MUSICA › BILLY BOND PREPARA UN LIBRO SOBRE EL ROCK ARGENTINO
El cantante, radicado en Brasil hace casi cuarenta años, regresó a la Argentina para negociar la publicación de su mirada sobre los inicios del rock local y para recibir los derechos de los primeros cuatro discos de La Pesada y uno solista, recuperados por el Inamu.
› Por Cristian Vitale
Irreconocible, si se lo compara con aquella figura barbuda, pelilarga, de jean gastado y casi sacada cantando “Tontos”, con que lo eternizó Hasta que se ponga el sol, el documental sobre el festival Buenos Aires Rock, de noviembre de 1972. Giuliano Canterini, más conocido como Billy Bond para el rock argentino, luce un aura relajada. De tipo vinculado al arte, sí, pero con otro semblante. Con otra rabia –más serena– que se le nota no solo en la mirada sino también en los gestos, en los conceptos. En palabras que, aunque suenen así, no dejan de tener un aire mordaz, crítico. Radicado en Brasil hace casi cuarenta años, viajó a la Argentina no solo para interiorizarse de la parte que le toca en la histórica recuperación del catálogo de Music Hall que logró el Instituto Nacional de la Música (cuatro discos de La Pesada más uno de Billy Bond and the Jets, que nunca fueron reeditados), sino también para entablar conversaciones con la editorial Planeta, que quiere publicar un libro suyo, sobre la historia del rock argentino. “Es un libro que vendría a dar mi versión sobre muchas cosas que ocurrieron en los comienzos del rock argentino, porque yo fui protagonista. Nadie me lo contó”, sentencia el Bondo, que comenzó como cantante los Bobby Cats, allá por los tempranos 60, y siguió en esa senda hasta la diáspora de La Pesada del Rock and Roll, a mediados de los 70.
–¿Cuál sería esa versión que nadie le contó, entonces?
–Contar lo que yo viví. Siempre he escuchado historias que no son las reales, porque mucha gente no estaba presente en varios de los sucesos centrales de la historia del rock argentino. Son historias que la gente cuenta porque alguien se lo dijo y así... Si no, ¡en el Luna Park tendría que haber habido tres millones de tipos! (ver aparte). O parece que todos eran dueños de La Cueva, o que todos cantaban en ella... Oigo cosas que son absurdas, que se transforman en una bola de nieve que no sé donde termina. Hay millones de detalles, que son pequeños pero que cambian la historia, porque son datos errados que se van sumando y te llevan a cualquier lugar. A esta altura del campeonato, habría tres millones de monos en el Luna Park o en La Cueva, donde apenas cabían cincuenta: si entraba uno, tenía que salir otro (risas). Era una pocilga con cucarachas enormes.
–El libro, ¿sería como una tarea de desmitificación?
–Bueno, hay como una fuente pesadísima, porque yo empecé a cantar a los 12 años y la viví un montón. Cada etapa tiene su historia. Si se agarra la primera, puedo decir que fui dueño de La Cueva de Pueyrredón y voy a revelar todo lo que pasó ahí, con testigos que nunca fueron consultados. Se habló con Litto Nebbia que, si bien tocaba en esa Cueva, no participaba activamente de su funcionamiento. El caía, tocaba, pero no era el editor... yo era el editor del diario, el que tiene toda la información. Yo, y dos o tres tipos que eran los dueños. Y sé efectivamente qué pasó ahí, algo que no tiene nada que ver con ese verso que inventaron sobre La Cueva.
–¿Qué verso?
–Que salíamos todos juntos e íbamos hasta Plaza Francia, por ejemplo. Nada que ver. Eso existió, pero existió de otra forma. Diría que es un mito que existe a favor de quien lo escribe. Incluso hay gente que ni siquiera me nombra, cuando yo abría y cerraba La Cueva todos los días. Hablan de Sandro, que nunca fue dueño de nada. Se sacó fotos, nada más... Ojo que yo era amigo personalísimo de Sandro, cantábamos juntos en Valentín Alsina, y los dos nos revolcábamos en el suelo. Hay historias que nadie sabe, y tengo tres testigos que son imposibles de contradecir. Esa es la primera fase, después está la segunda.
–¿Qué, se intuye, traería más “versos” según su óptica?
–Es que todo el mundo habla de La Cueva, como si todo hubiera pasado allí. Por la primera pasaron Moris, Nebbia, Javier Martínez, la Negra Blanca, yo –Alejandro Medina no iba porque era menor– y los tres socios, no mucho más.
–Los tres socios que no quiere nombrar.
