Mar 29.09.2015
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MUSICA › CLAUDIO SOSA Y SU DISCO COPLAS PICANTES

Canción sin rótulos

El cantautor se alimenta de “mucho folklore verdadero, no el de manual o comercial, sino el que veo y vivo en lo cotidiano”. Esta noche presenta sus nuevas canciones en el Espacio Tucumán.

› Por Cristian Vitale

Claudio Sosa recurre a una posible deidad para legitimar Coplas picantes, su octavo disco, que presentará hoy en el Espacio Tucumán (Suipacha 140). La deidad, lógico, pertenece al universo de la cultura musical: es el dios criollo de la creación, que este cantautor nacido en Tucumán ubica entre La Quiaca y Ushuaia. “Pese a que vivo en Buenos Aires, creo que hoy el dios de la creación vive en el interior. De hecho, este es un disco concebido naturalmente en rondas de amigos, entre copleros de la quebrada de Humahuaca y poetas de la Patagonia, y en un tempo distinto al de las grandes ciudades”, introduce Sosa, que regó sus diez canciones con poemas de una tríada de amigos formada por Pablo Dumit, Eduardo Guajardo y Remo Leaño. “Junté lo vivido con ellos durante años y salió el disco”, detalla el músico con más de veinticinco años de trayectoria.

Distante entre lo que podría sugerir y lo que es, el título del disco -y de su primer tema- hunde su significado en el encuentro que los copleros de Purmamarca motorizan cada enero, desde principios de la década del ochenta. Eje que vehiculiza un resto de canciones signado por un mosaico hecho de tonadas (“Tonada de las cosas perdidas”), zambas (“La lluvia y su pasajero”, “Milagros de zamba”), boleros (“Al sur de la frontera”) o meras canciones como “Las tres estaciones” o como “Canto puro”, un sentido homenaje a su tía Mercedes Sosa. “Esta letra la escribí junto a la melodía, a días de la muerte de Mercedes. Es un llanto, un lamento, un quejido emulando desde el recuerdo y la nostalgia el susurro de su voz. Por eso lo del canto puro, lo de corazón duro”, explica. “Todos los que estuvimos cerca de ella sabíamos que el final se acercaba, pero su amor y la resistencia de su corazón la mantenían viva. Su último disco (Lucerito) es una pintura y un legado majestuoso para nuestra música mundial. Y se la extraña muchísimo, claro, por eso está canción pretende representar a los que amamos la estética, el sentimiento y la fineza de su voz”.

Sosa se dejó rodear, además del aura de su tía y la tríada de letristas, por Franco Luciani, que coloca su armónica en “Sin poder llorar” y “Milagro de zamba”; Tilín Orozco y Fernando Barrientos que le ponen guitarra de acero y voz a la tonada de las cosas perdidas, y por el canto de María de los Angeles Ledesma, en “La espuma y el río”. “Esta canción pertenece al aguante que nos hicimos los músicos y poetas que a principios de siglo nos vinimos para Buenos Aires, buscando un destino. Por eso la invitación a María y Cosecha (el grupo que acompaña a Chiqui Ledesma), que son grandes compañeros de una generación a la que le costó mucho expresarse. Pero hicimos peñas, recitales y encuentros que nos consolidaron, o al menos pudimos volver a la música como profesión, aún con sus altibajos”, evoca Sosa, que también se presentará este jueves en el festival Músicas de Provincia, en el Centro Cultural Kirchner.

–¿Cuáles fueron las influencias y referencias puntuales en este disco?

–Mucho folklore verdadero y vivido, no el de manual, no el comercial, sino el que veo y vivo en lo cotidiano. Con respecto a lo que me representa musical y poéticamente, el aporte viene de los referentes de la canción latinoamericana, pero despojándome del mandato, o del formato de un disco de laboratorio.

–A propósito, ¿cómo se maneja en esa delgada línea entre el folklore y la canción despojada de rótulos? Los matices entre “Las tres estaciones” y “La lluvia y el pasajero” son claves.

–Hace tiempo que rompí con esa delgada línea. Acepto los riesgos que implica, pero trato de ir naturalmente con el tiempo que nos marca la historia cotidiana, la real, la que vivo día a día, y al estar totalmente fuera del circuito comercial del folklore y sus escenarios, puedo sentirme cómodo. En ese sentido, este disco es para mí como un lindo juego donde uno aprende a disfrutar los vaivenes de la música. “Las tres estaciones” es una letra de Dumit en homenaje a su padre, el gran artista plástico tucumano Ernesto Dumit, un maestro del submundo del arte, un filósofo de la vida a través de su pincel. Yo tuve la oportunidad de visitarlo hace muchos años en su taller, y compartir una tarde entera de música clásica, alguna bebida y charlas largas. Ahí pude comprender su obra y cada vez que la canto, las imágenes de sus creaciones la sobrevuelan. “La lluvia y el pasajero”, es la clásica zamba tucumana testimonial, cadenciosa, dolida, al estilo Chivo Valladares o Chichi Costello. Es la imagen del ingenio azucarero marcando el compás de la vida de los que nos criamos en los pueblos del interior tucumano y azucarero. Es el jugo dulce de la caña de azúcar mezclado con la amargura y la sangre del obrero del surco.

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