Dom 24.09.2006
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MUSICA › JORGE DREXLER, SU NUEVO DISCO, LA EXISTENCIA DESPUES DEL OSCAR Y LA MENTIRA DE LA ALEGRIA LATINA

“Yo aspiro a una vida de luz y oscuridad”

12 segundos de oscuridad nació en Cabo Polonio, cuyo faro inspiró el título: “El que trabajó en un hospital sabe cuánto se aprende en el desconcierto. El mundo nos trata como idiotas, nos impone la luz constante”.

› Por Karina Micheletto

Jorge Drexler se tomó el trabajo de cronometrar el faro de Cabo Polonio, esa aislada playa uruguaya que cierta modernidad argenta descubrió un tiempo atrás y que a él le sirvió de punto de partida para su nuevo disco. Después lo chequeó en Internet, y estaba en lo cierto: el faro emite un destello cada doce segundos. Pero ésa no es la cuestión. Lo importante, dice Drexler, no está tanto en el destello sino en la oscuridad. En los 12 segundos de oscuridad que transcurren entre cada haz de luz del faro. Esa metáfora le sirvió para poner en marcha un disco que, según dice en la entrevista con Página/12, “mira más hacia adentro que todos los anteriores”. El nuevo disco de Drexler, titulado de esa manera, transcurre, como siempre, por la canción cruzada por un despliegue de recursos electrónicos, una endogamia que a esta altura define a toda una corriente musical en el Río de la Plata, a cierta forma de pararse y de entender hoy a la canción. Esta vez, cierto fondo de milonga atraviesa a estas canciones que hablan de amores que se terminan, de la confirmación de que el amor se termina, de atravesar soledades y de sanar.

Así, en su nuevo disco Drexler suena tan Drexler, pero no es el mismo. No sólo por las circunstancias personales que hacen que ahora, por ejemplo, tenga que salir a dar explicaciones sobre su separación de la cantante Ana Laan, con la que tuvo un hijo. En el medio, entre otras cosas, Drexler ganó un Oscar con la canción “Al otro lado del río”, que escribió para la película Diarios de motocicleta. Un pequeño fenómeno que lo ubicó de golpe en cierto lugar de la maquinaria de la música, y que ahora lo tiene seleccionando las entrevistas que dará desde la oficina del sello discográfico en España, donde vive hace diez años.

–Después de tanto cambio, ¿qué cosas cambiaron al momento de la composición?

–Todos los discos son diferentes, inevitablemente uno evoluciona de uno al otro. A veces involuciona y a veces las dos cosas al mismo tiempo. En este caso en particular, creo que cambió el punto de partida. Este disco es más emocional y personal que todo lo anterior, responde a una descarga más basada en los afectos que en una observación del mundo. Mira más hacia adentro que hacia fuera.

–Entonces ahora debe sentirse más expuesto.

–No, uno siempre está expuesto. Hables de lo que hables, siempre vas a hablar de ti. No creo que uno se exponga más hablando de lo que lo rodea que de uno mismo. Porque siempre vas a estar hablando desde ti.

En el arte del disco, Drexler se ocupa de mencionar especialmente los lugares y momentos en que las canciones fueron compuestas. Puede ser Cabo Polonio, México, Barcelona o Madrid, y en muchos temas se consigna que fueron escritos en vuelo, o en algún aeropuerto. “¿En qué hotel, de qué ciudad, en el que ahora me desvelo, me estoy sintiendo lejos de qué casa, a cuántas horas de aquí de vuelo?”, se pregunta Drexler en “Desvelo”. Una suerte de disco en viaje o, como corrige él, “en movimiento”.

–¿Por qué le pareció importante resaltar los lugares donde fueron creadas las canciones?

–Para mí éste fue un año de mucho movimiento, empezando por el más evidente, el exterior, y siguiendo por las consecuencias, el movimiento interior. Quería que se notara el movimiento, me pareció que una parte importante de la historia era desde dónde había hecho las canciones.

–Entre todos esos lugares, ¿por qué Cabo Polonio fue tan importante?

–Porque ahí se abrió el disco. Mi hermano Daniel me invitó a ir de vacaciones con unos amigos. Yo sabía que tenía que empezar a componer, y tenía ganas, pero no salía nada. Estaba tan metido en tantas cosas y a la vez tan permeable a las influencias que me llegaban, que necesitaba aislarme. Cabo Polonio era ideal: es un lugar donde no hay luz, los celulares no andan, y no hay nada ni remotamente parecido a Internet. Yo, que soy una persona muy dispersa, recibí la ayuda de un lugar para desconectar. A los tres días desconecté realmente. Me alquilé un rancho para mí solo y de repente me encontré... muy solo, sin nada que me distrajera. Entonces me miré para adentro y empezaron a salir para afuera las canciones. Salieron casi de un tirón, “12 segundos de oscuridad”, “La vida es más compleja de lo que parece”, “Transoceánica”. Ahí supe que tenía un comienzo de disco. Y que el disco iría entre dos polos y relataría un proceso, en paralelo con lo que me pasó temporalmente, primero una separación y luego un rehacer mi vida.

–¿Y por qué se detuvo en el faro?

