Dom 20.09.2015
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MUSICA › EDUARDO “DYLAN” MARTI Y LAS IDEAS PARA LA TAPA DEL DISCO

“Plasmábamos ideas con lo que teníamos a mano”

Desde muy joven, Eduardo “Dylan” Martí abrazó dos amores: la fotografía y la música. A lo largo de su vida, supo amalgamarlos convirtiéndose en uno de los fotógrafos más prestigiosos del rock local. Sus primeros escarceos con una cámara datan de noviembre de 1969 cuando, durante el Festival Pinap, retrató a Manal y Almendra. Paralelamente a su pasión por capturar imágenes, desarrolló una faceta de cantautor que dejó plasmada en La bella época, único álbum del trío Pacífico. Su incursión en el mundo discográfico pasó inadvertida pero, para entonces, había trabado amistad con Héctor Starc, Juan Carlos “Black” Amaya y Machi Rufino. Fue el bajista de Invisible quien, a principios de 1974, lo convocó para realizar unas instantáneas promocionales del grupo. Cuando el trío registró su segundo disco, Martí y Luis Alberto Spinetta ya eran inseparables. El arte de tapa de Durazno sangrando fue concebido entre ellos.

Desechada la propuesta del sello (un durazno atravesado por una daga), El Flaco y Dylan se pusieron a trabajar inspirados en El secreto de la flor de oro de Wilhelm y Jung. “A la hora de hacer la tapa compramos goma espuma y la pintamos de dorado”, rememora Martí en su estudio de Villa Urquiza. “Luego le hicimos un agujero donde Patricia Salazar –la mujer de Luis– puso su cara maquillada del mismo color.” El resultado fue desconcertante. “La foto está desenfocada adrede para generar impacto y misterio”, revela. La contratapa fue resuelta con uno de los brazos de Spinetta. La imagen, en clara referencia a la crucifixión de Jesús, mostraba la extremidad extendida y la palma de la mano lacerada por un pequeño trozo de espejo. “Quisimos simbolizar que aun en los momentos más dolorosos puede surgir una luz de esperanza”, explica el artista. Ambas fotos fueron sacadas con una cámara Pentax 6x7 en la casa materna de Dylan, en Mataderos.

La portada del vinilo era desplegable. Al abrirla, se contemplaba la escena de un lago enmarcado por frondosos árboles. En la orilla, un durazno partido apoyado sobre un tronco. El fruto, según le contó Spinetta al periodista Juan Carlos Diez en su libro Martropía, fue confeccionado por el poeta con la mitad de una pelota de goma a la que rellenó con yeso, dejando la cavidad exacta para alojar un corazón hecho de plastilina y pintado con esmalte. “Nuestra infraestructura era minimalista –dice Martí–. Plasmábamos las ideas con lo que teníamos a mano.” La foto, tomada con una Nikon F de 35 milímetros, fue realizada durante un gélido amanecer en los Lagos de Palermo. “Utilicé un objetivo gran angular para obtener una especie de vista panorámica –detalla–. En el disco la imagen está duplicada para dar una sensación de amplitud.”

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