MUSICA › EL TANGUERO RAúL GARELLO RECIBIRá HOY EL PREMIO GOBBI DE ORO
La Academia Nacional de Tango honrará al bandoneonista por su trayectoria como compositor, arreglador y director de orquesta. En la ceremonia, el propio Garello, de 80 años, interpretará temas junto a su sexteto y al cantor invitado Jesús Hidalgo.
› Por Andrés Valenzuela
“¿Usted fue el que escribió eso?”, preguntó Aníbal Troilo y le cambió para siempre la carrera a uno de sus bandoneonistas. Un joven Raúl Garello le respondía, entonces, que quizás orquestarlo le quedaba un poco grande, pero Pichuco insistió. Casi medio siglo después, queda claro quién tenía razón, pues hoy a las 19.30 la Academia Nacional de Tango (Av. de Mayo 833) honrará a Garello con el premio Gobbi de Oro por su trayectoria como compositor, arreglador y director de orquesta. En la ceremonia el propio bandoneonista interpretará temas junto a su sexteto y al cantor invitado Jesús Hidalgo.
“Soy un devoto de Alfredo (Gobbi), lo conocí a él y su orquesta y es una figura realmente valiosa y reconocida desde siempre por los músicos de tango”, señala el homenajeado sobre la figura que inspira el galardón. Garello también destaca la excepcionalidad del premio, que se otorga cuando la Academia lo considera necesario, y no a intervalos regulares. “Acabo de cumplir 80 años, que es un hito recordado por la gente, y está la trayectoria: son numerosas las intervenciones con Pichuco, con los cantantes como el Polaco Goyeneche, Rubén Juárez, Floreal Ruiz y muchos más”. Además, Garello trabajó junto a figuras como Horacio Ferrer y en 1980 fue cofundador de la Orquesta de Tango de Buenos Aires, otro de los momentos importantes de su extensa carrera.
Aunque Garello llevaba varios años como bandoneonista en distintas formaciones, su primera oportunidad como arreglador o –como él acostumbra decir– orquestador, fue con “La guiñada”, para la orquesta de Baffa-Berlingieri. Eso sucedió en 1966, hace medio siglo. “Ese me lo pidió Osvaldo (Berlingieri), yo a lo mejor era más caradura o lanzado y venía escribiendo”, rememora. “Fue una gran oportunidad, porque lo difícil en este tipo de trabajos era contar con una orquesta a disposición, y más para grabar”, señala. Por entonces ni siquiera conocía ese tango de Agustín Bardi, pero lo aprendió y trabajó para la ocasión, dispuesto a aprovechar la oportunidad. “Por entonces yo escribía cosas medio salteaditas, pero no para grabar porque estaba empezando”, recuerda Garello. “‘La guiñada’ era un tango de la Guardia Vieja, hermoso, creo que había una grabación de Caló, vino Osvaldo con la propuesta y dije ‘bueno, lo intento’, quedó esa grabación que está”.
La oportunidad con Troilo llegó al poco tiempo, cuando un directivo de RCA le hizo escuchar a Pichuco una composición en su homenaje. El resto es historia conocida: el maestro preguntó quién había orquestado la pieza y cuando le dijeron el nombre respondió “¿qué Garello? ¿El que está conmigo?”, y a la semana encaró al bandoneonista que llevaba tres años en su orquesta para pedirle que escribiera para él. Desde “Los mareados” en adelante, Garello trabajó durante casi una década en ese rol hasta que Troilo falleció, en 1975. “Era la oportunidad que esperaba todo el mundo del tango, pero uno dudaba porque tenía sus pudores, sus inseguridades”, plantea. Pero lo más importante, según Pichuco, era que Garello tenía “el sonido que le gustaba”. Alcanzaba con eso.
“Cada arreglador tiene su sonido, suena su idioma particular, ni muy acá (hace un gesto hacia arriba) ni tan allá (abajo), es una identidad: cada arreglista acomoda la armonía, de manera tal que podríamos hablar de que hay tantas armonías como arreglistas”, explica Garello sobre su trabajo. En cada forma de componer y arreglar, asegura, se ponen de manifiesto particularidades y personalidades. “Pero no hay nadie de generación espontánea, desde Mozart y Bach para abajo, es una sumatoria en la que el trabajo tiene mucho que ver. El tiempo, el trabajo y el tiempo otra vez van a ir dotándolo a Juan, a Pedro”.
Garello sigue componiendo, “buscando y en dudas”, aunque reconoce que ya no tiene las energías y las ganas del pasado. “Antes me levantaba a la mañana y ya estaba escribiendo”, retrocede y enumera: 101 registros con Roberto Goyeneche, 80 con Juárez en RCA y en Odeón, de 20 a 25 con Roberto Rufino, Floreal Ruiz y tantos otros. Unos 250 en total, escritos, grabados y dirigidos. Es difícil mantener ese ritmo de trabajo. “Además yo no escribo al correr de la mano, si tengo tres ideas tengo que buscar cuál me gusta más, cuál es más apropiada”, comenta. “Y con el instrumento cerca para confirmar cosas, porque el papel y la grafía no son la música”. Aquí se permite una definición y asegura que los músicos “orejeros” son los mejores, “no los de conservatorio”, aunque también le parece necesario que los primeros pasen por las aulas. “para saber dónde van mayúsculas, las minúsculas, cuándo hay que poner las comas, cuándo hay que callarse”.
Resulta curioso escuchar a un compositor hablar de aprender a callarse. “Para eso uno tiene que tener una concepción del todo de lo que está haciendo, no de la hendijita que puede ver o de la cosa individual”, advierte. “Si está escribiendo para una canción hay una música que escribió un compositor, un texto que escribió un poeta y un cantor que va a cantar. Usted está con la orquesta atrás. Tiene que tratar de que no se entere nadie que está ahí, tiene que callarse lo más posible, pero acompañando. Y es difícil callarse. Eso se tiene que aprender. Es como cuando se habla. Si fuéramos seis o siete acá y nos pusiéramos a charlar, lo mismo. Usted tiene que hablar cuando el resto está en silencio”.
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