Sáb 14.05.2016
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MUSICA › CARMEN BALIERO PRESENTA CENTESIMAS DEL ALMA EN HASTA TRILCE

Al encuentro de Violeta Parra

La cantante, compositora y pianista grabó los 300 versos de la poeta chilena, que puso en orden después de haberlos pegado en la pared de su estudio para mirarlos todo el día hasta que se transformaron en un guión sonoro.

› Por Santiago Giordano

Un pensamiento infinito circulando por el alambique del canto. Son 300 los versos, ordenados numéricamente en un poema torrencial que se despliega por los variables humores de la materia humana. Son caudalosas también la música y la interpretación, que recogen cada palabra para, lejos de encerrarlas en los reglamentos de la canción, celebrarles el desparpajo. Por ahí pasa Centésimas del alma, el encuentro entre Violeta Parra y Carmen Baliero. Piano y voz ante un texto inquietante y escurridizo. La inagotable pesquisa de Baliero ante la austera convicción de Parra, prescrita del 1 al 300. Dos personalidades tan distantes cuanto cercanas, cuyo encuentro fue un espectáculo que quedó plasmado en un disco que Baliero grabó de un tirón una mañana de diciembre de 2014, en el estudio Rosebud de Lito Vitale, y que ahora está ternado para los Premios Gardel. Hoy a las 21, la pianista, compositora y cantante volverá a presentar este trabajo en Hasta Trilce (Mazza 177), esta vez con algunos de los boleros de Te mataría, su disco anterior, como preludio.

“Entre Violeta y yo hay algo que tiene que ver con no ceder a concesiones y la ambición de cierto extremo estético que nos une”, define Baliero al comenzar la charla con Página/12. “Me gustó esa idea de Violeta, que hace de la enumeración una forma discursiva estética. Desde ahí comencé a rondar el poema, sin saber muy bien qué hacer. Primero pegué todos los versos en la pared de mi estudio y durante buena parte del día los miraba. No salía nada y yo seguía mirándolos...”.

–¿La nada le sirve como punto de partida?

–Es que mi rutina es convivir con la nada. Y en ese momento no distraerme con otra cosa. Cuando estoy en el estudio buscando algo, tengo que quedarme hasta que aparezca, sea un día o dos, o media hora. Es decir, tengo que cumplir con esa nada hasta que se vaya. En el caso de las Centésimas del alma, después de mirar y mirar, desde la nada empecé a descubrir ciertas formas internas que se podían articular a partir de los distintos pasajes: los autobiográficos, los políticos, los amorosos, los humorísticos y otros más abstractos. Eso me fue dando una estructura, ya no era una sola cosa. El texto comenzaba a transformarse en un guión sonoro. Entonces pensé en distintos climas para cada una de esa partes y ahí sentí que empezaba a tener un hilo, muy endeble, pero útil. Estaba empezando, pero no sé bien cuándo sucedió eso. Yo voy haciendo y no me doy cuenta, hasta que de pronto la cosa aparece delante de mí. Es todo un largo proceso, con mucha duda, mucho pudor. Por ahí pensaba que estaba cometiendo un sacrilegio metiéndome de esa manera con la poesía de otro, nada menos que en el universo de Violeta.

–Al escuchar el encadenamiento de los versos a partir de un orden numérico, pareciera que las Centésimas son impulso puro...

–Hay cierto gesto impulsivo, claro. Y la música nunca apela a giros que distraigan ese devenir, nunca se pone por encima la voluntad melódica por sobre el verso. La obra plantea un pensamiento infinito y en este sentido es comparable con Guitarra negra, de Alfredo Zitarrosa, que es algo que también alguna vez me gustaría abordar.

–¿En qué sentido le parecen comparables?

–Son obras que uno puede observar, como a la pampa, pero no las puede poseer. Son largas e indómitas, y sobre todo ponen en jaque el formato canción y en el mejor de los casos estimulan la respuesta que tiene que dar un músico al acervo popular, a la canción que viene de ahí. En el canon de la canción popular hay ciertas pautas implícitas que son inamovibles: un tango es un tango, un chamamé es un chamamé. Cada uno se canta de una manera, dura tantos minutos, tiene sus acordes, etcétera. En este caso, se trata de obras que van por fuera de esas pautas y me gusta imaginarme a sus creadores sin un ápice de especulación, poseídos, más allá, olvidándose de esas pautas. Ahí me parece que está el arte, cuando es real. Son hallazgos, milagros. Mi forma de adherir a esa mirada, a ese concepto de lo popular, fue hacerme cargo de Violeta y sus Centésimas.

Hay otro aspecto de Centésimas que tiene que ver con la performance que la ejecución de la obra demanda. Los casi cuarenta minutos de piano y voz, ante un texto impulsado en sentido creciente, constituyen también una prueba atlética. “Cristina Banegas la llama un ‘acto de resistencia’ –bromea Baliero–. La experiencia que tuve con El gran desfile (la película muda de King Vidor que musicalizó en vivo en 2014) fue algo parecido en ese sentido. Ahí toco piano, violín, percusión, hago de todo y dura como tres horas. Para preparar las Centésimas, las toco cada día y lo hago como disipándome en ellas. Hay días que ni tengo ganas, pero una vez que comienzo, voy entrando y me pierdo, me corro de mi personalidad y de mi percepción más inmediata, y es como si entrara a navegar en las palabras de otro.

–¿Esto hace que cada interpretación sea distinta?

–Sí, seguro. Pero, más allá de eso, lo que me pasa con esta obra es que me resulta indiscutible. Puede gustar o no, pero es. No hay demasiado entretenimiento en la hechura, no hay decorado musical. Está más cerca de la meditación y de la performance.

–Este concierto incluirá además algunos de sus boleros. ¿Hay algún punto de contacto entre ellos y las Centésimas?

–Ninguno. Sencillamente se da la circunstancia de que pronto voy a grabar otras cosas, que estuve componiendo en este tiempo. Por eso tenía ganas de despedir los boleros de Te mataría, que no voy a volver a hacer y que tampoco hice nunca con piano sola.

–¿Entonces establece una nueva relación con esos boleros que originalmente grabó en trío?

–Cuando una graba un disco siempre se queda con la sensación de que algunas cosas podría haberlas hecho de otra manera. Ni mejor ni peor, pero de otra manera. Me gusta repensar mi música, reflexionar sobre ciertos boleros de los que me quedó la sensación de que no fueron totalmente escuchados, que les quedó algo en el camino. No es soberbia de mi parte, al contrario. Siento que proponerlos ahora de otra forma, yo sola con el piano, de manera más despojada, es darles y darnos otra oportunidad. Además, entre tantas otras cosas, ayudan a entrar en un clima intimista, antes de la escena de alto riesgo que significa abordar a Violeta.

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