MUSICA › INES ESTEVEZ Y JAVIER MALOSETTI SE PRESENTAN EN BORIS CLUB
La actriz debutará cantando en público junto al bajista, en una relación que nació por el amor mutuo y se multiplicó por las inclinaciones musicales en común. “Son canciones que tienen su elaboración, pero son simples, sin pretensiones”, aseguran.
› Por Cristian Vitale
El le cruza el brazo por detrás del cuello. Ella le devuelve el gesto con su mano izquierda que cae suave sobre la rodilla de él. Y se miran fijo... hay amor. Para colmo, la música le pone más emoción a la cosa. “Esto empezó noviando”, arranca él, Javier Malosetti, en la previa de la triple presentación musical que ambos (ella es Inés Estévez) protagonizarán en el Boris Club (Gorriti 5568) los sábados 9, 16 y 23 de enero, a las 21.30. “Empezó noviando y luego de noviar un tiempo nos fuimos dando manija con la cosa musical, a partir de que yo le mandé ‘Crazy for you’, un viejo clásico de Gershwin, y vi que ella lo cantaba perfecto, tanto como una bocha de temas de Duke Ellington, Cole Porter, y de todos esos compositores clásicos del jazz. Tiene un cancionero completo, como real book con las letras, todo bien afinado”, desarrolla el bajista al que Spinetta llamaba “bebote” y que, para esta ocasión, piensa dejarse abrazar por standards de jazz, y algún que otro género brasileño, bajo la instrumentación clásica del jazz: piano, contrabajo y batería, más la voz de él. Y la de ella.
“Sabía que Inés había cantado algo en alguna película, pero no sabía cuál era realmente su gusto musical... Me llevé una grata sorpresa cuando me enteré”, amplía Malosetti y, ahora sí, el péndulo se corre hacia la palabra de Inés Estévez, actriz de profesión, cantora de vocación. “El tema que Javier menciona (‘Crazy for you’) era uno que yo cantaba con mi papá, un oficinista que tenía una bohemia musical tremenda. Tocaba el contrabajo y el piano de oído, y recuerdo que tenía unas tertulias con sus amigos a las que yo asistía de chica”, evoca ella, mientras el péndulo vuelve otra vez sobre la pata masculina del vínculo: “A mí me hubiese encantado estar en esas tertulias porque, aunque no se dedicara a la música profesionalmente, el padre de Inés y sus amigos ‘jugaban’ a tocar jazz, y eso es algo poderoso, me parece genial. Si bien no conocí a su padre, me hubiera gustado mucho tener el gusto”. El lugar de tales tertulias era el Club Social de la ciudad de Dolores, que aún tiene un piano de cola que lleva el nombre del personaje en cuestión: Carlos Estévez. “Así que ya había una afinidad paternal entre ambos que no conocíamos”, refuerza la actriz, maquinando una fantaseada relación a priori.
–¿Y qué sabía usted, Estévez, de Walter Malosetti, el padre de Javier?
Inés Estévez: –Conocía y apreciaba muchísimo su música, pero me fui asombrando, además, cuando me enteré de que teníamos Wincos en nuestros respectivos hogares de la infancia y que escuchábamos casi los mismos discos.
Javier Malosetti: –El otro día, por ejemplo, puse un disco. Hacía mucho que no ponía un cd en casa. Era el de Louis Armstrong en vivo en Italia (El embajador Satch), un disco con sus All Stars, que la rompe. Y entonces, cuando lo puse, estábamos los dos tomando sol en el jardín, y ella lo vio y dijo “este disco lo tenía en mi casa cuando era chica”. Y yo también, porque con mi viejo le dábamos con un caño de escucharlo todos los días en el Winco, como dice Inés. Era un cope ir a la discoteca de mis viejos, que tenía miles de discos alucinantes de jazz o de música clásica. Que me dejaran manipular todo eso y escucharlo fuerte era la gloria. Bueno, ese disco de Armstrong era clave para los Malosetti y resulta que en la casa de los Estévez, en Dolores, también.
–Casi los unió Satchmo, entonces.
I. E.: –(Risas.) Fue un disco clave, sí.
J. M.: –También el samba. Puntualmente, un disco de María Creuza que había en casa, y que era de antes que ella se dedique solamente a tocar en el bingo de no sé dónde (risas). Un disco de una banda que ella tenía cuando era muy joven y que sonaba muy bien, con cuerdas, con unos arreglos impresionantes, y una orquesta que se sonaba todo.
I. E.: –Muchas similitudes de hábitos e inclinaciones musicales, sí. No sé, de repente nos encontrábamos los dos tarareando solos los temas del disco de Armstrong, temas de esos que se te fijan en la cabeza desde muy chico.
