Sáb 28.05.2016
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MUSICA › LA AGITADA HISTORIA DE ARIAN HOUSHMAND, COMPOSITOR Y MULTIINSTRUMENTISTA

Una pertenencia hecha de alquimias

Nació en Suiza, de familia iraní, pero vivió en Dinamarca, Indonesia, Emiratos Arabes, Estados Unidos y terminó echando raíces en Buenos Aires. Su música es una expresión de esa diversidad. El martes 7, en Café Vinilo, presentará su CD Nava.

› Por Cristian Vitale

“No sé por dónde empezar”, dubita él, en absoluta concordancia con su trajinar musical, biológico y geográfico. Arian Houshmand, compositor y multiinstrumentista, nació en Suiza. Dos semanas después se trasladó con sus padres iraníes, Naheed y Manouchehr, a Costa de Marfil, donde estos vivían desde la revolución del ayatolá Khomeini, de 1979. “No sé si como exiliados… mi papá ya tenía trabajo en una empresa de pintura”, aclara el músico, que vivió dos años en esa nación del Africa sub sahariana, hasta que su familia optó por mudarse a Dinamarca. Allí permaneció hasta que terminó la escuela primaria y otro antojo paterno lo hizo recalar en Indonesia, donde perduró otros cinco años. Luego viajó a Dubai “cuando esa ciudad aún no era nada de lo que es hoy”, evoca Arian, que hizo la secundaria en la lujosa ciudad de los Emiratos Árabes. “Fue el lugar en el que más estuve. Me quedé hasta los 19, después volví a Dinamarca solo con mi hermana y me quedé dos años trabajando. Ahí me surgió una beca para estudiar música en Nueva York. Y hacia allí volé, por supuesto”, se ríe él, en un castellano casi perfecto.

Con tal agite vivencial, Arian podría ser, tal vez, una versión del Nowhere Man que imaginó John Lennon en Rubber Soul. Tal vez. “Sé que mi vida es muy bizarra. Podría haber nacido en cualquier lado y viví en un montón de lugares, porque mis padres tenían la necesidad de ir mudándose cada cinco años, lo cual está muy bueno por un lado, pero por otro tiene sus contras, porque no sabés a qué lugar pertenecés, o de dónde sos”, sostiene y es lo que, transferido a música, se nota en su inmensamente ecléctico disco llamado Nava (melodía, en idioma farsi) que este suizo de sangre iraní e identidad difusa presentará el martes 7 de junio a las 21 en el Café Vinilo (Gorriti 3780). “¿Dónde está mi personalidad musical?... es como mi identidad, no lo sé bien”, vuelve a reír. “Mi universo es el de haber pasado por un montón de estilos. Me gustan el rock y el pop, pero también el folklore iraní, el jazz, la música latinoamericana, el flamenco, que fue la primera música que me deslumbró a través de Paco de Lucía, de Tomatito, y de esas maneras de tocar la guitarra. Todo hasta que me reencontré con mis raíces. En ‘Shekar e ahoo’, que es una pieza de folklore iraní, hago un arreglo que lo acerca al sonido de la zamba argentina. Este tema podría ser una síntesis”, asegura.

Claramente sí, si se pasaran por arriba la versión instrumental de “Eleanor Rigby”, los tres temas de Jobim (“Desafinado”, “Aguas de marzo” y “Brigas nunca mais”), el folk balcánico que subyace en “Devojko Mori”, o los “covers” de Stevie Wonder (“Overjoyed”) y Charlie Haden (“First song”), que Arian grabó en su disco. O, muy especialmente, la versión cantada de “Pequeña serenata diurna”, gema de Silvio Rodríguez que hila, explica, cierta coherencia al singular devenir de este hombre de (casi) ningún lugar, que terminó echando raíces en Buenos Aires. “Cuando viví en Dinamarca por segunda vez un amigo español me hizo escuchar ese tema de Silvio y quedé fascinado. No sabía el idioma, pero me llegó tanto que es una de las razones por las que estoy acá… lo escuché y dije ‘tengo que entender lo que está diciendo’. A raíz de eso, me puse a estudiar castellano para entender la canción y luego la música latinoamericana, hasta que llegué aquí y, bueno, la cosa es que casi no grabo la pequeña serenata, porque pensaba ‘no tiene nada que ver que me ponga a cantar, porque no soy cantante’, pero me quise dar este lujo. Como verá, se trata de una canción muy importante para mi historia personal”, refrenda.

