MUSICA › A 45 AÑOS DE LA SALIDA Y PRESENTACION DE LA OBRA CUMBRE DE VOX DEI
Durante todos los lunes de julio de 1971, el grupo que se había animado a ponerle música al texto sagrado actuó frente a auditorios llenos en los que se veían pantalones Oxford y sotanas. Ricardo Soulé, Willie Quiroga y Yody Godoy recuerdan la grabación con lujo de detalles.
› Por Gabriel Cócaro
En abril de 1969, en el Teatro Payró, Mach 4 ofreció su primer concierto porteño. La banda oriunda de Quilmes, integrada por los guitarristas Ricardo Soulé y Juan Carlos “Yodi” Godoy, el bajista Wilfrido “Willie” Quiroga y el baterista Rubén Basoalto, llevaba dos años de vida cimentando un repertorio que incluía piezas de The Beatles, The Rolling Stones, The Byrds y temas propios cantados en inglés. Después de aquel debut, y luego de traducir al castellano sus composiciones y rebautizarse como Vox Dei, la popularidad del grupo comenzó a crecer de manera vertiginosa. A dieciséis meses del desembarco capitalino, y tras ser fichados por el empresario editorial Jorge Álvarez para el sello Mandioca, los muchachos habían publicado tres simples y un álbum: Caliente. La placa era un fabuloso compendio de rock suburbano, sucio y desprolijo. Voces aguerridas, guitarras filosas y una base ajustada proporcionaban el exacto marco sonoro para letras proletarias y existencialistas como las de “Compulsión”, “No es por falta de suerte” y “Presente”.
Luego de la salida del LP, las presentaciones se multiplicaron. Actuaciones en el Teatro Ópera, el Estadio Luna Park y el Teatro Pueyrredón se alternaban con recitales en clubes de Capital Federal y el Gran Buenos Aires. “Los fines de semana hacíamos cinco shows por noche. Las jornadas eran agotadoras”, cuenta hoy Soulé a Página/12. La banda ostentaba un sonido potente y monolítico debido a una estricta metodología de trabajo. “Ensayábamos ocho horas diarias, sin excepción”, dice Yodi. “Los ensayos los registrábamos en un grabador Geloso para después escucharlos con detenimiento. Así nacieron muchas canciones”. La solidez del cuarteto se reforzaba con encuentros entre Godoy y Basoalto donde el guitarrista funcionaba como una especie de “sparring musical” del baterista. “Éramos un verdadero grupo de rock pesado. No existía otro con esa carga de voltios”, afirma Soulé.
Caliente seguía siendo una novedad cuando los quilmeños anunciaron su siguiente proyecto. Se trataba de una obra basada en el libro que, según las religiones judía y cristiana, transmitía la palabra de Dios: La Biblia. La apuesta era ambiciosa, comprometida y peligrosa. “En aquella época el país estaba gobernado por una dictadura militar, la autodenominada Revolución Argentina. La represión provenía tanto de las esferas estatales como de otros estamentos de la sociedad que acompañaban dicho autoritarismo”, recuerda Soulé. “Nosotros pertenecíamos a un movimiento opuesto al sistema. Entonces, encarar un trabajo de esas características implicaba correr ciertos riesgos”. El contexto sombrío, sin embargo, no hacía mella en el ánimo del grupo. “Bajo la premisa de realizar un aporte distintivo y original, íbamos detrás un sueño. Ningún obstáculo era suficiente para detenernos”, asevera Godoy.
Soulé provenía de una familia de padre ateo y madre católica. Fue a instancias de su progenitora que el entonces niño estudió catecismo y recibió los rituales sacramentales de la comunión y la confirmación. Concluida esa etapa, el vínculo con la religión se cortó hasta la llegada de María Graciela Hildebrand. La relación con la muchacha, quien se convertiría en su esposa y madre de sus hijos, le permitió conocer a su futuro suegro: Tadeo Marian Hildebrand. El hombre, de origen polaco, había permanecido tres años detenido en un campo de concentración en Siberia durante la Segunda Guerra Mundial. Sobrevivir a aquel horror lo convirtió en un ferviente devoto de Cristo y de la virgen más venerada de su país: Nuestra Señora de Czestochowa, La Patrona de los Imposibles. “En nuestros encuentros me hablaba de La Biblia y de Dios con una pasión conmovedora. Su fe provocó en mi un proceso de conversión absoluto que me llevó a las sagradas escrituras”, rememora el guitarrista.
