Dom 03.01.2016
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MUSICA › UN REPASO POR LA PRODUCCION DISCOGRAFICA AUTOGESTIONADA

Los 15 independientes del 15

Lejos de las grandes luces del mercado, el rock argentino independiente volvió a demostrar su potente momento creativo. Aquí se ofrece un repaso incompleto pero representativo de la música que se cocina en la escena que alimenta noches y más noches de shows.

› Por Luis Paz

Fue, es y será inútil endilgarles a ésta o a cualquier otra quincena de discos la representación de ese movimiento inestable, polimórfico, basto, fluctuante, heterogéneo e inabarcable (porque cada día sale un disco, cada noche hay un show) al que hace un tiempito se remite como “indie”. Bajo ese apócope normalizador, si todo se redujera a una concepción “independiente” de hacer música, sería posible hallar desde el más extremo de los ruidismos hasta cantautores con hipersensibilidad, desde clanes experimentales a pop puro y duro. Ahora bien, como estética, el “indie” es todavía más difuso. Lo que acá se procura es precisamente demostrar esa variedad, seleccionando 15 discos que dejó 2015. No son los mejores (algunos sí, por supuesto), tal vez tampoco los más representativos: lo único seguro es que consagran un sonido, solidifican un concepto, celebran una carrera autogestiva, dan una pauta sonora a lo que vendrá o representan fenómenos y tendencias locales. Y lo que los amucha es su extracción: fueron autoeditados, autofinanciados o bien publicados vía pequeños sellos de catálogo y de concepto boutique. De ninguno podría decirse que es un “disco de género”, pues todos a su modo escapan al cliché y explicitan una idiosincrasia argentina y subterránea. Play.

Colectivo vacío (Sara Hebe & Ramiro Jota, autoeditado)

Por capricho nominal o casualidad, el tercer disco de la mejor rapera de la escena es el menos inmediato, pero el más fuerte. Es que el Colectivo vacío tarda en llegar a la parada, pero al ver cómo manejan algunos, es claro que puede llevarse todo puesto. Acá las rimas ceden a una construcción que es cada vez más urbana, como una nueva música (marginal y) popular que se sabe conviviente del punk y el rock en el ala guerrillera de la canción. Este es el disco con el que la cantante patagónica se encarama definitivamente a un proyecto que ya es crossover y puja fuerte por romper el límite del millar de personas. Pero es también el mismo disco que suena en movidas de base y luchas sociales. Hip hop, punk, furia, amor y destrucción, todo se conecta a la manivela salvaje de Sara & Rama para escupir verdad en cualquier cara.

Córdoba es mi Europa (Los Animales Superforros, En Grandes Discográficas)

Modernistas del poncho y el charango, recalculadores del GPS, padawans del consumo irónico, interventores FADU del desierto norteño, todo eso son Los Animales Superforros, que ya en su nombre entrañan signos epocales como el mashupismo, la ironía, la irreverencia y el pop armado en calzones en una piecita con aire acondicionado. Con su hit irreversible “Meta y ponga”, que condensa esa particular mueca suya de incitar baile con ternura y beso con guarrada, y una mochila con fabulosas melodías andinoporteñas (“Motomel”), facturaron un suculento disco que enhebra tradición y vanguardia mediante la deconstrucción digital del instrumental folklórico y la idea del viaje como herramienta psicodélica. Acá también hay pop para divertirse, y una manera clasemediera de ser NOA friendly, pero en fin inteligente y audaz.

El cruce de los unders (Nahuel Briones, financiado vía idea.me)

El de esta gesta es un esfuerzo de producción inusitado, amparado por la estrella de un gestor fundamental para la música underground argentina. El último disco producido por Jorge Alvarez fue este cancionero del joven y precoz compositor Nahuel Briones. Son quince canciones, extraídas de un alhajero de doscientas, que incorporan invitados tan diversos como Sergio Dawi y Antonio Birabent, Pablo Dacal y Fernando Kabusacki. Por fuera de toda escena y sus confines delimitados, Briones indaga en la electrónica, el vals, el candombe, el pop orquestal, el rock pesado y la balada, con un sello radioheadeano que lo extrae del campo cantautoral más puro. Su “cruce de los unders” es un paseo de a ratos ensimismado, que ocasionalmente puede parecer inconexo, pero que siempre tiene algún paisaje bello para mostrar.

El final de las primaveras (Valle de Muñecas, Scatter Records)

El anterior disco del combo que coordina Manza Esaín, La autopista corre del océano hasta el amanecer (2011), fue una obra magistral que tenía unas canciones finísimas con muchísima información rockera encima. Su cuarto CD es igual de bueno: tiene un montón de cosas ocurriendo entre esas guitarras audaces y el galope frenético de las bases; incluso, momentos que agitan el baile o desatan fiebre post punk. La música motoriza mientras los versos de Manza –que podría escribir los más bellos y los más tristes cualquier noche de éstas– movilizan ideas, pasiones, verdades. En todo caso, su único punto flojo los excede, y es que por algún chiste sin remate del mercado todavía “1000 kilómetros”, “Las cosas perdidas” o “La llave de los días mejores” no suenen en todos lados. Allí, tal vez, su belleza ulterior de perla oculta.

