MUSICA › FAITH NO MORE OFRECIó UN SHOW ELECTRIZANTE Y RABIOSO EN EL LUNA PARK
En su quinta visita a la Argentina, el quinteto liderado por el histriónico Mike Patton propuso una energía tan viva que lo hace protagonista y no visitante de este tiempo, pese a que su reciente disco Sol Invictus es el primero en dieciocho años.
› Por Mario Yannoulas
Músicos: Mike Patton (voz), Bill Gould (bajo y coros), Roddy Bottum (teclados y coros), Mike Bordin
(batería), Jon Hudson (guitarra).
Lugar: Luna Park, domingo 20 de septiembre.
Público: 8000 personas.
Duración: 90 minutos.
El olor de las flores se podía apreciar cerca del escenario. No, no era la fragancia que suele circular por esa zona, eran más de veinte floreros de los grandotes, cargados con distintas variedades y colores, y acomodados en la previa por un puñado de asistentes, delante de un imponente toldo blanco de más de cinco metros. De fondo sonaba “Aquarius”, la música de Hair. Una hora y media después, Mike Patton creía que hacía falta presentarse a sí mismo: “Y yo... yo soy Piñón Fijo”, disparó desde su particular y renovado español, no sólo como el guiño de una persona nacida para estar sobre un escenario, también como fruto de la compresión del lugar que todavía ocupa en este circo.
El domingo a la noche, al cierre del paso de Faith No More por el Luna Park con entradas agotadas, el cantante también presentaba a sus compañeros con curiosos calificativos, como el que le tocó al bajista Bill Gould (“el puto de la situación”), o al baterista Mike Bordin (“el viejo pervertido”). Si con el moderado éxito de “We Care a Lot”, cuando todavía Chuck Mosley ocupaba el micrófono, allá por fines de los ‘80, el grupo expresaba sus ganas de desdramatizar el rock, su quinta excursión porteña fue en todo caso el festejo del espíritu despreocupado como combustible creativo y, centralmente, la satisfacción de encarnar una manifestación artística única e inimitable: ¿quién se atreve a hacer un cover de Lionel Richie con la misma naturalidad y contundencia con la que entrega delirios como “The Gentle Art of Making Enemies”?
El set estuvo gobernado por el núcleo noventoso de Angel Dust y King for a Day –probablemente, sus dos mejores producciones–, más elementos de Sol Invictus, el primer disco en dieciocho años, y la prueba de la renovación de la intimidad productiva del quinteto. El regreso de 2009 –dos visitas a la Argentina incluidas– había sido un dulce autotributo que no alcanzaba para marcar una vía cierta, pero la salida de diez nuevas canciones respetuosas del mito por su espíritu intrigante y personal, pulverizó ese enigma: el grupo no es sólo un adorable objeto del pasado. Fue así que la novedosa “Motherfucker” encendió la noche, con un dueto de voces entre el cantante y el tecladista Roddy Bottum. Siguieron tres piñas en la boca derecho desde Angel Dust, con “Be Aggresive”, “Caffeine” y “Everything’s Ruined”, y el tempo de la noche quedó marcado. Lo que se dice un show al palo, con contados momentos de relax.
“¿Están prontos para una canción suavecita?”, consultó Patton en su terco español, prologando a la omnipresente “Evidence”, cuyo espíritu loungero de bajas revoluciones se completaría luego con “Easy”, más dos citas circunstanciales: una, al soul blanco de Boz Scaggs en “Lowdown” durante un pasaje de “Midlife Crisis”, y otra, al disco ochentoso de Rock Astley, con “Never Gonna Give You Up”, antes del cierre épico de “Just a Man”. Pero el nervio estuvo en la rabia, incluso si del último álbum se trataba, con entregas electrizantes de la indescifrable “Cone of Shame”, el coqueteo con el country en “Black Friday”, y el mantra inquieto de “Separation Anxiety”, más la heroica de “Matador”, piedra fundamental de esta nueva etapa.
En comparación con épocas pasadas, y a pesar del burlesco tocado árabe que llevó en la primera parte, Patton, todo de blanco como sus compañeros, lució más concentrado en cantar que en hacer otro tipo de gracias físicas –alguno recordará cuando quiso trepar a la grúa de una cámara en el Pepsi Music 2009–, probablemente porque cada año sea más costoso cumplir con la altísima exigencia vocal que su performance requiere. Así y todo, sería anormal retirarse de un concierto de Faith No More sin escuchar elogios hacia su trabajo, algo que desde luego sucedió el domingo –el sonido acompañó–, principalmente en tracks que exigen un rango alto y matices varios, como las mencionadas “Matador” y “The Gentle Art of Making Enemies”, que marcha desde estrofas bien bajas hasta un chillido angustiante en forma de coda.
Pasaron también los estribillos explosivos de Album of the Year, con “Last Cup of Sorrow” y “Ashes to Ashes”, y valía la pena preguntarse por qué, siendo identificada con una época pasada –el público rondaba las tres décadas, y el sonido de “Epic” es un viaje de veinticinco años–, Faith No More propone una energía tan viva que la hace protagonista y no visitante de este tiempo, algo que quedó documentado en Sol Invictus. Tal vez sea su deformidad compositiva, su afán por descontarle dramatismo a la música –algo poco abundante en los primeros ‘90, cuando el grunge parecía ser todo–, o su capacidad de transferir un cierto tipo de demencia en un formato excepcional pero inteligible. Todo eso y más pasó el domingo en el Luna. ¿Cuántas bandas pueden dar un show así? Se puede arriesgar que ninguna. Sólo quedaba una parábola para el cierre: “We Care a Lot”. ¿Qué otra, si no?
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