Dom 20.09.2015
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MUSICA › 40 AÑOS DE UNA PERLA DE RARA BELLEZA EN EL ROCK ARGENTINO

Y el durazno sigue cantando

En septiembre de 1975 apareció Durazno sangrando, segundo disco de la banda integrada por Luis Alberto Spinetta, Machi Rufino y Pomo Lorenzo. El bajista, el baterista, Dylan Martí y el pianista Esteban Martínez Prieto reconstruyen la grabación.

› Por Gabriel Cócaro

El 23 de noviembre de 1973, en el Teatro Astral, Invisible dio su primer recital. El trío de Luis Alberto Spinetta en guitarra y voz, Carlos “Machi” Rufino en bajo y Héctor “Pomo” Lorenzo en batería entregó esa noche un puñado de canciones inclasificables. Aquellas piezas, de melodías complejas y textos surrealistas, habían sido esculpidas tras semanas de ensayos en una quinta de General Rodríguez, en la provincia de Buenos Aires. El público, aunque un tanto desorientado por la propuesta, respaldó con su presencia al grupo. Por ello, al mes siguiente, volvió a pisar las mismas tablas para ofrecer tres conciertos más. Una gira durante el verano de 1974 por la costa atlántica terminó de afianzar al terceto que, a esa altura, ostentaba una solvencia escénica impactante.

Invisible tuvo una vida trepidante. Su gestación, en cambio, fue lenta. A mediados de 1970, El Flaco y Pomo compartían una casa en Vicente López. Hacia allí peregrinaban los músicos del rock vernáculo para escuchar discos, zapar o instalarse unos días. La experiencia comunitaria impulsó a Tórax, efímero proyecto que reunió al compositor y al baterista con el guitarrista Edelmiro Molinari. Lorenzo también participó en Spinettalandia y sus amigos, álbum experimental pergeñado por Luis para liberarse de obligaciones contractuales de la época de Almendra. En marzo de 1971 partieron a Brasil y de ahí a Francia, donde estuvieron seis meses. Sus caminos se dividieron, el deseo de tocar juntos permaneció latente.

El primero en regresar al país fue Spinetta quien, en mayo de 1972, presentó a Pescado Rabioso. La banda de guitarras distorsionadas, aires bluseros y cultora del hard rock a la Led Zeppelin, duró menos de un año y medio. En ese lapso, con alineaciones diferentes para cada producción, editó tres álbumes. El furibundo Desatormentándonos, el ecléctico Pescado 2 y el portentoso Artaud. Este último, en verdad, un trabajo solista del poeta. Meses después de la llegada del Flaco, retornó Lorenzo. Al poco tiempo fue requerido por Norberto Napolitano que además convocó a Rufino, un bajista autodidacta de excelencia que había pasado por grupos como Sociedad Anónima y Los Walkers. El trío, acaso la encarnación más inspirada de Pappo’s Blues, registró el excepcional Volumen 3. Sin embargo, se disgregó promediando 1973.

La monolítica base conformada por Machi y Pomo había subyugado al ex Almendra. Cuando los músicos se desvincularon del Carpo, el Flaco fue por ellos. “Al principio la idea era incorporar a un tecladista, pero no lográbamos dar con la persona indicada –revela el bajista, cómodamente sentado en el living de su casa en Barrio Norte–. Entonces, como teníamos ganar de salir a tocar, optamos por el formato de trío.” En esos días estaba de moda El Principito, novela existencialista de Antoine de Saint-Exupéry. Fue Lorenzo el que, observando los escaparates de librerías del centro, reparó en el afiche promocional que rezaba “Lo esencial es invisible a los ojos”. Apenas leyó la frase, supo cuál sería el nombre del emprendimiento.