Fiesta muda (Mujercitas Terror, ATMC Records)

Eso que de pronto se acostumbró a ser llamado “indie” argentino es mucho más diverso que lo imaginado, y más amplio del recorte que se pueda hacer desde medios y publicaciones con asiento musical. Mujercitas Terror es uno de los experimentos más particulares, por poética, sonido y concepto. Pero el punto es que quien no se permite sobrepasar su yeite estético no llega al nervio de sus canciones, que acá reciben la producción más cristalina –y que no por eso deja de ser densa– a la fecha. Su Fiesta muda no es satánica ni opresiva, es sencillamente la concreción de un universo alterno en que la belleza física fue destruida y sobrevive el menos prejuicioso. Por ahí anda esta banda, que sabe empoderar, ser oscura, frenética y libre. Y más importante aún: sabe pisarle la sábana a los fantasmas que a todos aquejan.

Gospels (Pels, La Croqueta Records)

En el tándem que abre su segundo disco (entre “11:11” y “Dormiría”), el quinteto se muestra todo lo mutante que puede antojársele, invadiendo el espacio con capas y espadas sonoras, yendo de lo elemental a lo progresivo, del puro concretismo a lo onírico, del Lado Más Oscuro a un incandescente puente inconcluso (“Mi paisaje interior...”). Agiles para la diversidad, consagran su disco a disolver tautologías sobre la juventud. Si la madurez llega a las frutas en forma de ablande, ellos endurecen su tendencia por la canción preciosa, vestida, arreglada y sabida de ceremoniales y protocolos. Además de una habilidad precoz para llenar de sentido los silencios que hay en sus composiciones, el disco trasluce su dedicación y elegancia en el manejo de volúmenes y climas, lo que quita suntuosidad a su rock clásico.

Gratitud (Los Espíritus)

Afrobeat, blues, boogie, todo parece sindicar a estos espíritus como obra de la magia negra musical. Lo cual lo vuelve de- safiante para el habituado a otras filiaciones del indie vernáculo, como el noise o en general el rock universitario. Tan desa- fiante como ese inicio con el verso sobre el “perro de Ramona”, justo para un cantante, Maxi Prietto, que con su banda anterior (Prietto viaja al Cosmos con Mariano) se volvió reconocible por esas erres arrastradas montadas a canciones deliradas. Acá hay un tono más folklórico o bucólico, rural o de micrópolis: cosas de bares y fondas, de tranqueras y valles, de tabaco rolado y “culos cometrapos”. Su ejemplar modo de contar las cosas (con cercanía pero con curiosidad) apuntala a esta congregación de desbandados que no se resigna a dar nada por sentado ni menos perdido.

La danza de los principiantes (Mi Amigo Invencible, Fuego Amigo Discos)

Si La Nostalgia Soundsystem, el disco que les levantó las barreras de los peajes hasta la capital, mostraba al mendocino como un grupo con urgencia, su nueva placa aporta otra faceta, más relajada y hasta sabia, que confirma que son una de las bandas actuales más promisorias. Hay algo del fino pop orquestal cuando los temas toman aire para arrancar, engordan y las voces se acoplan para dirigirlos a lugares nuevos. La producción apunta más al cuidado de la canción que al reflejo del sonido en vivo y en suma con un espíritu post rockero, de juego puro e hilados diversos, vuelve difícil el anticipo de hacia dónde irá Mi Amigo Invencible. Toda una virtud para una banda joven. También enigmática, y al fin intrigante, esta danza entraña otro misterio: ¿“principiantes” por jóvenes o por sus férreos principios?

La rabia que sentimos es el amor que nos quitan (Los Rusos Hijos de Puta, Ediciones Clandestinas)

Un verso de su nuevo disco (primero con rigor oficial) define con claridad al clan sacado que estremeció el underground porteño este año. Está en “La Federal”. Dice: “Entonces te veo a vos, entre el humo y los ortivas, nos acostamos en el asfalto, lo hacemos en el asfalto”. Entonación, rima e imagen los ubican a mitad de camino entre 2 Minutos y El mató a un policía motorizado. Y por ahí andan, con la carne joven del indie rock dosmiloso intervenida por el germen del punk más callejero. “No quiero trabajar para gordos en camioneta”, asegura La Rusa al comienzo del disco, afianzándolo todo. Sensación subterránea por sus shows salvajes, nudistas, discordantes, Los Rusos se convirtieron también en fetiche, y ante eso tendrán que agitar otra resistencia: la de evanecer como fenómeno freak y confirmarse músicos.

