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Viernes, 27 de noviembre de 2015

MUSICA › EMILIO DEL GUERCIO RETORNA A LOS ESCENARIOS EN EL ND TEATRO

“Hoy necesito que se escuchen claramente letra y melodía”

Durante varios años, el ex Almendra y Aquelarre se metió en la génesis de canciones clave de la música argentina en el programa televisivo Cómo hice. Y ahora que retorna a las presentaciones en vivo, Página/12 lo pone en el lugar de repasar sus propias composiciones.

 Por Cristian Vitale

El juego es que Emilio del Guercio haga lo mismo que hace en Cómo hice, pero con sus propias canciones. Cómo hice, para quien tal vez no esté al tanto, es el programa que el ex bajista, cantante y compositor de Almendra y Aquelarre conduce por Canal Encuentro, y que consiste en contar, al máximo en detalles, las historias de aquellas canciones argentinas selladas a fuego en el imaginario. Lo ha hecho con “La balsa”, de Litto Nebbia y Tanguito; con “Jugo de tomate frío”, de Javier Martínez; con “Muchacha ojos de papel”, de Luis Alberto Spinetta; con “El mensú”, de Ramón Ayala, y con “La última curda”, del tándem Troilo-Castillo, por nombrar algunas. Pero ahora, trocando cámaras, producción y exteriores por grabador de periodista, tiene que hacerlo en la intimidad, y con las suyas. “¡Qué momento!”, exclama él, copado con el juego y apoyando los codos sobre la mesa de madera del living, en su departamento porteño. “A ver, tendría que hacer un laburo de reconstrucción de memoria para recordar fechas, horarios y sucesos específicos, y no podría ahora... Lo que sí puedo, tal vez, es evocar sensaciones”, exhala, mientras Graciela, su mujer, toca el timbre y él esboza la canción que abre el juego: “Que el viento borró tus manos”, gema del primer disco de Almendra. “Estaba cerca de los lagos de Palermo, porque en esa época todavía vivía con mis viejos, y tanto la idea como la melodía se me ocurrieron al borde de ese lago. Me acuerdo de que era una mañana con sol, que no tenía una guitarra en la mano, y que fue la primera canción mía que grabé con Almendra. Fue muy apasionante”, evoca.

–¿Cómo era el proceso de armado de la canción a partir de la idea, en esos tempranos tiempos?

–(Risas.) Bueno, yo le daba una forma. Siempre traté de cerrar la canción en música y letra. En general, en nuestros grupos de entonces, laburábamos la composición a partir de la música. Y en este tema puntual, hasta que no tuve la letra cerrada, no lo mostré. Una vez terminado, sí, lo llevé a la sala de ensayo y Luis le agregó algunos acordes medio jazzeritos.

Tal vez así suene hoy a partir de las 21, cuando Emilio del Guercio se presente con su banda (Danny Ferrón en bajo, Gaby Amándola en guitarra, Leandro Marquesano en teclado y Luis Ocampo en percusión) en el ND Teatro (Paraguay 918). “También voy a tocar ‘Camino difícil’”, asegura el músico, sobre aquella sintomática canción del doble de Almendra (1970) que conlleva una frase íntimamente ligada, emotiva e ideológicamente, con la impronta de la época. “Compañero, toma tu fusil, ve y abraza, a tu General”, cantaba (y cantará) Del Guercio, en obvia referencia al entonces inminente retorno de Juan Perón al país, luego de 17 años en el exilio. “La sigo tocando y a la gente le gusta mucho, sí. En algún momento dije ‘uy, es medio fuerte’, pero jamás se me ocurrió cambiar la letra. Jamás. Además, creo que esa canción fue un acto de amor y consustanciación con un ideario, digamos”, refiere el músico que dedicó tres años de su vida a Almendra, seis a Aquelarre y algunos más –salpicados en el tiempo– a La Eléctrica Rioplatense y a un trayecto solista entrecortado a conciencia.

–¿Qué canción agregaría a su Cómo hice personal?

–Vamos con una de Aquelarre: “Violencia en el parque”. La escribí una mañana fresca y luminosa en Ramos Mejía, creo que por mayo. Yo tenía una idea con respecto a la violencia. Mucha gente me preguntaba “¿la escribiste por lo de la masacre de Ezeiza?” Y la verdad que no, porque la escribí en 1972, un año antes. Había una cosa con la violencia que veía venir y creo que es algo que debe ser revisado más profundamente en la sociedad argentina, porque a veces hay una especie de sustrato de violencia en la sociedad, que algunas veces se expresa de una manera, otras veces de otra, y en esas épocas se expresó de una manera bastante tremenda. Lo que percibía en la época en que compuse esa canción era un choque entre dos posturas, inicialmente entre la izquierda y la derecha del peronismo.