Durante un viaje en colectivo, Soulé le propuso a sus compañeros interpretar el texto más célebre de todos los tiempos. La faz melódica sería elaborada en conjunto. La lírica, en cambio, correría por cuenta del compositor. Tras un período de cavilaciones, el cantante decidió abordar los escritos bíblicos desde un punto de vista subjetivo más que de un ángulo religioso. “Con Graciela pasamos nuestra luna de miel en un departamento de un ambiente, ubicado en la calle Zelaya, pergeñando las letras de las canciones”, comenta. “Ella, en una máquina de escribir Olivetti, tipeaba unos resúmenes que yo llevaba a los chicos para contarles cuál era la temática de cada pieza”. El proyecto, de base rockera, se alimentaba de influencias provenientes de la música sacra. “Creaciones como el Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart, o las pasiones de Johann Sebastian Bach me resultaron muy inspiradoras”, sostiene. “El espíritu de la obra era de raíz barroca, pero bajo un soporte de guitarras eléctricas”.
Según La Biblia, Jesús pronunció siete frases durante su crucifixión. Siete son los pecados capitales señalados por el cristianismo a sus fieles e igual número de peticiones contiene el Padre Nuestro, la oración por excelencia de dicho dogma. Siete, entonces, serían los temas que integrarían el nuevo álbum del grupo. “Algunas piezas contenían diferentes movimientos, pero denominados con un mismo título para poder llegar a ese número cabalístico”, revela Quiroga. Aquellas canciones empezaron a adquirir su forma definitiva durante extenuantes jornadas de ensayos. “Una noche estábamos trabajando en casa. Mi mujer nos acercó la cena e hicimos un alto. Luego, continuamos y paramos recién al otro día cuando nos trajo el desayuno”, declara el bajista. “En el proceso de gestación del disco, compartimos infinidad de situaciones cotidianas. Éramos un grupo y también una familia”, agrega Godoy.
La creación del mundo, relatada en el primer libro del Antiguo Testamento, se reflejó en “Génesis”. La pieza, que comenzaba con la sutileza de un susurro y terminaba con el cuarteto desplegando todo su potencial, abría con un silogismo memorable: “Cuando todo era nada, era nada, el principio. Él era el principio y de la noche hizo luz. Y fue el cielo y esto que está aquí”. “El tema nació durante un ensayo en la casa de Rubén”, dice Soulé. “Después de filosofar un largo rato acerca de cómo nos imaginábamos el origen del cosmos, empecé a hacer una línea de bajo”. “Los muchachos se sumaron y así surgió”, complementa Quiroga. A la hora de registrarlo, Basoalto tocó una batería Ludwig cedida por Oscar Moro. La historia de Moisés, el hombre encomendado por Dios para liberar al pueblo hebreo del yugo egipcio, estaba narrada en el opus homónimo. “Lo hicimos en La Manzana, un boliche de Billy Bond que usábamos como sala de ensayos”, precisa Soulé. “La letra se terminó en el estudio de grabación con algunas apostillas mías”, aporta Godoy. La canción poseía ciertos aires autóctonos, producto de un cuidado arreglo vocal. “Antes de dedicarme al rock tocaba en un grupo de folklore. Allí aprendí a combinar voces de tonalidades diferentes”, cuenta Willie. “Todo ese conocimiento lo invertí en Vox Dei”.
El Primer Libro de Samuel retrataba la guerra entre israelitas y filisteos, cuyo punto culminante fue el combate entre David y Goliat. El pastor, con apenas una honda y una piedra, tumbó al gigante para luego decapitarlo con su propia espada. Este fragmento del Antiguo Testamento se reflejó en “Las Guerras”. Un pirotécnico riff de Soulé abría paso a una base machacante que mostraba al combo en su esplendor. Cuando el ritmo se desaceleraba, Godoy narraba aquél mítico enfrentamiento. “Ese segmento musical lo compuse en el baño de mi casa, con un grabador entre las piernas”, sorprende el vocalista. “Al momento de cantarlo, aflauté mi voz. Después me arrepentí de hacerlo pero al resto le gustó y quedó”, confiesa. La pieza, registrada con los amplificadores Marshall de Almendra, concluía con una zapada furiosa donde las guitarras de Soulé y Godoy se entremezclaban de manera notable. “Allí hago solos utilizando un pedal wah wah marca Schaller, adquirido luego de enterarme que era el modelo usado por Jimi Hendrix”, dice Yodi. La letra del tema se terminó de redondear con sugerencias de Jorge Álvarez en el departamento de uno de sus ilustres amigos: el cineasta Leopoldo Torre Nilsson.
