Lun 04.09.2006
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MUSICA › ENTREVISTA AL CANTOR DE TANGO ARIEL ARDIT

“Lo único que vale es la música”

Después de siete años en la Orquesta El Arranque, grabó Doble A, su CD debut como solista. Y desmitifica el “look tanguero”.

› Por Cristian Vitale

Detallista al extremo, desfachatado y optimista, Ariel Ardit rompe con ciertos estereotipos del cantor de tango. Para su disco debut, Doble A, quiso que la tapa fuera verde y que la foto principal lo mostrara sonriendo. “En Acqua, insistían con una foto ‘seria’, pero yo no tengo nada de serio. ¿Por qué, si sos tanguero, tenés que hacerte el macho y hablar con voz gruesa? Con los discos pasa lo mismo: tienen un fondo negro y todos salen con cara onda ‘soy grande y me la piso’. Yo no”, contrarresta, mientras empina una caña Legui. Cordobés, cantante lírico, fanático de Talleres, humorista amateur y padre de una beba llamada Nina, Ardit inició un camino individual luego de la –merecida– chapa que heredó tras poner cara y voz al frente –durante siete años– en la Orquesta El Arranque. La consigna central es clara; ningún look tanguero, ninguna oscuridad rioplatense: Ardit ve al tango en colores. “Verde o rojo, lo que importa es lo que está adentro. La gomina no existe. ¡Qué look, ni look! Lo único que vale es la música.” El cantante se tomó un año para reorientarse en soledad, y el resultado fue un conglomerado de 12 temas –mayoría de tangos poco visitados y alguna milonga–, que presentará el próximo sábado en La Trastienda. “Iba a ser un repertorio más campero, pero se fue complicando.”

Entre las razones, Ardit expone que Ramiro Gallo –violinista, ex compañero suyo en la Orquesta– le “enmoñó” las primeras ideas. Y sólo le quedaron tres tangos, entre los 50 que tenía en carpeta: “Ausencia”, de Castellano y Gomila; “Que me quiten lo bailado”, de Miguel Bucino; y “No Place”, de Loiácono y Riverol. “Iba a ser solamente con una guitarra. Pero Ramiro empezó a doblar los violines... arreglar cuerdas. Y terminamos poniendo oboe, corno y un quinteto de cuerdas. Un quilombo”, sonríe Ardit. La austeridad original, entonces, mutó en un disco más “colorido” y multiforme, del que el hombre tuvo que ocuparse de principio a fin. “Transpiré la camiseta. No fue como en El Arranque, donde ponía la voz y escuchaba los discos cuando salían del horno.”

–¿Por qué la conversión solista?

–Se dio sin querer. Empecé un trabajo paralelo hace tres años, cuando me llamó Alejandra Podestá para el programa Entre tango y tango. Se le había caído Adriana Varela y me eligió. Ya en los últimos tiempos de la Orquesta me juntaba con otro cordobés, el guitarrista Hernán Reinaudo, y armábamos tangos en la intimidad, tomando mate. Eran actividades distractivas. Después nos salió un laburo en el bar Don Juan, hasta que me llamó Alejandra.

–¿Todo bien con sus compañeros de la Orquesta?

–Sí. Igual, en los últimos tiempos, la Orquesta estaba buena como trabajo, pero mis inquietudes artísticas iban por otro lado. Me retiré ganador. Reconozco que todo lo que haga a partir de ahora será gracias a la vidriera que tuve con la Orquesta... más allá de la valoración que tenga sobre mí.

–Dos o tres hechos puntuales que lo hayan removido internamente durante los siete años con El Arranque.

–El debut en el Café Tortoni. Yo no tenía experiencia previa como cantor de orquesta y mi convocatoria fue rara. En ese momento, estaba trabajando en una Casa de Fotografía y pesaba 15 kilos menos. Fui a un casting, y a la semana me llamaron. Pensé que era para invitarme al show, y me encontré con que querían que fuera al ensayo. Para mí era “la” orquesta joven del momento. La despedida también fue especial. Se cerraba un círculo de siete años y sentí que cambiaba de oficina, no de laburo. En un punto, trabajar con alguien durante tanto tiempo, y compartir la intimidad de las giras, te pone en un lugar especial con el resto.

–Con la Orquesta conoció casi todo el mundo. ¿Le pasó alguna vez de tocar en un lugar lejano y pensar que, por la respuesta de la gente, el show estaba yendo para atrás?

–En Noruega. Tocamos en un teatro en el que había títeres, clowns... un cuadrado muy frío para 50 personas. El espectador más cercano estaba casi frente a mí. ¡Te la regalo tener a un noruego tan cerca, que te mira y no sabés si te va a comer! Terminaba un tema, el aplauso tardaba y cuando llegaba era muy tibio. Yo me entré a perseguir: “¿Qué pasa?, ¿no tengo carisma?, ¿estoy cantando como el culo?, ¿estoy gordo?”. Cuando terminó el show, nadie quería salir a saludar porque nos daba vergüenza. “¿Qué hacíamos ahí?”, nos preguntábamos. Cuando salimos, un tipo me pidió un autógrafo y dijo que había sido... ¡el show más apasionante de su vida! Y no era joda, eh. Increíble. Otro mundo.

–¿Y Japón?

–No, Japón es un cabaret de Amsterdam al lado de estos noruegos. Tienen un aplauso ensayado, prolijo. Pero de alguna manera son efusivos.

Ariel nació en Córdoba capital, en marzo de 1974. Su mamá es intérprete de folklore, y su papá canta en peñas y asados. “Desde que se separó de mi vieja, tiene más noches que la luna”, dice y se ríe. “Pero yo empecé con mis tíos. Ellos son todos cómicos y guitarreros, algo muy propio de Córdoba. Agarrás cualquier asado y de 50 personas, 40 cantan. Siempre falta público. Mi debut fue a los 4, imitando a Sandro con una camisa azul y al Hacha Ludueña. Bizarro.” A los 8 ancló en Buenos Aires con su mamá, y se instaló. “Fui sonidista de mis tíos durante años... trabajé para Moria Casán, Corona, Castiglione. Tenía 15 años y vivía de noche, hasta que mi mamá me metió en el Conservatorio.”

–Y se recibió de cantante lírico...

–Fijate qué loco. A los 22 años, mi meta era irme a Europa y audicionar en un teatro lírico, entrar en una compañía y estudiar. Renuncié como cuatro veces al mismo laburo, porque iba a un casting, rebotaba y volvía. Hasta que pegué un trabajo hasta las dos de la tarde y llegaron las noches en el boliche de Roberto, donde me conocieron los de la Orquesta. De tanto soñar con irme a Europa a perfeccionarme en ópera, me encontré con el tango. Y fue una hermosa casualidad.

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