–Otro tema relacionado con la violencia es “Aves rapaces”, del disco Brumas, el tercero de Aquelarre.

–Sí, es por el golpe en Chile contra Salvador Allende. Lo escribí especialmente por ese hecho, lo que pasa es que las letras que hacía con Aquelarre eran más crípticas. Igual, alguna vez me han invitado a talleres de poesía, las he leído y me siguen gustando. Laburaba mucho con las letras de las canciones, con su simbolismo, porque Rodolfo (García) y yo teníamos un ideario, una conciencia sobre el mundo en ese momento, sobre lo social y todo eso, pero nunca quisimos hacer letras panfletarias. Eso siempre lo tuvimos claro. Ante todo, tenía que haber un trabajo de arte, y ese tema, que también sigo tocando, y que voy a tocar en esta fecha, lo tiene.

–¿Con cuánta fidelidad lo va a tocar, respecto de su versión original?

–Tanto con los temas de Aquelarre como con los de Almendra, trato de no hacer exactamente la misma versión. No me gusta eso de hacer un cover de agrupaciones en las que estuve... Me parece medio ladri eso. Respecto de “Aves rapaces”, hago una versión muy reconocible, pero no es un calco.

–Además, en el caso de Almendra, Edelmiro Molinari es Edelmiro Molinari, y en el de Aquelarre, Héctor Starc es Héctor Starc: los temas, sin ellos, no pueden ser los mismos.

–Claro, sí.

–¿Los más rockeros de Aquelarre los hace? “Cruzando la calle” o “Patos trastornados”, por ejemplo.

–“Cruzando la calle”, sí. Pero, en general, abordo canciones que tienen zonas muy rítmicas y otras no tanto. De hecho, Luis Ocampo, el batero del grupo con el que voy a tocar en el ND, toca muchos temas con el cajón, y no con la batería. Y otros temas los toca con una batería pequeña, jazzerita, con un bombo chico. Esto es porque no quiero tocar con estructuras muy rockeras, porque en general los sonidistas te ven con una bata, todo muy armado, muy combo rock, y no pueden salirse de un esquema en el que el bombo te explote la cabeza o el bajo te trepane los tímpanos. Y la verdad es estoy en una etapa en la que necesito que se escuchen muy claramente la letra y la melodía. Cada vez que hago un concierto le digo al sonidista “hacé de cuenta que estás amplificando un grupo brasilero” (risas). Si no, el bombo te revienta la cabeza.

–Hablando de la centralidad de las melodías y las letras, hay una bellísima canción de aires litoraleños que usted compuso para El valle interior, de Almendra, y que se llama “Cielo fuerte, amor guaraní”. ¿Cómo hizo ésa?

–Mi familia tenía un lugar en la cuarta sección del Delta, casi en el límite con Entre Ríos, en el río Barca Grande, que a esa altura tiene 500 metros de ancho, y ese lugar siempre fue muy mágico para mí. En ese paraíso surgió este tema.

–Ahora se entiende el impacto sensorial de la frase del principio de la canción: “Cielo fuerte, con el sol para pescar, y en la selva, todo está para morir...”.

–La hice como construyendo una fábula indígena, sí, y bien almendroide.

–¿Va a tocarla?

–En este show, no, pero Ferrón me viene insistiendo con que la hagamos. Es un tema que tiene aires folklóricos porque en casa se escuchaba mucho folklore, incluso mi mamá cantaba folklore. Después vino Almendra y fue una especie de abanico, como un calidoscopio musical. Cuando éramos chicos, con Luis escuchábamos de todo... Estuvimos en el estreno de “María de Buenos Aires”, de Ferrer-Piazzolla; escuchábamos a Ray Charles, Dizzy Gillespie, a Mercedes Sosa, que nos apasionó con “Zamba para no morir”... Nuestros intereses eran muy diversos y nos aparecían en forma de canción-rock, pero había de todo. Después, Aquelarre se puso en un cono más rockero, hasta que nos fuimos a España y nos volvió a aparecer algo más telúrico, digamos.

–¿Por qué no publicaron ningún disco en España? Todos los trabajos de Aquelarre son de la etapa en la Argentina.

–Grabamos un tema (“Mágico y natural”), para un compilado en España. Después estuvimos por firmar un contrato con un sello de allá, pero los tipos proponían cosas de pirata y no accedimos. Los tipos querían un 50 por ciento de la edición, era una locura.

–Al regreso de España se disolvió Aquelarre, usted formó La Eléctrica Rioplatense, mantuvo esa agrupación un tiempo y luego grabó el disco Pintada, como solista. ¿Cómo hizo “Polen”, de ese álbum?