Los Libros Sapienciales eran un conjunto de siete volúmenes donde se reflexionaba sobre el bien y el mal, la vida y la muerte. La finalidad de dicho compendio radicaba en que el hombre, iluminado por la fe en Dios, encontrara las respuestas a las problemáticas de su existencia. Soulé se detuvo particularmente en el Libro de Eclesiastés, un cúmulo de consideraciones atribuidas al Rey Salomón de marcado tono existencialista. Frases como “todos los ríos terminan en el mar, y el mar no se llena” o “hay tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado” lo inspiraron para la letra del tema denominado, justamente, “Libros Sapienciales”. La pieza resultaba de la unión de dos fragmentos musicales. El primero, hecho por Quiroga, y el segundo compuesto por el guitarrista durante su adolescencia bajo el título de “Canción Número Cinco”. “Estábamos en el estudio Willie, Rubén y yo y uno de los técnicos nos dice: ‘ayer vino un compañero de ustedes y agregó un instrumento’”, relata Godoy. “Entonces larga la pista y escuchamos el fantástico arreglo de violín hecho por Ricardo. Cuando terminó, aplaudimos. No era para menos”, concluye. La llegada del Mesías estaba anunciada en distintos pasajes de los libros de los profetas Isaías y Daniel. Ambos formaban parte de los Libros Proféticos, un cúmulo de diecisiete tomos que cerraba el Antiguo Testamento. Soulé habló de la llegada del Hijo del Hombre en “Profecías”. Su línea melódica derivaba de “Poor old Peter”, una composición de los primeros tiempos del grupo.
En El Nuevo Testamento (la parte de La Biblia que reunía un conjunto de libros y cartas confeccionado después del nacimiento de Jesús) se destacaban cuatro evangelios canónicos. Dichos trabajos, escritos por los apóstoles Mateo, Marcos, Lucas y Juan, narraban la vida del Mesías. El guitarrista, con gran maestría, los reflejó en la lírica de “Cristo”. El tema estaba dividido en dos movimientos. El primero, llamado “Nacimiento”, era un instrumental a cargo de una orquesta de cuerdas, vientos y arpa dirigida por Roberto Lar. “La idea partió de Álvarez”, explica Soulé. “Tener semejante agrupación en el disco era una manera de jerarquizarlo”, dice. “El estudio contaba con unas sillas de estructura metálica y asientos de madera”, detalla Yodi. “Cuando los músicos se acomodaron y empezaron a tocar, percibí el crujir de algunos taburetes. Esos sonidos quedaron en la toma final. Si se la escucha con atención aparecen”. El segundo, “Muerte y Resurrección”, comenzaba con los aires bluseros aportados por la guitarra acústica de Godoy y la armónica Hohner de 64 voces de Soulé, y seguía con un in crescendo eléctrico engalanado por precisos arreglos vocales. Luego, sobre una melodía escrita por Godoy en homenaje a su madre, el cuarteto y la orquesta se amalgamaban para uno de los momentos más intensos y emotivos de la obra. El fragmento, interpretado por Yodi tras ser elegido en una votación interna, concluía con la intervención de un coro de dieciséis voces femeninas.
El segundo álbum de Vox Dei, con excepción de los fragmentos orquestales y corales, se registró en los estudios T.N.T. con una consola de cuatro canales y a lo largo de ciento cincuenta horas. El grupo empleó un método de reducción de pistas para enriquecer sonoramente las canciones. “Cuando teníamos la toma adecuada la pasábamos a dos canales y así nos quedaban los otros libres para agregar un nuevo instrumento o una voz”, explica Quiroga. Los técnicos, acostumbrados a trabajar con grupos de tango o folklore, disentían con algunas decisiones estéticas de la banda. “En la etapa de mezcla discutí bastante con los ingenieros de sonido”, recuerda Godoy. “Sobre todo por el nivel de las voces que, para mí gusto, estaba demasiado alto”. Promediando el proceso de grabación, Soulé fue víctima de un agudo cuadro de estrés. “Las presiones eran muchas y terminé colapsando”, señala el guitarrista. El proyecto, entonces, se paró durante poco más de una semana. El tiempo en que, a fuerza de Valium, logró recuperarse.
El trabajo estaba casi terminado cuando el cuarteto fue convocado a una reunión en la Curia Metropolitana. La Iglesia deseaba conocer los versos de aquellas canciones y Álvarez necesitaba la aprobación de la institución para evitar cualquier tipo de censura una vez que el disco estuviera en la calle. Los muchachos de Quilmes se encontraron con el Monseñor Emilio Teodoro Grasselli, secretario del Cardenal Antonio Caggiano, por entonces Arzobispo de Buenos Aires. “La obra no tenía ningún matiz ‘censurable’, por eso nunca se nos ocurrió pedirle permiso a nadie para hacerla”, asegura el bajista. El clérigo (décadas más tarde acusado por organismos de Derechos Humanos de realizar tareas de inteligencia para los militares durante la dictadura) recibió las letras de mano de Soulé. “Cuando leyó la primera estrofa del ‘Génesis’ su cara se transformó”, describe Willie. “Luego lo miró extasiado a Ricardo y le dijo: ‘me hubiera costado horas explicar cómo fue la creación del mundo y vos, con apenas un silogismo, lo conseguiste’”. Días después del cónclave, el conjunto recibió la aprobación del prelado junto a una carta de su autoría (incluida en la primera edición del vinilo) que instaba a los jóvenes a acercarse a La Biblia a través de la placa.