Los albores del grupo coincidieron con el apogeo del rock progresivo. Yes y Mahavishnu Orchestra influyeron al trío. Otra banda determinante fue la liderada por el guitarrista Robert Fripp. “En esa época escuchaba a King Crimson porque contaba con Bill Bruford, uno de los primeros bateristas en instalar el uso de métricas irregulares”, rememora Pomo desde su sala de ensayo en La Paternal. Invisible se nutría de reconocidas fuentes, pero alumbraba una propuesta singular. “Luis –cuenta Lorenzo– usaba acordes imposibles que construían estructuras musicales anómalas.” “Lo nuestro no se parecía a nada de lo que se hacía en el rock local de entonces”, acuerda a distancia Rufino. “Recuerdo estar tocando ‘Azafata del tren fantasma’ en los ensayos y al terminar mirarnos absortos como preguntándonos: ‘¿qué es esto?’”, continúa.

En la noche inaugural, con una puesta que incluía películas mudas y diapositivas, el combo anticipó los temas de su primer disco. Esas piezas enrevesadas, impulsadas por prodigiosos riffs, combinaban energía rockera con improvisación jazzera. La guitarra de Spinetta, contradiciendo el mandato de la época, apenas recurría a la distorsión. El bajo de Machi y la batería de Pomo creaban atmósferas indescriptibles. La sofisticación de “Jugo de lúcuma” alternaba con la contundencia de “Suspensión” y la inquietante belleza de “El diluvio y la pasajera”. El complejo andamiaje musical enmarcaba letras sobre dragones que vomitaban fuego, indígenas con rayos láser y reyes traicionados por sus vasallos. A primera escucha, la banda incomodaba. “Invisible tenía el vicio de lo irregular, lo cual no era fácil de digerir”, define Pomo.

En abril de 1974, el trío lanzó su epónimo álbum debut: la tapa presentaba un dibujo del holandés Maurits Cornelis Escher, y traía un simple adicional con los imprescindibles “La llave del mandala” y “Lo que nos ocupa es esa abuela, la conciencia que regula el mundo”. Las canciones, al igual que las de otros dos simples editados el mismo año, estaban acreditadas a nombre del conjunto. “La idea surgió de Luis, quien deseaba mimetizarse con el resto de la banda –afirma Machi–. No quería sobresalir en ningún aspecto, ni siquiera en el compositivo, que por derecho le hubiera correspondido porque era autor de la mayoría de los temas.” Spinetta hasta se negaba a dar reportajes individuales: en Invisible la única estrella era la música.

A mediados de 1975 el conjunto se desvinculó de Talent, subsello de Microfón que lanzaba sus trabajos, para sumarse a CBS. El pase estaba motivado por tres factores. El primero era de índole contractual, pues la ligazón con la empresa de Mario Kaminsky se debía a un contrato firmado por el Flaco previo al nacimiento de la banda. En cambio, el acuerdo con la multinacional llevaba la rúbrica de los tres músicos. El segundo era de tipo promocional, ya que la flamante discográfica (en contraposición con la anterior) distribuía en todo el país. El tercero era de orden técnico: las producciones de Microfón se registraban en los Estudios Phonalex con grabadoras de cuatro canales, las de CBS se confeccionaban con el doble de pistas. Invisible debutó en su nueva casa con una exquisita relectura de “Amor de primavera” aparecida en un compilado de grupos nacionales y extranjeros bautizado con el absurdo nombre de Rock Competition.

Aquella reversión fue el aperitivo del plato principal que llegó a las bateas de las disquerías en septiembre de ese año, hace justo cuatro décadas. Durazno sangrando, el segundo elepé del trío, era una obra conceptual inspirada en El secreto de la flor de oro. El libro es un texto taoísta de yoga chino traducido por el teólogo Richard Wilhelm y ampliado por comentarios del psicólogo Carl Jung. Spinetta devoró el volumen con avidez y se detuvo en dos figuras de lo inconsciente: el ánima y el animus. “El animus –dice el trabajo– mora en los ojos, el ánima en el bajo vientre. El animus es luminoso y móvil, el ánima es oscura y ligada a la tierra”. “El animus (...) durante la noche se aloja en el hígado. Si mora en los ojos, ve. Si se aloja en el hígado, sueña. Los sueños son viajes del espíritu a través de los nueve cielos todos y de las nueve tierras todas. Quien empero al despertar está sombrío y deprimido, encadenado a la figura corpórea, está encadenado por el ánima.”

