Sáb 28.11.2015
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MUSICA › ARIEL “PATóN” ARGüELLO DEJó LA DELINCUENCIA GRACIAS AL RAP

“El arte permite salir de la cárcel con un futuro distinto”

El descubrimiento del hip hop, casi en paralelo con la relación con su actual mujer, hizo que este rapero cortara su historial de violencia y reclusión: grabó un disco con la banda Rimas de Alto Calibre y acaba de presentarse en el C. C. K.

Ariel “Patón” Argüello comenzó a robar cuando tenía 15 años. Para él, no se trataba de una cuestión de supervivencia sino del atajo que le permitía conseguir todo aquello que lo haría llegar a “ser alguien”. Se había criado en la villa La Cava de San Isidro, pero sus padres decidieron que fuera a un colegio secundario lejos del barrio, en el centro de Martínez. Fue allí fue donde recibió las primeras marcas de la discriminación, que irían creciendo hasta transformar la delincuencia en su modo de vida, y que terminarían por encerrarlo en prisión durante dieciocho años. Sería allí dentro donde encontraría, luego de atravesar oscuros períodos en los que la violencia era el único lenguaje posible, la puerta hacia una nueva vida: la música.

En la Unidad 48 de José León Suárez, Ariel Argüello fue parte en 2010, junto a otros presidiarios, de la experiencia artística que culminó en la formación de la banda Rimas de Alto Calibre, acompañados por docentes de la Universidad de San Martín (Unsam). Junto a ellos grabó y editó un disco dentro de la cárcel, del que también participaron Sergio Dawi (ex saxofonista de Los Redonditos de Ricota), Andrea Prodan y las cantantes Miss Bolivia y Lidia Borda. Ese fue su primer acercamiento a la idea de convertirse en músico, que le permitió canalizar a través del rap, el hip hop, el rock, la cumbia y el country, las incontables letras que había escrito encerrado en su celda.

Unas semanas después de conseguir su libertad, hace poco más de un año, el Patón grabó un video con su canción “Una misión” (¿Querés saber quién soy? hoy te lo canto rapeando/ El mundo me dice Patón y es en la acción donde mando /18 en prisión y el pasado ya no pesa/ Si está limpia la cabeza, hoy todo de nuevo empieza), un rap en el que narra sus orígenes y su deseo de encontrar y ayudar a todos aquellos a quienes nadie escucha. Gonzalo Vidal Meyrelles, director de la agencia de publicidad Prójimo –que trabaja en proyectos artísticos y de indumentaria junto a los habitantes de La Cava–, le acercó la posibilidad de idear su propio video, que finalmente fue filmado dentro de la villa y en el que trabajaron más de cincuenta personas. “Una misión” llegó a girar por la cadena de música MTV y al poco tiempo Argüello recibió una invitación para ser entrevistado en el programa televisivo Animales sueltos. Durante ese tiempo, el Patón se dedicó a reclutar compañeros para un nuevo proyecto musical fuera de la cárcel, que se convirtió en La Patota, la banda con la que hoy recorre el circuito argentino de rap y hip hop.

Desde su salida de la cárcel, el Patón continuó trabajando para transformar a la música en el camino que le permita limpiar su corazón y comenzar de nuevo su vida. Siguió acercándose todas las semanas a la cárcel para ensayar junto a Rimas de Alto Calibre, con quienes se presentó antes de ayer en el Centro Cultural Kirchner (C. C. K.), en un recital que incluyó todo los temas del disco y algunos propios del Patón, y donde el estribillo de su último tema terminó siendo coreado de pie por todo el público: Se romperán las cadenas/ y mis sueños llegarán/ se romperán las cadenas/ llegará la libertad. Sin embargo, antes de que la música alcanzara a convertirse en su puente hacia la libertad, el Patón debió atravesar años en los que fue sometido a palizas brutales por parte de los guardias que lo custodiaban y protagonizó peleas a muerte dentro de la cárcel. En su intento por escapar de ese laberinto de violencia en el que se había sumergido, encontró la manera de transformar su sufrimiento y sus ansias de venganza en las canciones que hoy le permiten manejar un pasado del que muy pocos pueden escapar.

La tribu de mi calle

“Cuando entré a la secundaria, lo único que quería era tener las mejores notas. Todo fue bien hasta que se enteraron de que vivía en la villa. Después de eso, empezó todo el bullying psicológico, y cuando se hizo físico, exploté. Pum, se pudrió todo. Terminó en amonestaciones y una nota para mi mamá que nunca le di. Entonces fue cuando me encajeté. En mi casa decía que iba al colegio, pero andaba en la calle. Empecé a encontrarme con pibes del barrio que robaban por Martínez. Aparecían televisores, caseteras, equipos de música. Y a ese juego me llamaron”, recuerda hoy el Patón, a sus 38 años, durante la primera parte de esta nota en su casa de La Cava, donde vive junto a su pareja, la China, y sus tres hijas: Romina, Taiara y Jana, quienes nacieron mientras él estuvo en cautiverio. “Me subí a un bondi del que no me bajé más. En mi casa cobré como loco cincuenta mil veces por eso. Pero trabajar y estudiar no quería más. Agarré la calle y ya fue, me hice ahí, hasta que caí preso”.

