MUSICA › OPINION
› Por Eduardo Fabregat
Hay una mirada nostálgica, hasta demasiado indulgente, de esas que solo pueden resumirse en el lugar común de “todo tiempo pasado fue mejor”. Un modo de pensamiento que suele escucharse en el opinódromo del rock argentino, que pone en el altar ciertos momentos históricos –cada cual tiene su favorito– y de allí concluye que ya está, que nada será igual a aquello, que en la escena actual ya no pasa nada o pasa poco. Una pena para quienes sostienen esa mirada reduccionista: se están perdiendo un gran momento –otro más– en el rico historial de la música hecha en estas tierras.
Lo que difícilmente vuelva a ser como era es el mercado musical, en muchos sentidos. Y uno de ellos, la edición discográfica, empujó a miles de músicos al hacelo vos mismo, a encontrar y desarrollar sus herramientas para producir aquello que antes era terreno casi exclusivo de las grandes discográficas. En la Argentina existe la edición independiente desde Mandioca y MIA, pero nunca antes se vio un fenómeno de edición autogestionada como el actual. Nunca antes, tampoco, el músico tuvo a su disposición las herramientas necesarias para una grabación de audio profesional. Ese fenómeno, que pone al alcance del oído a centenares de propuestas, a tiro de un click, sirve como prueba de lo que está sucediendo. Seguro, hay que aprender a moverse en ese océano de posibilidades y la verdad sigue estando en los shows en vivo, pero la variedad estilística y la calidad de lo que se escucha desmiente esa perezosa mirada que glorifica el pasado y desdeña el presente.
Quienes además de escuchar con atención estimulan su curiosidad y salen al ruedo, a ver qué pasa en los reductos rockeros de esta ciudad y cómo suena eso que está grabado, saben que aquí no hay exageración. Seguro, los ochenta tienen un aura mítica casi invencible, y los noventa dejaron grandes momentos. Pero hoy en el país –porque la explosión tecnológica entrega además la enorme ventaja de enterarse de lo que sucede mucho más allá de la General Paz, y sorprenderse una y otra vez– hay un fermento musical que produce entusiasmo, que abunda en propuestas, que quizá no se lleva los grandes titulares pero realimenta una corriente histórica. Argentina tiene rock, y bajo esa palabra-paraguas convive todo un universo de caminos estilísticos. El repaso de estas páginas es un buen pantallazo, una apreciación de talentos y una guía para el usuario, pero lo mejor es que es apenas un recorte. De hecho, hay varias bandas muy recomendables que no figuran aquí simplemente porque en 2015 no pasaron por el estudio.
Lo que sigue faltando, claro, son espacios de difusión. Con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en riesgo, los músicos independientes pueden llegar a perder un resorte fundamental, el que buscaba garantizar una cuota de aire para todo eso que se está haciendo pero a veces le cuesta salir del gueto. Siguen faltando radios que vayan un poco más allá de lo que graban los grandes sellos y se animen a darle su voto de confianza a todos estos artistas, abrirles aunque sea una ventana. Dejar de girar exclusivamente sobre la apuesta segura y, sobre todo, animarse a suscribir ese querido concepto de que mañana es mejor. Música no va a faltar.
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