MUSICA › PIL PRESENTA SU SEGUNDO DISCO SOLISTA, EL ULTIMO HOMBRE
Lejos de su etapa de bebedor fuerte, el ex cantante y líder de Los Violadores está radicado en Perú, pero volvió a la Argentina para grabar y ahora mostrar las canciones de su álbum. Y no descarta volver a juntar a la formación clásica de su vieja banda.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Pil está sentado con las piernas cruzadas en un banco que pertenece a una casa de antigüedades. Tiene un brazo extendido sobre el respaldo. El otro lo usa para maniobrar un cigarrillo. Cuando pita, infla los cachetes, como si rumiara el tabaco antes de largarlo. El ritual se repite y concluye al soltar mansamente el penacho de humo. ¿Calma zen en una esquina cualquiera de Palermo? Para nada: la procesión va por dentro. “Cada vez que vengo a Buenos Aires, me pongo muy inquieto y compro unos puchos. En Perú voy al gimnasio, hago natación y chi kung. Tengo una vida saludable, aunque de vez en cuando nos mandamos nuestras fiestitas. Unas cervezas, algún whisky, una cosa así. Porque tampoco soy un musulmán.”
El cantante está en la Argentina para presentar El último hombre, su apuesta solista más audaz: después de una vida vinculada a Los Violadores, Pil intenta ganarse prestigio con su nombre propio. Se trata de su segundo disco en solitario, después de El monopolio de las palabras, editado en 2004. En otra vida: “Hoy puedo decir que gozo de los ensayos, de los shows y de volver de los viajes charlando, no en silencio. Hubo momentos muy densos que se reflejaban en el escenario y en los discos. Ahora, por suerte, es al revés. Hace tiempo, por ejemplo, tocamos en Bariloche y después nos quedamos unos días en una cabaña, cocinando y repartiéndolos los roles. Una excelente convivencia. Nadie levanta la voz y no hay egos, a pesar de mi figura dominante en la banda. Me recuerda a la primera etapa de Los Violadores”.
El grupo es un combo entre la experiencia de Pil y del Tucán Barauskas (sustituto de Stuka en la última formación de Los Violadores) y el oxígeno joven del baterista Tulio Pozzio y de Tomy Loiseau (también guitarrista de Mamushkas), quien se encargó de la mezcla del disco después de una fallida experiencia en Londres con Tony Barber, bajista de Buzzcocks. “Le mandamos el material a Inglaterra con algunas indicaciones. Fue un quilombo. Lo ideal hubiese sido viajar, pero nos gastamos toda la guita grabando el disco acá. Invertimos mucha plata”, dice el cantante. El último hombre tendrá presentación oficial hoy a las 22 en Niceto (Niceto Vega 5510).
Como muchos saben, Pil vive desde hace dos décadas en Lima, convencido por su esposa peruana. Casarse y mudarse fueron dos decisiones claves. “Mi mujer me salvó la vida”, jura. “Era un bebedor fuerte y ella me sacó del alcoholismo. Una de las pocas cosas buenas de los 90 fue que las bebidas que venían de afuera eran de calidad. ¡El hígado aguantaba un poco más! Hablando en serio, un día mi esposa me agarró y me dijo: ‘Estás como un estúpido tomando cerveza todo el día. No te das idea de lo que hacés y de lo que sos. Levantate y hacé algo por tu vida’. Ahí empecé a enderezarme”. Hoy, ambos tienen una productora de espectáculos que lleva a Perú todo tipo de números: desde Los Cafres, Miguel Mateos y A.N.I.M.A.L. hasta El Cigala, pasando por perlitas como La comedia infernal, puesta del actor John Malcovich, y mucho teatro infantil. “Era eso o dedicarme a la producción artística, algo que detesto”, confiesa. “Lo hice con alguna que otra banda chica, pero tener que escuchar repetidamente un disco me vuelve loco. Alguna vez, para tener una entrada, también fui profesor de canto. Ahora me dedico más que nada a hacer la prensa de los eventos y al contacto con los artistas. Digamos que me dedico a hacer sociales y a ir a comer, ja.”