En 1996, con 19 años y varias entradas en comisarías, el Patón recibió su primera condena por robo armado. Fueron tres años de cárcel. Cuando salió a la calle, no pensaba en otra cosa más que en robar y en “ajustar cuentas”. Apenas estuvo dos meses libre. En su siguiente detención, fue condenado a cadena perpetua. “En la cárcel me rompieron todo. Me patearon la cabeza, me llenaron de gas pimienta, de ‘pata pata’, de picana, de todo. Más violencia, y más violento me ponía yo. Más quería que me caguen a palos, a tiros, y más quilombo les iba a hacer: ‘Esperá que salga a la calle y hasta el perro te voy a matar’”, dice el Patón, y necesita silenciar por un momento su inmenso metro noventa de altura, mientras que por sus ojos vuelven a centellear retazos de aquel dolor. Pero enseguida desaparecen y muestran un rostro amable y contemplativo, del que parecen desaparecer todas las corazas cuando vuelve a relatar su historia. El Patón está sentado contra una pared en la que reposan los certificados de todos los talleres que cursó estando en la cárcel –entre ellos fotografía, producción de radio, periodismo, criminología y comunicación–, donde también logró completar 15 de las 30 materias de la carrera de Sociología.

“Nosotros logramos encontrar una forma de cambiar la mente de un delincuente a través de la música, la educación y el arte. Pero tuvimos suerte. Había un proyecto de una universidad y un grupo de internos que quiso estudiar y trabajar con la música para sanarse. Pero la mayoría de los presos se quedan afuera de todo lo que nos pasó –asegura el Patón–. “Cuando entrás, si no tenés padrino, en cualquier cárcel te violan de frente mar. Los presos terminan cayendo en las tumbeadas de los otros presos y las de los guardias. Y cuando salen están peor que antes, con un resentimiento incontenible. De eso alguien se alimenta. ¿Cómo se financiaría todo el negocio de la seguridad si no hubiese delincuencia? Para que retroceda la delincuencia, la cárcel tiene que ser un centro de reeducación. Por eso quiero que se conozca y que se extienda nuestra experiencia, que se sepa que existe la posibilidad para que un preso pueda empezar a salir de la cárcel y de toda la violencia que carga estando adentro”.

–¿De qué manera descubrió que la música podía convertirse en un camino para recuperar la libertad?

–En mi caso, empezó cuando conocí a la China, la mujer con quien estoy ahora. Me enderecé con ella, que también andaba re mal, con todo su mambo acá afuera. Empezamos a estar juntos y de repente apareció la primera bebé. Y yo ahí pensé “No, pará. Tengo que hacer algo. No se puede tener un chico por tener”. Entonces luché por quedarme en una unidad, para poder estar con ellas. Hasta ese momento yo era muy conflictivo, no me adaptaba a ningún sistema. Recorrí todas las cárceles de máxima de Buenos Aires: Devoto, Ezeiza, Marcos Paz. Pero llegué a la Unidad 48 y me banqué la psicológica de que me dejaran tres meses encerrado. Se dieron cuenta de que me quería quedar ahí. Yo sabía que había una movida de talleres, y quería educarme. La China me visitaba una vez por mes y yo le daba un cuaderno entero con todas letras que escribía para ella. Me di cuenta de que cuando escribía siempre estaba buscando rimas. Estando adentro descubrí el rap, que es lo que hago. Y recorriendo los pabellones me di cuenta que había una banda de músicos en la cárcel. Así conocí al brasilero, Fabiano (integrante de Rimas de Alto Calibre), que ya andaba muy metido en el rap. Le dije que tenía un montón de letras, que juntáramos gente y armáramos un taller. Entonces nos encontramos con los docentes de la Universidad de San Martín, que en ese momento daban un taller de verseada popular. Y ahí de a poco fue naciendo Rimas de Alto Calibre.

–¿Cómo vivió la experiencia de grabar un disco dentro de la cárcel?