El álbum abría con una suite de quince minutos, titulada precisamente “Encadenado al ánima”, de sutiles arreglos, ritmos cambiantes y complejos pasajes instrumentales. La letra, plagada de imágenes psicodélicas, resultaba de la fusión entre un escrito de Pomo y una poesía de Luis Santiago Spinetta, el padre del Flaco. La pieza estaba dividida en dos partes. Sobre el final de la primera, se oían los acordes de un sintetizador de cuerdas que rompían el tradicional esquema grupal de guitarra, bajo y batería. El instrumento estuvo a cargo de Esteban Martínez Prieto, compañero de Machi en una banda de covers a comienzos de los años 70. “Ejecuté dieciséis compases –recuerda hoy el pianista–. Sobre el final de esos compases se escucha un cambio de tono. Fue Luis Alberto quien, mientras yo tocaba, alteró la afinación del teclado a modo de cierre del fragmento.” El lado uno concluía con la canción que titulaba el álbum, una bella fábula acústica sobre el ser humano y sus procesos, a veces dolorosos, de reinvención.

El lado dos comenzaba con “Pleamar de águilas” donde Rufino asumía la voz principal para narrar una mística travesía en barco. Al texto de Luis Alberto, el bajista le aportó terminología naval aprendida en sus tiempos de marino en la Armada Argentina. Luego seguía “En una lejana playa del animus”, un extenso opus de variados módulos rítmicos que hasta coqueteaba con aires autóctonos. En él, Spinetta volvía sobre pasajes del libro de Wilhelm y Jung para entregar una lírica delicada e intrigante. La última canción era “Dios de adolescencia” una gema de menos de tres minutos que, con guiños al filósofo Jean-Paul Sartre, describía a una púber en busca de su libertad. “En términos musicales y poéticos todas las piezas están vinculadas entre sí”, sostiene Rufino. “El disco –coincide Lorenzo– no era una sumatoria de temas sino una obra integral.”

El disco fue registrado en los estudios CBS, en Paraguay al 1500. “La sala era enorme, con capacidad para una orquesta sinfónica”, describe Pomo. Las instalaciones se complementaban con un arsenal de instrumentos. “Había guitarras de todas las marcas y un completo set de percusión con timbales, xilofones y campanas”, prosigue el baterista. Esas óptimas condiciones hacían juego con la eficiencia del trío a la hora de plasmar sus canciones. “Grabábamos ‘de una’ porque teníamos los temas ensayados hasta el más mínimo detalle”, asegura Machi. Aunque había escollos a sortear. “Los técnicos tenían jornadas laborales de cuatro horas”, explica Pomo. “Cuando el que nos asistía terminaba su turno, lo reemplazaba un colega. El cambio en el medio de una sesión generaba retrasos porque debíamos explicarle al recién llegado lo que estábamos haciendo... en realidad todos carecían de experiencia para grabar nuestra música porque solían manejarse con cantantes melódicos y tangueros”, concluye.

Durazno sangrando fue presentado con cuatro funciones en el Coliseo, los días 21 y 22 de noviembre de 1975. El trío repasó piezas de su debut y adelantó un tema de El jardín de los presentes: “Perdonado (niño condenado)”. Catorce días después, la banda reunió a más de tres mil personas en Vélez. La revista Pelo destacó el sonido, la escenografía y el “total ensamble” del trío, pero aclaró que no tenía “connotaciones de grupo rockero o pesado”. Más allá de las categorizaciones fue Spinetta quien, entrevistado por la revista, entregó la mejor definición de Invisible. “Somos tres tipos que recién nos empezamos a conocer y cada uno de nosotros debe abrir una cantidad de puertas hacía algo superior. Porque eso es, en cierto modo, lo que entendemos como ideología del rock. Abrirse a una percepción más completa del universo.”

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