Según detecta la memoria de Malosetti, la relación entre ambos lleva un año y algunos meses. Se conocieron en un período de actividad intensa para los dos: ella atiborrada con sus clases, sus obras de teatro, sus tiras televisivas; y él, de gira con su banda, y sus clases, también. “No sé cómo maduró esto de planear estos conciertos. Puedo decir que tal vez cuando nos vamos de viaje, porque nos gusta ir a una playa solos con la viola, y llenar un cuaderno con nombres de temas que nos gustaría cantar. En principio no eran para tocar en vivo, pero después fue cambiando”, cuenta el bajista, y de inmediato interviene la actriz: “Era como un juego, sí... ¿Sabés éste? ¿Sabés el otro? Eran temas que nos gustaban y que quedaron en el repertorio que vamos a hacer ahora.”
No quieren revelar mucho sobre la lista de temas, pero el dúo (acompañado por Hernán Jacinto en piano y teclados; Ezequiel Dutil, en contrabajo; y Javier Martínez –el que no era de Manal– en batería) va a visitar, seguro, “La vie en rose” y el ya nombrado “Crazy for you”. “Un ochenta por cierto son standards de jazz, después hay algo de música brasilera. Como dije antes, ‘Crazy for you’, porque es la canción que cantamos desde que nos conocemos, y es bastante emblemática para nosotros, y ‘La vie en rose’, un tema que cantaba Edith Piaf. Inclusive, encontramos una versión de Armstrong cantada en inglés, y de ahí saqué para cantar mi parte, porque Inés hace la parte en francés, idioma del que yo tengo muy poco”, admite el bajista.
–Y del acervo brasileño, ¿qué?
J. M.: Un tema lindo, que es de Gilberto Gil y que lo canta a dúo con Caetano. Yo no lo conocía. Me lo mostró Inés y se llama ‘Desde que o samba é samba’. Es un samba, claramente (risas). Está muy buena la armonía, la vuelta, y ella se sabe la letra perfecta. Después, hay un jazz clásico que llevamos al bossa nova, y un bossa que llevamos al jazz... unos cruces, ahí. Todo está tocado con un gran sentido del minimalismo y para que no suene pretencioso nada. Que tenga swing, que camine lindo, que sea claro para todo el mundo porque, al final, son canciones.
–¿Por qué lo remarca así?
J. M.: –Porque los músicos de jazz nos encargamos de deformar bastante los temas, de romperlos para improvisar desde el caos, yo qué sé, pero esa es una práctica un poco ego, por no decir onanista (risas). Eso es algo que divierte solo al tipo que lo está haciendo, no al público. El público, en estos casos, no tiene mucho de donde agarrarse. Por eso, nuestra idea es enfocarnos en el origen de cada canción; no en el desarrollo que le dio Charlie Parker, por ejemplo, sino en el principio de la canción en sí, en su línea melódica, en esas letras hermosas con un asidero en el romance, en el amor.
–En lo autorreferencial, o en la vivencia, en el caso de ustedes.
I. E.: –Sí, pero no nos fijamos puntualmente en lo que dicen las letras, sino que son temas que absorbimos de chicos, y que conocíamos del derecho y del revés. Y lo que decía recién Javier, que la música tiene su elaboración pero es simple, sin pretensiones.
J. M.: –Eso, que no suene pretencioso me encantaría.
–Nunca se escuchó a un músico de jazz “desear” que alguna vez su música no sonara pretenciosa. ¿Por qué será?
J. M.: –(Risas.) Por dos razones que son clave, para mí: una, la improvisación, y otra, el nutrirse constante de los folklores del mundo: en Cuba le ponen congas, acá se liga con el tango, en Europa suena más clasicón... El jazz ha tenido esa suerte, una gran influencia de la música clásica, la improvisación, el swing y entonces se fue haciendo cada vez más sofisticado, más grosso. Concretamente, con el advenimiento del bebop, con Dizzy Gillespie, Charlie Parker, Thelonious Monk y toda la monada se dejó de bailar, y se transformó en una música para escuchar unos pedos bastante raros para el momento. Entonces, todos los que venían bailando con la orquesta de Benny Goodman, por ejemplo, se fueron a bailar con Ray Charles, o con Elvis y el rock and roll. El jazz ahí se quedó un poco solo, lo cual no quita que para mí sea la expresión musical más grossa porque, a diferencia del rock u otras músicas que dan vuelta sobre lo mismo, el jazz no para, se abre caminos. Y la prueba está en que los músicos no sólo tienen que ser más avezados sino que el público tiene que estar dispuesto a recibir algo con más info. Si el que escucha se suelta y logra asimilarlo, va a ser muy dichoso.
–Estévez, ¿es su debut como cantante “en público”?