–Que no quiero nombrar porque lo quiero hacer pública y claramente, porque si no se empieza a distorsionar los hechos. Bueno, esa es la primera. La segunda es la Cueva de Rivadavia, donde entró Spinetta por primera vez, y Sandro subió al escenario y ahí sí cantó (tengo fotos cantando juntos), y Alejandro Medina tiene una presencia clara. También iba La Joven Guardia; incluso, Spinetta iba con Amadeo de Los In. Ahí se mezclaron todos, cuando hoy todo el mundo niega que se mezclaba.
–Progresivos y complacientes...
–Claro, pero un carajo que éramos todos rockeros. A la noche nos encontrábamos todos, chupábamos juntos, todo el mundo se cogía a las minas. Fue la época de los recitales de Mandioca en el Teatro Coliseo, donde empezaron a florecer Manal y Almendra. Después vino la tercera generación, que era la de Pappo, Lebón, Rafanelli, el Negro Black, Starc, y se generó la primera Pesada del Rock. Fue en Viva María, que era un boliche concheto que se caía a pedazos; un día dije “¿por qué no hacemos un lugar de rock acá?”. Estaba a la vuelta de una comisaría y, como nos llevaban en cana todos los días, nos daba lo mismo (risas). Era por Las Heras y Callao, y nosotros le pusimos La Manzana, por el símbolo de los Beatles. En la tercera generación nació casi todo, diría yo.
–¿Quién, cuándo y por qué le puso Billy Bond?
–Cuando era muy pendejo, yo ya cantaba rock... “Sally la Lunga”, “Tutti frutti”, todo eso. Sandro cantaba “Hay mucha agitación”, con los de Fuego, y yo con los Bobby Cats, hasta que me enganché en un contrato con La Escala Musical de (Carlos) Bayón. La cosa es así: el curro de la época pasaba por que productores o directores de programas produjeran para los sellos discográficos, que a su vez le pagaban... una transa así. Entonces, me contrató EMI-Odeón. Recuerdo que estaba en una reunión, se abrió la puerta y entró un inglés pelirrojo, grandote; y Rota, el director artístico de EMI que estaba conmigo, lo miró al tipo y le dijo que había llegado justo para ponerme un nombre. Yo tenía 17, 18 años y el tipo me miró y dijo “Billy”. Yo me quería tirar abajo de la mesa. Y después la remató: “Bond, Billy Bond”. Ahí ya me incineró (risas), pero qué le iba a decir al inglés que estaba equivocado, ni a palos. Aparte, el tema de los nombres es raro; si te hacés famoso ya está. Mire Almendra: si se lo piensa bien, el nombre es una mierda. ¿Qué significaba, qué eran dulces? (risas). Los nombres, cuando empezás a actuar con ellos, adquieren tu personalidad.
El otro motivo de la venida de Bond al país (la recuperación del catálogo de Music Hall) lo toca directamente en los cuatro primeros discos de La Pesada, y el de Billy Bond & the Jets, publicado por primera y única vez en 1979, con temas descartados del primer disco de Serú Girán, que el mismo Bondo había producido. “Ese disco es una especie de collage entre los Serú Girán y yo juntos, con unos temas que Charly García había descartado. En general, creo que el de mis discos es el único caso que nunca se reeditaron. Hay discos de Gieco, por decir alguien, que se editaron tres o cuatro veces, y están en las disquerías. En mi caso, no... Cuando me fui del país, nunca más reeditaron nada. Es diferente la forma en que yo adquirí los derechos, algo que en el fondo no quiere decir nada. Porque, a ver, sí, tengo los derechos, pero no tengo los masters. ¿Dónde están los masters? ¿Quién los tiene? Está bueno lo que hizo el Inamu, pero ahora hay que trabajar para recuperar los masters. Mi intención, igual, es hacer una donación con esto, porque considero que esos discos ya no me pertenecen a mí”, sorprende Bond.
–¿A quién le pertenecen, entonces?
–A los monos que me siguen hace cuarenta años y a la gente que ha persistido en ese negocio. Estoy buscando primero la posibilidad de sacarlos en el sello que era de Oscar López y mío dentro de Music Hall (Sazam Records), para poder administrarlos, porque si te metés con otro te va a querer controlar el negocio. La idea es cederlos, hacer una copia digital, subirla a Internet y que la baje cualquiera por diez centavos. Y también imprimir mil, dos mil vinilos para coleccionistas. No estamos lejos de que esto sea una caja de Pandora que incluya los discos y el libro, para abaratar costos, y que todo el mundo tenga el paquete. Esto se editaría en noviembre, para los cincuenta años del rock argentino, a través del eslabón perdido que soy yo (risas).
–¿Fue difícil sostener La Pesada después del “Rompan todo” en el Luna Park?
–Estaba muerta, sí. Nos prohibieron tocar en todos los lugares. ¡Encima habíamos grabado “La marcha de San Lorenzo”! Y los discos no se podían pasar.
–¿Cuál es la razón por la que embistió contra los “hippies que chupan la sangre a otros”?