–En Cabo Polonio no hay electricidad, por eso el faro se vuelve omnipresente. El haz de luz que pasa todo el tiempo, cada doce segundos, ayuda a los caminantes a guiarse. De hecho, el tema habla de una noche en que volvía a mi casa y me di cuenta de que estaba perdido, y de que estaba disfrutando estar perdido. Esa es la clave: que uno también tiene que saber perderse en la vida y aprender cosas de esos momentos en que está perdido. Los navegantes no sólo se guían a través del haz de luz de los faros, también por los intervalos de oscuridad entre las luces. De esa forma se localiza la costa. Lo que diferencia a Cabo Polonio de La Paloma, por ejemplo, es la duración del intervalo: el Cabo Polonio tiene 12 segundos, La Paloma 36.

–Se volvió todo un experto en faros.

–Bueno, aprendí otras cosas, también. La importancia de la oscuridad, por ejemplo. Entendí que se puede obtener una guía de los momentos de oscuridad, y lo entendí en carne propia. El que trabajó en un hospital sabe cuántas cosas aprende la gente en la enfermedad, en el desconcierto. Este es un mundo que nos trata a todos como si fuésemos idiotas, que nos impone la luz constante. Yo aspiro a una vida completa, hecha de luces y oscuridades. El mundo de la música pop tiene mucho de eso: está enfermo de alegría.

–¿Ese es su diagnóstico del pop actual?

–Sobre todo de la música en castellano, en el pop inglés no pasa tanto.

Hay una especie de obsesión por la euforia, casi maníaca. Nosotros mismos nos creímos la mentira de que los latinos somos los más divertidos del planeta Tierra, y ya estamos haciendo de eso una bandera. Es cierto que hay muchas cosas muy lindas de provenir de la cultura hispana, y de la forma en que esa cultura se mezcló con lo africano, con lo europeo. Pero no ayudamos a nadie, ni a nosotros mismos, creyéndonos la tontería de que somos los más divertidos de la fiesta. Yo no me identifico con ese cartel. Yo vengo con una región donde la melancolía está en el aire, un lugar que suena a milonga. Vengo del Río de la Plata, que para mí suena así.

–Su hermano Daniel habla del “templadismo” para ubicar a una corriente de compositores entre los que estarían ustedes, Kevin Johansen, Paulinho Moska, entre otros. ¿Cree que puede hablarse de un movimiento de la canción rioplatense?

–El inventó esa palabra como herramienta de discusión cultural, un poco en broma, como para provocar al famoso tropicalismo. Y sí, creo que hay lazos que nos unen a los que somos del sur, hay una búsqueda de una identidad regional que nos nuclea a todos, y la melancolía no está ajena a todo ese proceso. La estética del frío de la que habla Vitor Ramil, la existencia de cuatro estaciones, la cuestión climática nos influye mucho. Yo agregaría dentro de este grupo de músicos que respeto y con los que me siento afín a Fernando Cabrera, Martín Buscaglia, Ana Prada. Me siento familiar de todos ellos, siento que estoy en casa con su música, y estoy contento de poder tener una relación de amistad con esta gente.

–Muchas de las letras del disco giran alrededor del amor que se termina. ¿Buscó reflejar una circunstancia personal?

–En mis canciones no todo lo que dice es verdad o me pasó a mí, y otras cosas sí. Yo no tengo más remedio que escribir sobre temas personales, porque siempre escribo desde mí, y de lo que me emociona. Y soy reacio a hablar de mí en las entrevistas, porque ya hay mucha información mía en mis discos.

–Hay una letra que causa algo de gracia, “La infidelidad en la era de la informática”, sobre secretos revelados por un cracker celoso. ¿Ese sí fue un caso real?

–Fue un caso real, o una suma de casos reales. Si causa gracia es porque a todo el mundo le suena familiar: “Uy, yo conozco un amigo que le pasó...” Esa es la típica, siempre le pasó a un amigo. Vivimos en un mundo donde la información va más allá de lo que podemos controlar. La tecnología es muy nueva y todavía no la manejamos del todo, no dimensionamos su llegada. El concepto de privacidad ha cambiado mucho y tenemos que adaptarnos. Pero no siempre se puede.

–Sus dos hermanos también son músicos, aunque menos conocidos. ¿Siente alguna responsabilidad para abrirles puertas, le consultan cosas?

–Más bien hay un intercambio permanente, y después cada uno abre sus puertas. Yo estoy muy contento y orgulloso de mis hermanos, somos muy amigos. Mi hermana también comparte el pluriempleo con nosotros: es odontóloga y pianista, y también pincha discos.

–¿Hay algo que extrañe del Drexler que compuso Llueve?

–Uno siempre extraña cosas del pasado, es inevitable, pero yo prefiero no pensar en esas cosas, me gusta vivir el presente, que es lo único de lo que disponemos. Está en nosotros vivirlo, o vivir en la nostalgia, o en un ataque de futuro. Yo trabajo para estar presente en el presente: no escapar hacia atrás ni hacia adelante. Este disco también tiene que ver con eso.

–En este momento de su carrera, ¿se plantea algo así como “hacia dónde quiere ir”?

–Esto es lo que me tocaba contar ahora. Yo podría haber hecho un crossover latino después de lo del Oscar, irme a vivir a Hollywood y hacer un disco de duetos latinos. Lo digo como broma pero es así. Preferí hacer un statement artístico, una declaración de intenciones personales: estoy aquí, con estas canciones, porque son mi medio de expresión. Fue un ejercicio de honestidad. Hacia ahí es hacia donde quisiera ir.

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