I. E.: –Tuve incursiones en la comedia musical que considero casi accidentales. He grabado jingles, he recurrido a esa pequeña habilidad musical en mis comienzos, en casos de necesidad. También he cantado en tres películas: en Cipayos, de Jorge Coscia; en Matar al abuelito, que tenía música de Litto Nebbia, y en una escena muy ridícula, muy graciosa, de una película que se llamaba Dónde queda el paraíso, en la que hice de una loca que cantaba lírico muy mal. De todos modos, el primer premio que gané fue por un musical en teatro, pero me negaba a eso porque no tenía una formación académica. Me parecía que era preferible volcarme a la actuación, porque de esa manera iba a ser tomada más en serio, aunque la actividad musical siempre me atrajo como espectadora y oyente, y no dejó nunca de ser tácitamente una asignatura pendiente.
–¿Por qué “tácitamente”?
I. E.: –Porque no lo tenía en la cabeza. De hecho, no le creí mucho a Javier cuando me propuso esto. Me di cuenta de que disfrutábamos de tirarnos a tocar la guitarra y a cantar, y que el jazz nos unía mucho, pero lo tomaba más como un halago suyo hacia mí, hasta que de pronto me di cuenta de que era factible.
J. M.: –Las primeras veces que tocamos, yo ya fantaseaba con esto, pero ella no. No me creía.
I. E.: –Es que me parece una cosa tan nueva que hasta prefiero tomarlo como un buen pasatiempo. Cuando lo escucho hablar de giras o de tocar en lugares más grandes, digo “está bueno”, pero siempre relacioné la música con un estado de conexión fuera del tiempo. Me gusta sentirla de ese modo y la verdad es que si no lo tomo así, me voy a asustar mucho. Ah, y retomando la temática de los standards de jazz que abordábamos antes, me quedé colgada con algo: es verdad que siempre giran en torno al amor, pero yo asocio toda esta situación más bien a un legado de nuestros padres. Hay una similitud muy grande, hasta de fisonomía y hábitos en ellos: los dos canosos, medio pelados, ojos celestes, con humores bohemios, jazzeros, de vino y joda... En fin, lo que decíamos antes, todo lo que me voy enterando de Walter, él se lo va enterando de mi viejo, Carlos. Esto es lo que más me conmueve. Estoy tomando esto como una situación natural porque nunca lo tuve como objetivo.
J. M.: –Aparte vamos a tocar acá (Boris) que es como tocar en casa. Toco acá desde que empezamos con Electrohope, hace cinco años.
I. E.: –A mí me invitó un par de veces Rita Cortese y después venía a verlo a él. No sé, estoy en un momento de la vida en el que desestimo mucho la planificación y me entrego al devenir de las cosas, y esto me parece un regalo maravilloso.
–¿Budismo aplicado al jazz, tal vez?
I. E.: –La verdad es que tengo una óptica de la vida más que budista, zen. O taoísta. Una visión descansada... Es como delegarle al universo la responsabilidad de todo. Muy cómoda, ¿no? (risas).
J. M.: –Pero está bien, porque es algo que te ayuda un poco a pasarla bien en lugar de torturarte. También está bien saber que uno no se toma en joda todo, que no le da lo mismo todo, pero si esa seriedad se convierte en tensión, se complica. Mi viejo era un poco así. Mi viejo se torturaba y era muy crítico del él mismo... Tenía muchos miedos, hasta que se tomaba unos tragos y aflojaba.
–Retomando el concepto del concierto, ¿van a hacer algún “standard” de Spinetta?
J. M.: –Estuvimos pensando varios temas como “Quedándote o yéndote” o “Llama y verás”, un lado B de Silver Sorgo que la rompe, pero no para esta primera vuelta, porque no queremos que parezca el refrito de un artista que pone en lo primero que hace todo lo que sabe hacer. La idea es que el show tenga una temática y Luis es muy difícil de intercalar, porque es como un estilo de música en sí. Y hay mucho respeto. Tampoco hay Beatles en la lista, aunque soy súper beatlero. Es por una cuestión de homogeneidad sonora, de concepto global del show. Quedamos con el sonido del jazz clásico y los temas brasileros que decíamos antes.
–¿Pensaron un disco o ni hablar de eso aún?
J. M.: –Lo pensamos como un desarrollo lógico de lo que arrancó. Ya grabamos cuatro canciones y editamos un video, pero con el jazz pasa que hay que tocarlo más antes de grabar. No sé, el pop se graba con una batería electrónica y metiendo cosas arriba, pero el jazz no... El jazz es contar cuatro y empezar a improvisar sobre ciertas pautas que hay que seguir, todos juntos. Cada versión es única e irrepetible, y eso es fantástico.
I. E.: –Es algo que siempre disfruté de ver y envidié mucho de los músicos de jazz, ese acuerdo que se va conformando a medida que se va avanzando... como en una danza. Es algo muy bello que nos da la música en vivo.
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