–Es una canción que me gusta y trabajé mucho sobre la letra. Es una especie de relato de amor entre un colibrí y una flor, y todas las palabras que utilicé en la canción pertenecen a ese mundo. Hice un ejercicio de disponerme en un campo de relato y en un tipo de palabras a usar, que hablaran de flores y esas cosas.

–Desde un lugar más llanamente sensorial, menos “rebuscado” que con Aquelarre, si se quiere... Es como si la pluma fluyera más liviana.

–Es probable, sí. Lo que pasa es que cuando hice Pintada estaba volviendo de La Eléctrica Rioplatense y era un momento de transición. En las letras está esa cosa relacionada con la naturaleza y en la música aparece un toque más latino. También está el tema “Trabajo de pintor”, cuya experiencia tiene que ver con varias músicas que me atraviesan: el rasguido doble, que tiene que ver con el río, y la milonga, relacionada con lo urbano. En Pintada también está “Aroma del lugar”, que es como un aire de chacarera con su pulso ternario, y habla de los años vividos durante el proceso militar. O del sentimiento que dejó todo ese tiempo. Es como una especie de declaración de amor a la tierra en la que vivís y de confesión interna de los dolores transcurridos. Ahora que lo hablo, me doy cuenta de lo lindo que es hablar de las historias de las canciones, sobre todo cuando éstas se convierten en una cosa grossa y empiezan a vivir en la trama de la cultura. Incluso, la canción que canto en el programa (“Como boomerang”) habla justamente de eso, de la canción que viaja, es tomada por la gente y vuelve llena de historias de vida. Para mí, este es el patrimonio más grande que tenemos como experiencia de vida, más allá de lo que sigue siendo la música para nosotros: un juego maravilloso y divino. Lo que pasa con la gente cuando abordás las historias de las canciones es tremendo.

–Constituye identidades...

–Tremendo, sí. Además de lo que digo de las historias de vida, hay como una ligazón afectiva muy profunda. Después vas descubriendo que todo ese cancionero que escuchabas en la casa de tus abuelos, de tus viejos, es un paquete enorme de información e identidad.

–Esta visión generosa que tiene de la música como hecho social, y que se traslada a los hechos, tal vez explique su carácter de músico poco prolífico, al menos desde que grabó Pintada, su primer y único solista a la fecha. ¿Hay un drenaje del tiempo y la energía que le impide componer más canciones o grabar más discos?

–Sí, eso me queda claro. Lo que pasa es que a mí me halaga que me reconozcan en un escenario, pero nunca tuve una cosa de “la” carrera artística, sino más bien la cosa de la creación. Por ejemplo, con Luis compartíamos mucho la cosa del dibujo, y yo utilicé esto, incluso hasta llegar a trabajar como diseñador. Todo esto es lo que me ha gustado hacer y obviamente el día tiene 24 horas, y las horas que le dedicás a cada se las quitás al resto... En fin, tengo 65 años pero me siento afilado y entusiasmado como cuando era chico. Lo que más rescato de mí, y de todos mis compañeros de Almendra y Aquelarre, es ese estado de creación permanente que conservamos como un tesoro. No sé, en estos días pienso mucho en Luis y en la charla que tuvimos sobre “Muchacha” para el programa; él dijo una cosa que yo comparto totalmente: “nosotros somos decoradores del mundo”. Esto es como un aporte, que no sé en qué grado podría mejorar el mundo, pero si noto que cuando vas a un concierto y compartís esa vibración con la gente, te sentís muy reconfortado por lo que das y lo que sentís. Creo que la especie humana ha inventado ese tipo de formas que nunca van a desaparecer, porque son cosas que recuerdan de qué mundo provienen, que es un mundo más espiritual, y que nos retroalimentan. Todo el arte está en función de esto, de saber que podemos tener una actitud más delicada, atenta y refinada frente a la vida, a pesar de todas las cosas que suceden en el mundo, que es un devenir continuo de fuerzas contradictorias entre la vida y la muerte. Uno tiene que tratar de subirse a ese movimiento, tratando de acompasarlo. Así es la vida...

–Un péndulo entre la creación y la destrucción.

–Sí. Es cierto que uno tiene la ilusión de que el mundo siempre va a devenir en algo mejor, pero creo que el mundo tiene movimientos oscilantes. ¿Por qué? No lo sé.

–Tal vez la historia sea cíclica, como pensaban las culturas precolombinas mesoamericanas, más que lineal, como la piensa el occidente moderno.

–Tal vez, sí, porque es cierto que los occidentales tendemos a pensar que hay una linealidad hacia el bien en el mundo, y la verdad es que no sé si es así. Yendo al campo de la política, por ejemplo, hay quienes piensan que las conquistas sociales ya están, pero no es así... Están si las cuidás, si no pueden desaparecer.

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“Todo el arte está en función de saber que podemos tener una actitud más delicada, atenta y refinada frente a la vida”, dice Del Guercio.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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