Martes, 31 de mayo de 2016 | Hoy
MUSICA › NELSON GOERNER ACTUARá ESTA NOCHE EN EL TEATRO COLóN
El pianista sampedrino se presentará en el marco del ciclo del Mozarteum Argentino. En su momento, por iniciativa de Martha Argerich, recibió una beca de esta institución, gracias a la cual continuó su aprendizaje en Ginebra, la ciudad donde vive actualmente.
Por Diego Fischerman
“Me gustan los pianistas antiguos; los grandes maestros del pasado. Uno puede reconocer en ellos un sonido propio, inmediatamente”, dice Nelson Goerner, en diálogo con Página/12. Hoy actuará en el Teatro Colón, para el ciclo del Mozarteum Argentino. Acaba de publicar, en el sello francés Alpha, una interpretación extraordinaria de la Sonata “Hammerklavier” y las Bagatelas Op. 126 de Ludwig Van Beethoven. Las revistas especializadas europeas hablan inevitablemente, al referirse a él, del “color”. Y suelen apodarlo “el poeta del piano”. Marta Argerich decía que “no hay instrumento más antimusical que el piano; uno pone sus manos allí y suena: es una máquina”. Goerner se ríe. “Claro –afirma–, por eso uno va en contra de eso. A mí me preocupa muchísimo la factura de cada sonido. Y la posibilidad de lograr que esa máquina se convierta en el vehículo de lo que uno quiere decir”.
Nacido en San Pedro hace 47 años, formado inicialmente con Jorge Garrubba y luego con Juan Carlos Arabián y Carmen Scalicione, en 1986 ganó el Primer Premio en el Concurso Franz Liszt y, por iniciativa de Martha Argerich, recibió una beca del Mozarteum Argentino gracias a la cual continuó su aprendizaje en Ginebra –la ciudad donde vive actualmente–, graduándose con altos honores en la cátedra de María Tipo, en 1990. Ese mismo año ganó el Primer Premio en el Concurso de Ginebra, que Argerich había ganado en 1957. Admira a Argerich, por supuesto, y ella fue en gran medida su mentora. Pero también a otros pianistas en quienes reconoce esa cualidad del “sonido propio”, Radu Lupu y Grigory Sokolov. “Escucho mucha música, voy a conciertos y escucho discos de los intérpretes que me gustan. No creo que sea cierto que uno debe mantenerse aislado por el riesgo de influenciarse en demasía. Tal vez para un intérprete en formación puede ser cierto. Pero, además, para mí es una cuestión de gusto. Me encanta escuchar y me interesa mucho, en particular, escuchar los puntos de vista de otros intérpretes. Sé que cada uno tiene un estilo propio. Tal vez sea el único posible para uno. Pero también sé que hay otros, que pueden no tener con mi manera de ver una obra en particular pero son tan válidos como los míos.”
En sus conciertos porteños (el primero fue anoche) interpreta el mismo programa, incluyendo la Chacona en Sol Mayor, HWV 435, de Georg Froedrich Händel, las Danzas de la liga de David Op. 6, de Robert Schumann y varias piezas de Fréderic Chopin: la Barcarola en Fa Sostenido Mayor, Op. 60, el Scherzo No. 3 en Do Sostenido Menor, Op. 39, los Nocturnos en Fa Menor y en Mi Bemol Mayor, Op. 55 Nos 1 y 2, y la Polonesa en La Memol Mayor, Op. 53 “Heroica”. “La obra de Händel formaba parte del repertorio pianístico y fue dejada un poco de lado en los últimos años”, dice Goerner. “En alguna medida los clavecinistas se han apropiado de ella y en rigor es una obra mayor, en gran escala, y que los pianistas nos merecemos. El estilismo es importante. Es un punto de partida pero no un dogma ni un absoluto. Hay grandes y pobres interpretaciones tanto en ese campo como en el de quienes tocamos con instrumentos modernos. Si se trata de un clave o un piano no puede hacer perder de vista que lo importante está más allá y tiene que ver con la profundidad que el intérprete es capaz de lograr con esa música.”
Goerner piensa en una de las obras de su prograna, las Danzas de la liga de David, y la toma como metáfora. En esa serie de piezas uno busca que cada una de ellas llegue a tener, en el brevísimo tiempo que duran, su carácter único e individual. Y al mismo tiempo se trata de lograr que todas ellas estén unidas por algo, que el oyente perciba una relación entre una y otras y entre cada una de ellas y el conjunto. Las obras de un programa creo que tienen que jugar ese mismo juego; ser cada una una expresión cabal de sí mismas y de todo lo que las hace diferentes de las demás. Y, al mismo tiempo, encontrar una unión, una narrativa. Poder sentir que cada una de las obras que uno ha decidido tocar juntas en un concierto busca distinguirse, tener un clima y un sentido propio y, a la vez, es parte del conjunto. Poder ser iluminada por las otras obras y poder iluminar en ellas cosas que no hubiéramos escuchado, o no nos hubieran sonado de esa manera si esas obras no hubieran estado una junto a la otra.
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