Sorteado el escollo eclesiástico el grupo debió afrontar, sobre el final de las sesiones de grabación, dos conflictos de suma gravedad. El primero fue la partida de Godoy. El guitarrista abandonó el conjunto tras una tensa reunión celebrada con sus compañeros, paradójicamente, para limar asperezas. “Nosotros, como todas las bandas, teníamos discusiones”, admite Quiroga. “Había una lucha de poder y los combates se llevaban a cabo en ese ring llamado Vox Dei”, grafica Yodi. “Con su alejamiento, Juan Carlos nos asestó un golpe terrible”, resume Soulé. “Fue como si un avión perdiera un ala en pleno vuelo”, ejemplifica. El segundo fue la desaparición de las cintas masters con todo el material realizado. El apropiador del trabajo había sido uno de sus impulsores. “Álvarez, concentrado en la música, descuidó su editorial”, cuenta el bajista. “La quiebra de ese emprendimiento lo dejó sin dinero para solventar los gastos de la obra. Entonces, desbordado por la situación, robó las cintas”, completa. “Finalmente, denuncia policial de por medio, reaparecieron pero no volvieron al estudio pues la compañía decidió publicarlas”, agrega Soulé. “Por supuesto, jamás nos consultaron si el disco estaba terminado”, aclara. La intempestiva edición de la placa provocó que “Apocalipsis” (pieza basada en el Apocalipsis de San Juan) quedara como una zapada en estado embrionario y sin letra. Aparecería, con su forma definitiva, en un álbum en vivo que el combo publicó a mediados de 1987.
Para la concepción de La Biblia, Mandioca había sellado un acuerdo con la compañía Disc Jockey. La primera financiaría el proyecto y la segunda se encargaría de su promoción, difusión y venta. “La debacle de la editorial de Álvarez arrastró también a su discográfica”, afirma Godoy. “Disc Jockey puso la plata para terminar el trabajo y, de paso, se lo quedó”. La empresa de Manuel Rodríguez Luque aportó seis millones de los entonces denominados “pesos viejos”. La contribución, claro, no sería desinteresada. “Firmamos un papel donde cedimos los derechos de la placa a perpetuidad”, se lamenta Quiroga. “No contábamos con abogados y, además, teníamos la arrogancia de leer un contrato y creer que lo entendíamos. Por supuesto no era así”, concluye. El álbum, en formato de vinilo doble, se publicó a finales de marzo de 1971. Osvaldo Daniel Ripoll, director de la revista Pelo, no escatimó elogios para recibirlo. “Es la obra más importante que se ha producido en la Argentina dentro de la música popular de rock”, enfatizó. “Dentro del movimiento comenzará a hablarse de cosas hechas antes o después de La Biblia”.
El disco fue presentado en el Teatro Presidente Alvear los cuatro lunes de julio de 1971. Durante dichas jornadas, la convocatoria de público obligó a la policía a cortar el tránsito de la Avenida Corrientes. “A nuestros habituales seguidores se sumaron curas, monjas y alumnos de colegios religiosos”, enumera Willie. “Desde el escenario contemplaba una singular combinación: sotanas con pantalones Oxford”, describe risueño. En los recitales el grupo presentó a un nuevo integrante: Ignacio “Nacho” Smilari, eximio guitarrista que había pasado por bandas como La Barra de Chocolate y Sol. Luego de los conciertos capitalinos, el cuarteto emprendió una gira por el interior del país. En la provincia de Tucumán, conoció al teólogo Gaspar Risco Fernández. La eminencia, recibida en la Universidad de Salamanca, preguntó a los veinteañeros qué los había motivado a encarar semejante obra. Tras oír sus respuestas, concluyó: “El Espíritu sopla donde quiere”. A cuarenta y cinco años de su lanzamiento, La Biblia no perdió un ápice de vitalidad. Sus canciones, bellas y conmovedoras, siguen haciendo de este mundo un lugar menos inhóspito. Soulé no tiene dudas: “Dar a luz ese trabajo fue un regalo de Dios”.
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