Nada es exacto salvo la medida de los sueños (Altocamet, Casa del Puente Discos)

En 2015 celebró 20 años de obra, lleva cuantiosas ediciones (cuatro discos, más EP, maxis y simples), ganó cuatro Premios Gardel y su nombre aparece siempre asociado al de Gustavo Cerati, y sin embargo esta nave marplatense de pop electrónico sigue pareciendo una banda emergente. Tendrá que ver con esa urgencia por modificar permanentemente el modo de presentar sus obras, que en este compilatorio se clarifica en una cuidada y cojuda edición doble y audiovisual, en CD más DVD más librillo con poesía, fotografía y diseño. Siempre a su modo –el de la libertad al montar sus piezas, la desatención de tendencias de onda y la integración de lenguajes–, Altocamet edificó una obra de calidad trasfronteriza, ambiental, flashera y académica, y en esa ruta se consolidó como uno de los electrocombos más longevos del pop local.

Ojos que ladran (Paula Maffía Orgía, Flicka Música)

Sea con una guitarra apenas, como parte de La Cosa Mostra o la orquestina Las Taradas (con la que también sacó un notable disco este año) o en esta experiencia orgiástica con amigos estables y convidados, Maffía es una de las cantantes y compositoras más potentes de la escena. A la par de otro par de mujeres laburantes de la canción (Lucy Patané y Marina Fagés), Maffía porta en la fuerza de su discurso extramusical y militancia la llave de una nueva música popular que apunta a liberar otras opresiones, ya no tan económicas como de mandatos familiares, sociales, sexuales. Acá pone todos sus recursos folklóricos, jazzeros, bluseros, rockeros y chansoneros, pero más noble es que ponga el corazón y las tripas. Y mientras subraya “la fina línea entre adaptarse y resignar”, firma un disco estremecedor, pleno.

Ra (Francisca y los Exploradores, autoeditado)

El cantautor, el guitarrista noise, el bajista post punk, el tecladista flasheado y el baterista groovero coexisten en el disco de esta banda que no tiene ninguna mujer en sus filas. Francisca es una figura aventurera, la que narra o la que vive estas odiseas que Los Exploradores perfilan entre muchos: los instrumentos cambian de mano, los músicos entran y salen, y aún en medio de todo ese caos, logran un disco concreto. Hay mucho juego con el sonido y el procesamiento de voces e instrumentos, una confusión sonora que adrede opera en el que escucha Ra. De a ratos indescifrables, otras veces de gran familiaridad, estas canciones proponen la discordia, plantean algo de heroísmo en la resiliencia. Casi un disco de ciencia ficción que viene a hacerse cargo de la banda sonora de una época tecno signada por el collage.

Revelation (Yataians, Estamos Felices)

Tiene gran integración en otras escenas de la música underground, como el circuito de rock mestizo, y un movimiento bastante amplio de bandas, pero el reggae local difícilmente materializa en el indie. Cuando aparece, es apenas como recurso pasajero, como yeite traspolado a otro tipo de música. Por eso lo raro en Yataians no es tanto que uno de sus músicos provenga de Nueva Caledonia sino que su revisión de la música jamaiquina primigenia (la de los ensambles vocales y el rocksteady) se haya colado en la línea de montaje del rock guitarrero porteño. Por fuera del romanticismo melódico entrañado en las primeras planas del reggae local, acá lo que hay es una tradición coral, de arreglos sutiles y ritmo relajado con guitarras acompasadas. Si bien bastante tradicional, Yataians se confirma así como una banda única.

Siguiente (normA, Scatter Records)

Veinticinco minutos dura lo nuevo de una de las bandas más espasmódicas del rock local, creadora tal vez del post punk tuitero a través de su consigna de poner títulos de una palabra (hashtags acaso) para letras mínimas (tuits quizás) sobre una música densa pero resbaladiza (barro tal vez). “Hola” y “Serio” (el del autoadhesivo verso sobre “la vida contemporánea, la vida moderna”), que sumados no pasan los 6 minutos, bastan para ajusticiar que normA es una banda de un ímpetu ejemplar, admirablemente prolija para tanta brutalidad y velocidad, con una poética que cuando se descifra se vuelve universal y una intención difícilmente equiparable: la de mantener para el rock el sentido de tener algo para decir, sin olvidarse del mandato punk de decirlo rápido y fuerte. Ya sin el chiste del “rock2tonos”, son cosa seria.

Sueño real (Shaman y los Pilares de la Creación, Concepto Cero)

Aparejada a su estreno porteño en Caras y Caretas 2037 –cuando a Shaman Herrera, Adrián Conti, Alejandro Bértora y Eduardo Morote se les sumó una fantástica selección de amigos músicos–, este tandem de disco y show fue la mejor producción under local en 2015. Las habilidades vocales de Herrera no tienen parangón en la escena emergente, la destreza rítmica de Morote es envidiable, sus conceptos de producción son reveladores, sus canciones son intrigantes y bellas, y todo suena de puta madre. Es decir: la rompen. En este fabulario integran caracoles y caninos –lobo, perro, zorro– con cofres de oro, cruces aparecidas y nieve sagrada. Un imaginario único e inesperado en un contexto (el suyo, el del indie metropolitano) al que le sobra épica generacional y le faltan fantasía, misticismo y mayor psicodelia temática.

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