 de agosto, tuvo una apertura extraordinaria. Con un programa poco común y hasta desafiante, el director argentino comandó a un grupo de músicos caracterizados por la versatilidad y el talento.
› Por Santiago Giordano
La música como herramienta de acercamiento, camino del conocimiento, del diálogo, claro. Pero por sobre todo eso, la misión irrenunciable de la búsqueda de la excelencia artística. El viernes comenzó en el Teatro Colón el Festival de Música y reflexión, la serie de conciertos que hasta el 8 de agosto tendrá como protagonista a Daniel Barenboim, al frente de la orquesta West-Eastern Divan. El festival contará también con la participación de Martha Argerich, tocando en dúo de pianos con Barenboim y como solista con la orquesta. Argerich es miembro honorario de la orquesta que toma el nombre de una obra de Wolfgang Goethe, fundada en 1999 por el mismo Barenboim y el filósofo palestino Edward Said, para entre otras cosas fomentar la convivencia y el diálogo intercultural entre jóvenes músicos de Israel, Palestina y otros países árabes de Medio Oriente. Además de conciertos en el Teatro Colón con programas que reflejan la amplitud de la tradición musical europea y sus continuidades, el festival prevé un programa con música árabe e iraní, a cargo del ensamble Shiraz y el dúo integrado por Kinah Azmeh (clarinete) y Dinuk Wijeratne (piano). En este contexto, también está prevista la serie de Conciertos por la Convivencia a cargo del quinteto de bronces de la orquesta West-Eastern Divan. El ciclo dentro del festival se llevará a cabo sucesivamente en una mezquita, una sinagoga y una iglesia católica de Buenos Aires.
El comienzo del festival resultó óptimo desde lo artístico, ante una sala llena y expectante y un programa poco común, interesante desafío para intérpretes y público. Un programa que no es sino el rasgo que termina de definir el espíritu de la orquesta y a su director. El repertorio elegido planteó una línea precisa que recorre uno de los caminos posibles para explicar los procesos creativos y las transformaciones del último siglo y pico: Richard Wagner, Arnold Schoenberg y Pierre Boulez. Y además mostró la versatilidad de esta orquesta en la que israelíes y palestinos tocan la misma música, que apeló a sus solistas y al espíritu camarístico que subyace en toda buena formación orquestal.
El Idilio de Sigfrido, que Barenboim dirigió sin partitura y, como hará a lo largo de todo el concierto, sin batuta, fue la primera obra del programa. Se trata de un memento especial de un Wagner íntimo y casi doméstico, no sólo por el empleo de la pequeña orquesta, sino además por las dedicatorias que sugiere la obra, en las que se encuentran y se combinan su mujer Cosima, su hijo Sigfrido –nacido un año antes–, la Navidad de 1870, la villa a orillas del lago de Lucerna. En fin, otro rasgo evidente del sentido práctico del alemán errante. La ejecución de Barenboim jugó sobre la delicadeza de la trama y reflejó con precisión camarística la transparencia del sonido urdido con algunos motivos de Sigfrido, La tercera jornada de la tetralogía El anillo de los nibelungos, a partir de los cuales se elabora la obra.
La Sinfonía de cámara nº1 Op. 9, de Schoenberg, fue el momento culminante de la primera parte del programa. Escrita en 1906, es una obra emblemática de una época que de distintas maneras buscaba alternativas a los agotados ordenamientos del sistema tonal. Schoenberg plantea soluciones armónicas originales, como el empleo del acorde por cuartas como elemento estructural, en lo armónico, y la articulación de las distintas secciones en una gran forma sonata, en lo formal. La lectura de Barenboim exaltó la fibra romántica que subyace en la música Schoenberg, evidenciando una sintaxis de contrastes temperada por un implacable sentido rítmico, que los instrumentistas reflejaron con particular sensibilidad y precisión.
La segunda parte del programa incluyó la primera ejecución en Argentina de Sur Incises, una obra de Pierre Boulez sobre otra obra suya, según un hábito recurrente en la producción tardía del compositor francés. En 1994 Boulez escribió, a pedido de Maurizio Pollini, una pieza de ocasión que sería obra obligatoria en la edición de ese año del concurso internacional de piano Umberto Micheli. Sobre esa obra, Incises, una página breve, brillante al extremo y sostenida por un sentido de movimiento perpetuo, algunos años después elaboró una proyección sonora para tres pianos, tres arpas, y tres percusionistas con sets que incluyen marimba, vibráfono, timbales, glockenspiel, crótalos, campanas tubulares, steel drums. El resultado es una especie de juego de espejos, en el que la obra para piano solo hace retumbar continuamente y de varias maneras su gesto inicial en el ensamble para adquirir otras dimensiones temporales y espaciales. Barenboim y sus músicos mantuvieron prodigiosamente el movimiento continuo de la obra, y reflejaron con soltura el complejo juego de resonancias, reverberaciones y combinaciones tímbricas que van definiendo los dos momentos en que se articula la obra, para lograr una interpretación notable, de una belleza clásica por la nitidez y la avenencia de sus trazos.
Al final, mientras los aplausos que bajaban de las zonas altas era evidentemente más sonoros que los que llegaban de las plateas, Barenboim saludó uno por uno a los intérpretes y enseguida se acercó al proscenio como quien busca abrazar la sala que durante los próximos días lo tendrá entre sus más esperados artífices.
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