–Es toda una historia, porque La Pesada era un seleccionado, una especie de súper grupo con un líder (el propio Bond) que no era un músico sino un performer, y por lo tanto no había competencia. Había menos egos y mucha diversión. Fue un grupo por el que pasaron los mejores músicos y no había cómo perder. Era como una tropa de elite, de choque, entrenada para combatir. Iba al frente. Eso es algo que se nota en las letras de los cuatro primeros discos, que son como un diario. La Pesada reflejaba fría y descaradamente la realidad, y se peleaba con todo lo que fuera anti libertad. Entonces, cuando vino lo del Luna Park, estábamos grabando el tercer disco. Cuando notamos que parte de los músicos más reaccionarios, digamos los de la Marina (risas), no mandaron refuerzos y nosotros nos vimos cercados en la selva, rodeados, nos juntamos, emprendimos la retirada e hicimos “Tontos” como reacción a esa falta de ayuda. Con esa operita y con “La marcha de San Lorenzo” firmamos nuestro exilio. “Tontos” fue un suicidio artístico.
–¿Le gusta la versión de “Salgan al sol” que hizo Divididos?
–Me gusta, pero son diferentes. Diría que nuestra versión es visceral, directa... Un, dos, tres, va, y eso es lo que quedó. Estos chicos, eso lo han ensayado y, a la hora de grabarlo, lo han pasado mil veces. No es mejor ni peor la versión, tiene otro arreglo, pero me parece que la nuestra es más espontánea, está más viva.
–¿Cuántas veces le propusieron una vuelta de La Pesada?
–Me llueven ofertas. Siempre aparecen promotores intentando ganar guita con eso, y yo me vengo resistiendo hace mucho tiempo, porque considero que una vuelta es un curro. No existe. No puedo decir que soy el mismo Billy Bond que el de “Salgan al sol”. Hay un pedazo de mí en eso, pero soy otro tipo hoy. Trabajo con otra mentalidad, y entonces hay que tener cuidado con ese tipo de cosas. Soy respetuoso de lo hago y como no necesito ganar guita de cualquier manera, me vengo negando, porque sería como un asalto a mano armada.
–¿Y en lo letrístico, se “bancaría” cantar una letra como la de “Tontos”, por ejemplo? ¿Le saldría algo “verdadero”, dado lo que contó antes sobre el origen del tema?
–Lo que no podría sería asociarme a la idiosincrasia de ese tema, pero sí podría hacer un acting, o performance, o representación. Se trataría de cómo hacer una relectura de lo que he hecho sin salir de la temática general, y con un gran concierto con una multimedia maravillosa, actores, escenarios cambiantes. En fin, una especie de gran historia de la historia. Yo no me niego a hacer esas cosas, pero no como vuelta sino como una nueva mezcla de lo que era, con todas las ventajas del mundo moderno.
Bond vive entre San Pablo y Río de Janeiro. Y sus pretensiones multimedia de volver a poner a la Pesada del Rock and Roll en órbita están directamente vinculadas a lo que hace en ambas ciudades: la producción y dirección de teatro. “Lo que hago hoy son trabajos de multimedia teatrales, del tipo Los miserables, que para mí son divertidos, porque se juntan música, películas, actores, escenarios... con la creación en general, al cabo, porque creo que la música sola es algo simple, monótono”, arriesga Canterini, nacido en Liguria, Italia, en 1944. “Lo pienso así porque, por ejemplo, empezás a ensayar un disco, te pasás seis meses con eso, después otros tantos de grabación, de mezcla, y cuando lo vas a presentar ya te resulta aburrido. Ya pasó. Ya no está vigente, latente. En cambio, el teatro es muy adrenalínico, todo cambia: un día es de una forma, otro día de otra, es un desafío muy grande. Yo me aburrí de la música simple. No quiero decir que sea simple lo que los músicos hacen, por amor de Dios, digo que esa complicidad de hacer cosas grandes como me tocó cuando trabajé en Rock in Rio con Queen o Van Halen, me pone en otro lugar. Con todo respeto lo digo”.
–¿Cuánto hace que abandonó la música, si es que la abandonó?
–No la abandoné, porque lo que hago en teatro tiene música.
–Pero la referencia es a la música como quehacer “exclusivo”.
–Entiendo. Usted se refiere a eso de grabar un disco y salir a tocarlo, sí. Bueno, lo último que hice creo que fue Joelho De Porco, en Brasil, hace muchos años.
–¿Yo me amo no es posterior?
–Sí, ese es el que grabé en España a pedido de Jorge Alvarez, que en ese momento (principios de los 90) vivía allí. Me dijo “¿por qué no te venís y hacés un disco con tu personalidad?”. Bueno, lo hice, él intentó meterlo allá, pero no tuvo suerte, porque a los españoles les gusta otra cosa.
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