Dom 03.01.2016
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MUSICA › MICHAL ZNANIECKI Y EL FESTIVAL OPERA TIGRE

Cuando la música se interna en el Delta

El director polaco motoriza este peculiar encuentro musical que se desarrollará, desde el próximo martes, a lo largo de un mes y medio. Incluirá proyecciones de óperas, actividades para niños, recitales y una superproducción de La Tempestad.

› Por Diego Fischerman

Toda historia es, en algún sentido, una historia de amor. Michal Znaniecki, alumno alguna vez de Giorgio Strehler y colaborador de Tadeusz Kantor, ex director de la Opera de Poznan, en su Polonia natal –donde es una suerte de estrella a cuya obra le han dedicado libros y estudios– llegó a Buenos Aires un poco por azar. Como el genial escritor Witold Gombrowicz, se quedó más que lo que pensaba. Pero si su antecesor en esas cuestiones lo hizo más bien movido por el espanto, en su caso se trató de un enamoramiento fulminante. “Aquí la gente pregunta”. Dice a manera de sintética explicación. “Y no sólo eso, le interesa la respuesta. Escucha. Y recuerda”.

Desde esa primera vez, y desde su inaugural puesta de Eugene Oneguin, de Tchaikovsky, que se presentó primero en 2011 en el Argentino de La Plata y luego en Bilbao, Montevideo y Cracovia, Znaniecki ha hecho varias cosas: hacer la régie de Hagith de Szymanowski en el Teatro Colón; escribir y dirigir Kronos, sobre el diario secreto de Gombrowicz desde la mirada de su viuda; dar talleres de improvisación teatral; comprar un departamento en Buenos Aires, desde donde se desplaza a lugares como Masada, en Israel, en que ha hecho una puesta espectacular –en su sentido más preciso posible– de La Traviata de Verdi, con el desierto –y unas ruinas que aparecen semienterradas– como escenografía; perfeccionar su castellano hasta el nivel de un porteño de nacimiento, con modismos incluidos; y adquirir una isla en el Delta, sobre el arroyo Gélvez, donde vive parte del año y en el que inventó el que tal vez sea su proyecto más osado, el Festival Opera Tigre.

“La primera vez que pensé en El Tigre, como posible escenario, fue en Masada. Trabajábamos de noche, sin agua, y con ese vacío inmenso alrededor, y viendo después la gente que llegaba, desde Canadá o desde Australia, a vivir una experiencia, mucho más que a ver y escuchar una ópera, empecé a vislumbrar que salir de un teatro era algo bueno. La idea inicial fue un campo en Polonia, pero ya tenía mi departamento en San Telmo y El Tigre aparecía como una posibilidad de lugar de retiro maravilloso. Pero allí en Masada conecté las dos ideas. Y el desierto, y la falta de agua, me llevaron al agua, y a la selva.” Poco a poco, la idea tomó forma. Y el próximo martes a las 21 comenzará su tercera edición. En la isla a la que Znaniecki bautizó Kaiola Blue –en los arroyos Gélvez y Espera– y, también, en el bellamente inquietante Convento de San Francisco –Río Carapachay y Arroyo Gallo Fiambres, en ambos casos con servicios de lanchas que pueden consultarse en la página oficial del festival, en Internet–, se desarrollará a lo largo de un mes y medio, incluyendo proyecciones de óperas, actividades para niños, recitales y una super producción de La Tempestad en que los textos de William Shakespeare se entrelazarán con la música de Henry Purcell y que tendrá como estrellas a la soprano Guadalupe Barrientos y al actor Nacho Gadano –que será Próspero– y que contará en su equipo a algunos de los fieles colaboradores de Znaniecki en sus puestas europeas, el escenógrafo italiano Luigi Scoglio y el iluminador polaco Bogumil Palewicz. La gala inaugural contará con la actuación de una de las cantantes argentinas más importantes entre las surgidas en los últimos años, Daniela Tabernig, quien interpretará arias de Verdi, Puccini y Dvorak. Junto a los pianistas suizos Beatrice Lupi y Francesco Paganini, quienes además tocarán obras a cuatro manos de Debussy y Saint-Saëns.

Junto a Znaniecki hay otro protagonista, Jon Paul Laka, ex director de la Opera de Bilbao, conductor musical de este festival y gestor de instrumentaciones impensadas –y reveladoras– para el repertorio abordado. La orquesta con la que el año pasado se presentó La reina de las hadas, de Purcell, incluía, por ejemplo, acordeón, bandoneón (a cargo de Pablo Mainetti, que este año también será de la partida) y guitarra eléctrica (en las manos del talentoso Pedro Chalkho). Znaniecki, por otra parte, será responsable este año de dos puestas en el Teatro Colón. O, visto de otra manera, de un mismo espectáculo compuesto por dos óperas breves, Vuelo de noche y El prisionero, de Luigi Dallapiccola. Los problemas, y los desafíos, que le propone ese doble programa, no son ajenos, para él, a los de montar espectáculos en el medio del barro, la vegetación salvaje y el agua indomada. “Cada obra es una combinación entre un texto, una música y un lugar. Y eso incluye, también, una tradición y un público. No hay ideas preconcebidas. Se piensa sobre el lugar y sobre la circunstancia. En el caso de las dos óperas en el Colón, se trata de dos espectáculos independientes y, sin embargo, para mí tienen una conexión. No por la continuidad sino por el contraste. Me he planteado, para Vuelo de noche, un espacio absolutamente abierto, con toda la dimensión del escenario del Colón, también hacia atrás, hacia las bambalinas, y para El prisionero un espacio cerradísimo, sumamente pequeño, reducido al extremo. Uno cobrará sentido, o un sentido diferente, al lado del otro.”

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