MUSICA › TATA CEDRON Y EL GALLO CANTOR, LA CANTATA
El músico presentará la obra musical que concibió en 1972, sobre poemas de Gelman, conmovido por la masacre de Trelew. Lo hará acompañado por su Cuarteto y por el grupo La Lija.
› Por Cristian Vitale
No bien se enteró de los dieciséis masacrados de Trelew, el 22 de agosto de 1972, a Juan Gelman le salió de las vísceras un conmovedor poema. Lo llamó “Glorias” y su sentido da vuelta al de la pulpera de Santa Lucía (ver recuadro). Fue uno de los que tomó Juan “Tata” Cedrón para ponerles música a la tragedia, y a la era. Otro de ellos (no puntualmente vinculado a esos fusilamientos) se llamó “Ruidos” y la analogía entre el gallo cantor y el temple de aquella generación que aparece en él le despertó otra idea-matriz. “‘Nadie detiene al sol, nadie detiene al gallo cantor, nadie detiene al día’, dice el poema en una de sus partes y eso es buenísimo porque para parar a un gallo cantor le tenés que cortar el cogote, ¿no?... Era una buena metáfora para la juventud de la época”, refrenda el músico, cantor y compositor, a punto de reponer El gallo cantor, la cantata, a cuarenta y tres años de su nacimiento. Del origen de aquella gesta musical, poética y militante que nació en Buenos Aires, se desarrolló en París y cuatro décadas después vuelve a su cuna a través de una alquimia entre el Cuarteto Cedrón y La Lija, grupo vocal e instrumental integrado por once músicos. “La vamos a hacer juntos mi cuarteto y los chicos de La Lija, porque es impresionante lo que hacen: tienen mandolinas, acordeones, muy lindo. Y, como la cantata dura veinticinco minutos, vamos a hacer un recital nosotros por un lado, y ellos por otro”, anuncia el Tata, ante la inminente reposición de la obra, esta noche (y los dos sábados siguientes) a las 20 horas en Hasta Trilce (Maza 177). “La verdad es que yo no quería hacerla, pero ellos me lo pidieron”, admite el Tata.
–¿Por qué no quería hacerla?
–Porque no quería que la ultraizquierda la utilice como una especie de apología de la lucha armada, porque me parece que no va. Quise que no engrupan a ningún pibe más con ese balurdo de la lucha armada. No la niego, porque de hecho nosotros formamos parte de esa historia, pero lo hicimos porque no teníamos otra escapatoria... eso ya pasó, y no estaría bueno que algún tirabombas utilice una cantata que no fue hecha para eso.
Fue hecha, dicho está, para denunciar un hecho tremendo y a la par, para expresar, difundir y expandir la lucha de una generación que no tenía otra salida, en rigor. Basado en cuatro poemas que le facilitó su amigo Gelman (los mencionados “Ruidos” y “Glorias”, más “Cambios” y “Chances”) Cedrón imaginó una música afín, ensambló mundos y la tocó con su cuarteto de entonces (él, más Miguel Praino, César Stroscio y Jorge Sarraute) en algunos teatros céntricos de Buenos Aires. “La primera vez que la hicimos vinieron a verla el pelado Ortega Peña, Zito Lema, Eduardo Luis Duhalde y su hermano Marcelo, en fin, y no tuve problemas, porque no le daba bola a nadie, en realidad. Por esos días, también fuimos a tocar a Rawson porque se decía que la armada iba a matar más gente. Pero no con la cantata. Fue una movida que organicé yo. Invité a Piero y a Marilina Ross, y la idea fue ir a cantar para hacer quilombo en la prisión, para que no mataran más gente. La idea era que vinieran los periodistas. Incluso quisimos entrar a la prisión pero nos querían hacer tocar desnudos.”
–¿Desnudos?
–Sí, y dijimos que sí, pero al final tampoco nos dejaron.
–¿Gelman participó de alguna puesta de la obra?
–No. Juan siempre me daba poemas. Yo lo iba a ver a las redacciones de Panorama, de Confirmado, de La Opinión. Ibamos a comer un churrasco, a tomar algo con él, con Urondo, con los muchachos, yo estaba bien empapado, digamos. Lo que pasó con esos poemas, puntualmente, fue que los junté y armé algo con una música ecléctica. Para arrancar nomás, utilizo una música rock, o folk, no sé.
–¿A lo Bob Dylan, quiere decir?
–No. Yo ni lo conocía a Dylan. Era algo más bien beatle, qué se yo. La cantata también tiene milonga, balada, una mezcla de todo... la armé así. Son cuatro canciones puestas juntas.