A pesar de la distancia, Pil conecta con la argentinidad a través de distintos canales. El más frecuente es el de la embajada: ahí suele ir a ver partidos de la Selección en pantalla gigante o asiste a los festejos de distintas fechas patrias en los que se hacen choriceadas. También mantiene relación con distintos diplomáticos. “El embajador actual es un tipo muy abierto. Charlamos de todo, menos de política: cine argentino, Rossellini, jazz. Su esposa hizo un libro sobre Evita. Jamás me hubiese imaginado hablar de Los Violadores en una embajada.”
Los lazos con la Argentina siguen vigentes, aunque no de manera material. “Hace poco vendí mi casa de Villa Urquiza, que es donde había vivido históricamente. Ahí tenía un montón de cosas, incluso posters y afiches míos de siempre, que estaban pegados en la pared, como si se tratara de un cuarto adolescente. En marzo de 2013 entraron a robar y lo poco que quedó se lo llevó semanas después una de esas inundaciones furiosas. En dos meses perdí todo.” Ahora vuelve, aunque para tocar o de paseo. “Este año vine seis veces. En una de ellas conocí Ushuaia... y no me quise volver más. Estamos pensando con mi esposa en venir a vivir al sur y poner algún negocio, como para estar activos y tener una vida haciendo cosas.” Proyectos a futuro de quien cultivó, justamente, el “no futuro” como axioma del punk rock que ejercita. En ese sentido, El último hombre asoma como metáfora de una esperanza renovada: aquella que se activa no con certezas, sino con nuevas inquietudes.
–El corte de El último hombre es “Non santo”, una canción sobre pesticidas y transgénicos, una problemática densa pero no muy mostrada. ¿Cómo llegó a esa información?
–En un disco de Los Violadores hice un tema que se llamaba “El hombre sin rostro”. Es como en la película Zeitgeist: no sabemos quien controla el mundo. Cuando los insectos no joden, los dejan, pero cuando son muchos, los aplastan. Y ahí vienen los insecticidas. De eso se trata el nuevo orden mundial. No conozco los aspectos técnicos, sí los ambientales. Lo que deja esto. Es gente que arrancó en 1914 y luego continuó con el proyecto Manhattan y la búsqueda de la bomba atómica. Tipos trabajando secretamente en un edificio para el enriquecimiento de barras de uranio. La primera consecuencia fue la bomba de Hiroshima. Poco después, apareció el Agente Naranja. En Vietnam hay miles de personas malformadas por eso. Las derivaciones de todo esto las vemos en la Argentina con el cultivo de la soja. Tierra arrasada que parece pavimento y el alimento nuestro de cada día envenenado por el uso de agroquímicos. ¿Qué tiene de común todo esto? La misma empresa, que no la nombro para no tener problemas legales. En algunos países está prohibida, pero otros le ponen la alfombrita para que entren.
–¿Experimenta en el cultivo orgánico? Muchos parecen encontrar en eso una modesta salida al inconveniente de los alimentos influidos por los agroquímicos...
–No, porque es caro y complicado. Ahí está la perversión del sistema: tenés que pagar más para no contaminar tu cuerpo. Porque los agrotóxicos llegan al mar y hasta los peces están envenenados. Aclaro que no fui el primero en cantar sobre estas cosas. Antes ya lo habían hecho Jauría y el propio Ricardo Iorio con su canción “Glifosateando”. Pero hay mucho dinero invertido en medios para silenciar esta cuestión. Además, la mayoría de la gente vive el día a día y no ve estas cosas. Lo mismo sucede con la actividad ecologista. ¿Qué carajo le importa la preservación de las ballenas a quien tiene que estar corriendo atrás de deudas y necesidades?
–En “Alas de revolución socialista” retoma un ideario que lo acompañó durante toda su vida. ¿Cuál es su posición actual?
–Es una canción de borrachines soñadores pero que le tiran palos a la burocracia. Me interesa el socialismo escandinavo, aunque no deja de ser raro, ya que se trata de monarquías parlamentarias. Digamos que no es lo ideal. Acá hay escisiones y veo un movimiento de izquierda interesante. Pero lo que más me gusta del socialismo es, justamente, la palabra “social”. Es decir: que todos tengamos más o menos lo mismo... o que al menos vivamos de manera decente. Así es como lo interpreto yo.
–¿Siguen interpelándolo esos viejos sueños socialistas de la adolescencia?
