MUSICA › LUCHO GUEDES Y SOY UNA TARADA, SU NUEVO DISCO
Con una interesante estructura narrativa, el cantautor refleja su mirada generacional a través de quince temas. Lo acompañan varias voces: Lidia Borda, Liliana Herrero y Jorge Fandermole, entre otros.
› Por Cristian Vitale
Las quince canciones son suyas, pero canta cinco: absolutamente solo en tres y en las dos restantes con Soledad Villamil y Lorena Rizzo. Si a ambas voces se les suman las de Lidia Borda, Nadia Larcher, Juan Quintero, Edgardo Cardozo, Liliana Herrero, María de los Angeles Ledesma, Brian Chambouleyron y Jorge Fandermole, es porque este pibe (Lucho Guedes) algo debe tener. “El título del disco es para dejar en claro que se está hablando de voces ficcionales. Claramente Soy una tarada –tal el nombre– no es una frase que pueda asumir yo, porque me gusta que los títulos sean frases de los personajes de las canciones. Tengo un fetiche con la figura de la ausencia del autor”, enmarca el hombre que, pese a la estrategia puntual, es autor, es productor, es músico, es un contador cantador de historias y es el factótum de este disco doble, que mostrará en público hoy a las 21 en Café Vinilo (Gorriti 3780) con Alejandro Simonazzi como narrador, y varias de las voces invitadas: Borda, Larcher y Chambouleyron, entre ellas. “La intención fue hacer todo lo contrario de lo que hice en el primer disco, porque quería ficcionalizar la voz de cada personaje, y buscarle una voz real y distinta a cada uno de ellos”, amplía.
Soy una tarada, sucesor de Mañana nadie se acuerda, consta de quince canciones determinadas por una narrativa acorde a ciertos parámetros morales, generacionales y vivenciales de la época: tipos y tipas clase 70, 75, 80, separados, con hijos, y de clase media. Y su correlato en solitario. “Los que cantamos a dúo son formato Pimpinela”, se ríe el autor. Creo que ambas canciones (la que da nombre al disco, con Villamil y “Qué boludos”, con Rizzo) hablan de una cuestión generacional… conflictos específicos de una generación y una clase. La verdad es que me costó encontrarles el registro, porque son temáticas complejas y cercanas. Además, pasé de un primer disco en el que estoy solo con la guitarra, a este con orquestaciones que funcionan como clima para cada relato”, explica Guedes, un egresado de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, que también dedica parte de su tiempo al taller de escritura “De la narrativa a la canción”.
–¿Qué pasó en el medio de ambos discos para que ocurriera semejante mutación?
–Que estoy todo el tiempo investigando diferentes formas de abordar un relato en formato canción, y voy encontrando yeites nuevos para acomodar el formato a esa intención. En este caso, me pareció importante abordarlo con una mirada de productor que no tenía en el primer disco por esa prepotencia de pensar que las canciones se la bancaban solas. En cambio, en este la idea fue pensar en cómo darle un correlato sonoro a toda esa polifonía narrativa.
Con esto de polifonía narrativa, Guedes ratifica que su voz no es la que prima en el disco, sino que apenas se inmiscuye en una parte. “La cosa era cómo hacer que cada canción tuviera un clima y una voz distintas para que no fuera algo que sonara igual. El concepto es mucho menos folklórico y criollo que el anterior disco. Es más cinematográfico y teatral, y esto demanda un proceso largo, de mucha prueba”, explica el inquieto cantautor, que ya está craneando algo distinto a los dos discos en cuestión. Su futuro inmediato, por caso, está relacionado con los talleres narrativos en los que enseña y pretende abordar la canción desde la perspectiva del análisis literario. “Estoy investigando cómo adaptar los recursos de la narrativa al formato reducido de la canción. En este sentido empecé a influir sobre mí mismo. A tratar de experimentar con los esquemas pedagógicos, digamos. Me metí en un laburo enriquecedor, y distinto a lo anterior, porque las canciones que me están saliendo ahora son mucho más novelísticas, y están preelaboradas desde las formas”, cuenta.
Esto quiere decir, más o menos, concebir la forma de la canción a priori. “Pensar si hago cinco estrofas en décima o cuatro estrofas en sixtillas y un estribillo doble, en función de las necesidades narrativas. También estoy laburando con estructuras de estrofas bastante complejas, en décimas u octavillas, que permiten desarrollar más cada escena y cada territorio en una estrofa. Entonces, empecé a pensar las estrofas como si fueran capítulos, donde cada uno está destinado a recrear un acontecimiento particular. En suma, estoy laburando mucho con el diseño previo, con canciones largas”, se ríe Guedes, que ha compartido escenarios con Leo Masliah, Jaime Torres, Luis Salinas, Peteco Carabajal, Juan Falú y Franco Luciani, entre otros.
–Piensa más en la cultura “popular” que en la de masas, ¿o no?
–No sé, porque no pienso mucho en la divulgación, sino más bien en la producción. La verdad es que no sé si lo que hago es masivo o no. Sí, me parece que no es un producto rebuscado. El lenguaje que manejan las canciones es accesible. No tiene un target determinado. Cualquier persona que tenga la intención de meterse en el texto, puede hacerlo.
–Como una especie de “autorreferencia colectiva”
–Algo así. Es un conflicto colectivo que, para transformarlo en canción, tuve que utilizar un estilo directo, porque la voz del narrador omnisciente resultaba juzgadora. Otro detalle es que la discusión muchas veces se pone violenta, vergonzante, pero al no haber una voz que interprete, se puede asimilar mejor.
–¿Qué pasa, en este sentido, con “Traje y corbata”, “Champagne y pan dulce” y “El miedo y la vergüenza”, las tres que canta solo?
–Lo contrario, porque el narrador es un protagonista que podría ser yo, aunque también representa un conflicto generacional, pero opuesto al de los ejemplos anteriores, porque parten desde una perspectiva más intimista. En general, siento que mis canciones son muy cercanas y legibles para la gente.
–Entonces es “cultura de masas”…
–Tampoco lo sé, porque a veces la gente no está acostumbrada a este tipo de registros discursivos en la canción, entonces probablemente haya un rechazo. Puede resultar molesto que los personajes puteen, o tengan sexo. Y no es que los utilizo para provocar, sino por una necesidad de verosimilitud narrativa, porque si estoy tratando en reconstruir la intimidad extrema en una pareja, que tiene una experiencia de vida de veinte años juntos, con hijos, y están en un momento pesado, no se van a decir cosas lindas… se van a putear, ¿o no? Es una necesidad que siento, porque me gusta la literatura realista.
–Salvando las distancias, está haciendo, de algún modo, lo que Discépolo hizo setenta años atrás: una catarsis colectiva en clave musical.
–Precisamente es una discusión que tengo. Creo que al tango y al folklore, en tanto narrativas populares, se los suele leer fuera de contexto. Me ha pasado que ciertas canciones mías resultan muy violentas a la misma persona que después escucha “Madame Ivonne” o “Griseta” y las asimila diferente.
–Las 34 Puñaladas de Edmundo Rivero no resultan “tan violentas” como habían resultado “Me gusta ese tajo”, de Pescado Rabioso, o “Botas locas”, de Sui Generis, en su momento.
–(Risas) Totalmente. Es algo que no termino de entender, y que tiene que ver con lo que se recibe… casi un misterio.
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