–¿Se enteró Silvio?... tendría que conocer esta historia...

–Sería genial, pero no, no se enteró aún.

–¿Y Jobim de dónde sale? ¿Cómo engancha en esta historia? Hay tres versiones de él entre las catorce piezas de su disco.

–No es por algo vivencial, de país, sino porque su música siempre me gustó. Quizá me cebé un poco con Jobim, por influencia del Chocho Ruiz, a quien tuve como profesor en la Escuela de Música Popular de Avellaneda, y que me dijo que un arreglo (que es lo que hago yo en los temas de Jobim) es como cuando te enamorás de una mujer y le inventás cualidades que ella no tiene. Eso me quedó dando vueltas. No sé cómo podría justificarlo, pero me gusta mucho lo rítmico, algo que, además de Jobim, también aparece cuando toco músicas cubanas. Toco el tres, por ejemplo, y muchos instrumentos de folklore latinoamericano que me encantan. Pero ojo que esto no es world music, no existe ese rótulo para mí.

–¿Por qué eligió Buenos Aires habiendo “tanta Latinoamérica” entre Nueva York y la Argentina?

–(Risas) La verdad es que no tenía mucha información del continente americano. Leía las novelas de García Márquez o Isabel Allende y me imaginaba todo ese realismo mágico hasta que llegué acá y me encontré con una ciudad casi europea. Cuando iba aterrizando el avión caí en otra realidad, porque había imaginado algo mucho más exótico, más selvático, como el Paraguay, no sé. Bueno, la cosa es que vine acá porque en Estados Unidos estaba conviviendo con una amiga argentina y me dijo ‘si querés, vení a conocer’ y me terminé quedando porque me gustó mucho este país, y también porque no tenía un lugar donde volver, ya que Dubai, donde se quedaron mis viejos, no tiene ningún atractivo musical ni cultural. En cambio, acá me gustó la onda, me metí en la EMPA, me interesé por el folklore, por el tango, en fin.

Cuesta poco creer que Arian habla cinco idiomas (persa, castellano, inglés, francés y danés) y que su música (incluso “Preludio”, “Abre los ojos” y “Eugenia”, tres temas de su autoría) portan un inevitable mosaico sonoro, producto de las tierras recorridas. De sus vaivenes e inquietudes. También canta, y toca guitarra, setar y santur, dos instrumentos prácticamente desconocidos en este lado sur del mundo. “El santur es un instrumento de cuerdas percutidas. Una caja de madera con forma trapezoide, cuatro pares de cuerdas de bronce y de acero, que vas percutiendo con unos martillitos de madera que tienen felpa en la punta. Es un instrumento milenario persa, cuya sonoridad es muy loca, porque la nota no se apaga nunca. Es medio místico. Y el setar es de la familia del laúd, con un mástil largo y cuerdas con un sonido de bronce. Allá, en Irán, es como el charango acá. Es como el instrumento nacional, digamos”, desarrolla. “Igual, yo le encuentro parentesco a todos los folklores del mundo. Me gusta investigar eso”, sostiene Arian que, después de tantas vueltas, parece haber encontrado su lugar en el mundo (tiene un hijo argentino) y una forma de unir pasado, presente y futuro. De encontrar una identidad en la mezcla. Una pertenencia hecha de alquimias. “Con el grupo Azafrán, gracias a una beca que nos dio el Fondo Nacional de las Artes, estamos tratando de encontrar algo común entre el folklore argentino y el iraní, sin que se note la costura”, sorprende. Sigue sorprendiendo, este músico que se ha rodeado de un violinista coreano, un clarinetista cubano, un contrabajista alemán y un pianista cordobés –entre otros músicos– para ratificar que no hay diferencias entre lo viajado y lo hecho.

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