–Cuando empezamos a armar el disco, se armó un quilombo y a mí me trasladaron. Eso fue para noviembre de 2010. Estuve seis meses en otra unidad. Y la gente de la universidad se movió para que me reintegraran. Ellos iban al juzgado a hablar por mí y les decían: “¿Por esta persona están hablando? ¿Están seguros? ¿Ustedes saben quién es este sujeto?”. Pero ellos no dudaron. “Con nosotros hizo esto, esto y esto. Y eso vale”. Y yo empecé a creer en ellos. Ahí grabamos el disco. Yo había empezado a escribir todo para la China, para el amor que encontré. “Nena Bolsita” lo escribí estando re enojado con ella (Nena, sos tan bonita/ No quiero verte más, con la bolsita), y de repente el primer día de grabación lo estaba cantando Miss Bolivia. Eso fue re loco. Grabamos con Dawi y con el hermano de Prodan. Vos te ves re chiquitito y ellos te levantan. “Mandale”, te dicen. Eso te rompe todas las dudas que tuviste. El hecho de que yo haya grabado un disco y haya salido a la calle a hacer mi rap, custodiado por un operativo para presentarlo en el Hotel Bauen, me dio un capital que tengo que saber cómo manejar. Quiero transmitir lo que viví, mi experiencia, decirle a los que están atravesando momentos difíciles: “¿Hace falta que te tengas que verduguear tanto, que tengas que vivir toda la mala para darte cuenta? ¿O podés aprender de lo que vivimos otros y que a vos no te roben la vida?”.

Adiós a las armas

Pocas horas antes de tocar en el CCK, el Patón se enteró de que sus compañeros de Rimas de Alto Calibre no iban a obtener los permisos para salir de la cárcel y tocar junto a él. De los once miembros de la banda que pertenecían a la Unidad 48, hoy solo dos están en libertad. Sin embargo, el Patón ya tenía decidido que si eso ocurría, encontraría la manera de tocar y mostrar su música. Junto a Lautaro Merzari (voces y percusión), Juan Pablo de Mendonca (voces y acordeón) y José Lavallén (voces y guitarra), los tres docentes de la Unsam que también forman parte de Rimas de Alto Calibre, armaron un combinado que incluyó músicos de La Patota, ex presidiarios que formaron durante un tiempo parte del grupo, y que tuvo a Sergio Dawi en el saxo. “Ensayamos toda la noche para estar acá. No queríamos perder la oportunidad de que se conozca lo que nosotros pasamos y cómo salimos”, dijo el Patón frente a un público que con el correr de los temas se fue acercando a los músicos, y terminó aplaudiendo y golpeando el suelo al tiempo del bombo de la batería, acompañando a la banda durante el recital.

Ubicados en una de las salas del primer piso del C. C .K., Rimas de Alto Calibre desplegaron un abanico musical que pasó por el rock, el folklore, el country, la cumbia y el hip hop, dando lugar para que en cada tema el Patón deslizara sus letras rapeadas. Rodeando al escenario, en los vidrios ubicados sobre las paredes del salón, los otros miembros del proyecto escribían algunos de los versos del Patón. Luego de un cierre en el que el público se permitió bailar ocupando toda la sala con la cumbia “Escribo lo que rimo” (“Digo lo que rimo porque me sale así / a todos me le animo porque sale de mí”), el Patón se sienta en una de las escaleras para terminar la charla que había comenzado días atrás en La Cava.

–¿Qué es lo que necesita alguien que está preso para poder salir de su encierro y que reincidir no sea su única opción?

–Que lo escuchen, que lo entiendan. Pero, ¿cómo lo hacés comprender si no quiere? Tenés que buscarle la forma. Hoy el sistema funciona de otra manera. La violencia se reprime con violencia. Pero en mi experiencia carcelaria, cuando yo cambié, pude ver que quienes trabajan en el sistema penitenciario también podían cambiar su manera de pensar. Los guardias sabían que no los iba a tumbear, que no les iba a dar una puñalada. A mí, en un momento hasta dejaron de revisarme. Pero tiene que haber herramientas como la música, la educación y el arte para que alguien pueda salir con un futuro distinto. Cuando volví a la calle, al toque me ofrecieron salir a robar y vender droga, pero yo ya tenía otro proyecto de vida, que es la música. Y esa tiene que ser la función de la cárcel: darles herramientas a los presos. Si no, ¿cómo puede cambiar uno? En Uruguay, por ejemplo, están haciendo el trabajo de que en vez de tener encargados uniformados con una pilcha re chocante, tengas un educador, una persona que no te aplica el lenguaje tumbero, que maneja otro léxico. Con lograr que al menos un preso cambie, ya estás haciendo una banda. Es lo que pienso cuando toco. Si me escuchan cien, diez o una sola persona, para mí ya es un montón. Para que vean que por más oscuridad que haya, si uno quiere, luz siempre hay.

Entrevista: Diego Fernández Romeral.

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