–Entiendo que algo de eso se perdió con la difuminación de la Cortina de Hierro y la imposición de la OTAN como ordenador militar del mundo. Cayó el comunismo y quedó un pensamiento único de supuesto bienestar inculcado naturalmente por el capitalismo. Un bienestar salvaje, sin dudas. Creo que hay que consumir menos para trabar menos y, por ende, ganar menos. No le encuentro el sentido a atesorar riquezas, cosas y tonterías que igualmente nos dejan insatisfechos. Hace poco estuve en La Habana y vi el pueblo más noble que pude conocer. Gente interesante, amena y estoica tras 53 años de bloqueo estadounidense, pero con cierta esperanza. Llevé varias copias de 30 años, un disco mío con canciones de distintas épocas, y lo regalaba. ¡Los taxistas lo ponían en el auto y les encantaba!
–Desde el Che hasta hoy, todo argentino que descubre Cuba vuelve trasvasado por la experiencia...
–Sí. Y los cubanos por supuesto reivindican al Che, pero no desde el lado de venderte la boina o una remera con su cara: lo ven como un tipo que vivía apenas un poco mejor que ellos... pero que vivía con ellos, ahí, a la vuelta. La gente se acerca para hablarte de eso, no para venderte un plan de telefonía celular. Tienen una bajada educativa y cultural muy fuerte. La televisión cubana es de calidad. Te enseñan inglés, a cantar, a tocar instrumentos. Había películas de los ‘60, cosas de la Revolución en blanco y negro. ¡Está Canal Encuentro! Todo tiene valor y contenido. No había ningún imbécil como Rial revelando chimentos.
–Hablando de política, ¿cómo ve este fenómeno cada vez mas acentuado de acercamiento ideológico del rock?
–El que quiere hacerlo, que lo haga. Vivimos en democracia. No soy de hacer eso. Creo que es saludable mantener cierta distancia. No me parece bien que, por ejemplo, se paguen millonadas a un artista en lugares donde faltan cloacas. Lo ideal sería destinarlo a bandas chicas, para difundirlas, pero es cierto que no iría nadie a verlas. Tampoco me gusta el despilfarro ni los oportunistas que salen en todas las fotos. En lo personal, hay cosas del gobierno que me parecen excelentes y otras que no me gustan. Kicillof me parece un tipo piola que retoma la idea de Keynes después de la Gran Depresión: un capitalismo de estado con moderada inflación y un dinero en manos de la gente. Lo que no me gusta es que haya un puñado de empresarios beneficiados. Hay que fomentar a las pymes. Pero entiendo que es una batalla de largo aliento.
–¿Se puede seguir pensando al punk como un movimiento?
–Por supuesto. La muestra está en que aún sigue conteniendo varias vertientes. Cada uno habla de lo que quiere, sabe o puede. Yo me siento parte de un perfil más sociológico o geopolítico. Fui marcado por los Clash, una banda socialista durante la Thatcher y Reagan. Un día se levantaron y dijeron “¡sandinista!” y había que tener pelotas para hacer eso en aquel entonces. Después entraron en excesos y se pelearon entre ellos, pero dieron mucho en su momento. Hoy tal vez haya una cultura más efímera. Las bandas clásicas tienen más de diez discos, y las de hoy no llegan a los tres o cuatro.
–Die Toten Hosen grabó temas de Violadores y usted giró con ellos por Alemania. Parecen componer una Internacional del punk...
–Tenemos un vínculo muy fuerte desde hace más de veinte años. La primera vez los trajimos con Esteban Cavanna, que escribió la biografía de Los Violadores, y otra persona más. Me gustaba ese jolgorio de borrachines. Después vinieron con otras estructuras, pero seguimos relacionados. Girar con ellos por Alemania fue jugar en la Champions League. Hay muchas cosas en común. Como el uso de La Naranja Mecánica, casi al mismo tiempo, en “1,2, Ultraviolento” y “Hier kommt Alex”. La idea de que nos quieren transformar... ¡pero no lo lograrán! Cada uno padecía la opresión en su lugar del mundo, como tan bien lo describió George Orwell, otra lectura en común con los Hosen. El Big Brother que nos vigila, algo que hoy vemos en cámaras por todos que sirven para resolver delitos, pero también para vulnerar tu intimidad. El futuro llegó. ¿Ahora qué sigue? ¿Microchips con GPS?
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