Tras su vertiginoso –pero fugaz– periplo argentino, la Cantata del Gallo Cantor fue finalmente grabada y publicada en Francia, donde el Tata también empezaba a jugar de local. La grabó el mismo año que el recordado disco de “Eche veinte centavos en la ranura” y “Los ladrones” (1972) y lo acompañaron el contrabajista francés François Rabat y el cantante español Paco Ibáñez. “La grabamos allá y nunca se publicó en la Argentina, pero se puede encontrar en YouTube”, informa el Tata. “Recuerdo que la grabamos de un saque, y en Francia tuvo una repercusión enorme. La hicimos durante ocho, diez años, porque los franceses tenían toda una visión sobre el desastre que pasó en Argentina. Antes de tocarla, pasábamos un audiovisual con fotografías y filmaciones para mostrar cómo era la represión aquí. Después hacíamos un recital nuestro de cuarenta minutos, y al final la cantata”, relata el músico, reinstalado en Buenos Aires desde hace diez años, mientras se toma otro instante de la charla para recordar su paso por Montoneros, agrupación en la que militó hasta la llegada de Cámpora al gobierno. “Milité hasta ese momento, porque mi militancia era por el Luche y Vuelve, por los fusilados de José León Suárez, por Vallese, por Trelew. Nosotros queríamos que volviera Perón, que era el que había gobernado de una manera extraordinaria el país, y sin matar a nadie.”
–¿Cuánto llevaba de militancia?
–Seis, siete años. Laburé muchísimo, hacía escondites para guardar material, porque era muy habilidoso con las manos, esas cosas, hasta que ganó Cámpora. Después seguí, pero en forma inorgánica.
–La vuelta de Perón al poder fue un parteaguas para las diversas organizaciones militantes. ¿En qué sector quedó usted?
–Yo era y soy músico, no soy político. Con Cámpora y la vuelta de Perón dije ya está, ya pasó, ganamos. Después vino el quilombo con el tío, esa manganeta, pero yo quedé afuera y me fui. Ya en Europa sí participé de la resistencia argentina. Hacíamos trabajos de denuncias, alojábamos y transportábamos compañeros, íbamos a buscar y juntábamos los cables de Prensa Latina, la agencia de Cuba, en fin, un montón de actividades para el Comité que incluía gente del PRT, Montoneros y unos independientes, entre los cuales estaba Leandro Despouy, ese que ahora le está hinchando las bolas al gobierno.
La Cantata del Gallo Cantor (publicada en Francia bajo el nombre de Du Chant du Coq. Cantate) fue también la hendija musical, ideológica y poética a través de la cual cierto público francés conoció al Cuarteto y, por extensión, también parte de la historia atroz que estaba viviendo el país durante la dictadura cívico-militar. En la Argentina, en cambio, esta “obra maestra”, como la definió el mismísimo Paco Ibáñez, circulaba clandestinamente entre amigos que iban y venían de Europa. Ellos fueron arietes indispensables para que la cantata atravesara generaciones y llegara hasta su restitución criolla, a instancias del grupo La Lija. “Los pibes quisieron hacerla, son compañeros”, señala el Tata sobre la compañía de músicos originada en 2011 con notorias y notables intenciones de refrendar el cancionero latinoamericano, mediante un andamiaje instrumental que conlleva guitarras, guitarrón, charango, ronroco, arpa, cuatro, mandolina, laúd español, bajo acústico, violín y violonchelo, además de instrumentos de viento, piano y percusión.
La Lija confluirá con la versión actual del Cuarteto Cedrón (fundado en 1964 y ducho en pasar a música poemas de Raúl González Tuñón, Julio Cortázar, Juan Gelman, César Vallejo, Homero Manzi, Dylan Thomas, Bertolt Brecht, Federico García Lorca, y Acho Manzi), que hoy forma con Miguel Praino en viola, Miguel López en bandoneón y Daniel Frascoli en guitarra y acordeón. “Para entender mejor el contexto en que nació la Cantata hay que apelar al recuerdo de una época jodida”, reflexiona el Tata, y se dispara en asociaciones libres sobre tal pasado. Habla de su militancia, de Paco Urondo y Haroldo Conti, de las dictaduras endémicas, de los políticos transeros de la época. “Ghioldi, Perette o Balbín no le pusieron el cascabel al gato”, sentencia. Va y viene por tiempos, coyunturas y climas, al cabo. “Cuando mi generación vio que no había posibilidades políticas para decir que no, la única manera de decir que no fue la lucha armada: Lumumba, el Che, el tercer mundo de Perón, Getulio Vargas y Nasser, en fin, es cierto que Perón dijo que las revoluciones se hacían con tiempo o con sangre, y que él había elegido la del tiempo... pero eso fue en el ’74 y nosotros ya habíamos elegido la otra”, evoca el compositor que, volviendo a los efectos de Trelew, tuvo a uno de los sobrevivientes (Alberto Camps) viviendo en su casa de Francia.
–Es muy sintomática la tapa del disco: una figura ambigua que simula un rostro dividido en dos, de un lado la cara de Juan Perón y del otro, un edificio que alguien está destruyendo desde arriba. ¿Cuál sería el significado?
–Que se está demoliendo una obra social, una justicia social y al hombre que la concretó. El sentido es que están destruyendo a la gente, al ser humano, a la humanidad. Y éste es el sentido de la obra, de alguna manera.
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