Jueves, 22 de septiembre de 2016 | Hoy
MUSICA › DARíO JALFIN PRESENTA LA ILUSIóN ESTA NOCHE EN CAFé VINILO
Los temas que grabó el pianista tienen desarrollo compositivo, pero al mismo tiempo suenan amigables para públicos amplios. “Quería encontrarle una vuelta más personal a cada canción”, asegura.
Por Sergio Sánchez
“El piano tiene tantas posibilidades de sofisticación que te puede hacer perder el foco de cierta simpleza. Pero lo que tiene el disco es que las canciones se pueden sostener desde lados muy diversos, porque están trabajados los arreglos y la instrumentación. Por eso, se pueden tocar con la guitarra y otros instrumentos”, define el compositor y pianista Darío Jalfin, en relación a su último disco, La ilusión. Es un álbum de canciones que tienen complejidad y desarrollo compositivo, pero que al mismo tiempo suenan amigables y receptivas para públicos amplios. Populares, en definitiva. Un disco que continúa por ciertas líneas de la música popular argentina o tradiciones claras –como la del piano en el rock argentino–, pero que al mismo tiempo rompe con ellas. “El rock está en mi ADN musical, pero al mismo tiempo está cruzado con muchas cosas, como el jazz, la música popular latinoamericana y la música académica”, dice Jalfin. En esa búsqueda, hay invitados como Loli Molina (en “Dulce condena”), María Ezquiaga (en “Dejá”), Lucio Mantel (en “Quién da más”) y Fito Páez (en “Tifón de realidad”). “A Fito lo convoqué, por ejemplo, porque esa canción tiene aires folklóricos y al mismo tiempo es pop. Él y el resto de los artistas invitados no están embanderados o definiendo su obra dentro de un género, sino que siempre hicieron cosas diferentes y se corrieron de lugar según los discos, y me siento identificado con eso”, explica. La presentación será hoy a las 21 en Café Vinilo, Gorriti 3780. “La ilusión es el motor, lo que mueve, lo que mantiene la chispa de hacer cosas, pero también es lo opuesto a lo real”, sentencia sobre el concepto general del disco.
–¿Es una síntesis de los trabajos anteriores?
–Creo que siempre en los discos fui dialogando con los anteriores y tomando cosas, cambiando otras. En este caso, cuando empecé a pensar este disco, pensé que iba a ser una continuidad de Entre otros (2012), o sea, que iba a seguir con el formato más volcado a lo acústico, ése formato de cámara. Pero después me di cuenta, cuando tenía ya algunas canciones arregladas, de que quería liberar un poco la sonoridad y encontrarle una vuelta más personal a cada canción. En el medio tuve un encuentro buenísimo con Axel Krygier, a quien le llevé lo que tenía hasta ese momento, e hizo una escucha súper detallada y una devolución muy generosa. Me dijo cosas que me ayudaron a definir el rumbo de algunas de las canciones, y especialmente a pensar en mezclar lo acústico y volver al formato de batería y bajo. Y ahí es cuando se dio esa síntesis: está la cosa de la banda y también la cosa de los arreglos escritos. Fue el disco que me llevó más tiempo hacer y siempre estuve muy abierto a mostrar lo que tenía, a seguir buscándole una vuelta. Santiago Vázquez y Lisandro Aristimuño también me dieron devoluciones muy valiosas. Por eso también tiene más invitados, más músicos e instrumentos. Fue un disco de prueba y error.
–En el disco, hay dos versiones significativas que pisan fuerte en la historia del rock argentino: “Dulce condena”, de Andrés Calamaro y Ariel Rot, y “La balsa”, de Litto Nebbia y Tanguito. ¿Por qué las eligió?
–Lo que me motiva a hacer una versión es si siento que puede estar hilada estética o artísticamente con lo que hago como compositor. Entiendo y me parece bárbaro que alguien haga una versión más fiel a la original, pero me gusta ponerme a trabajar en una versión si tiene que ver con la propuesta general del disco. Trato de que resalte mi punto de vista. ¿Por qué las incluí? Fue inconsciente, aparecieron. “Dulce condena” apareció en una caminata un domingo a la mañana. Empecé a canturrearla en otro compás, fue raro. A partir de eso, anoté en un papelito esa idea y cuando llegué a casa me puse a trabajar en el arreglo. Y con respecto a “La balsa”, se me ocurrió una idea más onírica, en donde la música dialoga más con el texto. En las dos, traté de poner el texto en otro lugar, de realzarlo. Y aportarles algo personal.
–En estos meses, se abrieron dos debates que desembocan en lo mismo: el de la supuesta crisis del rock argentino (a partir de una nota de un medio chileno) y los dichos de la cineasta Lucrecia Martel sobre el “folklore”. ¿No es tiempo de hablar de música popular argentina?
–A veces la etiqueta de “rock nacional” se comió un poco a las canciones. Clásicos como “Los dinosaurios” de Charly García o “Muchacha ojos de papel” de Spinetta no son canciones de rock. Entonces, ya el llamado rock nacional ya trae en su raíz la fusión de géneros, borrar fronteras, abrir la cabeza, hacer distintas propuestas. Pasa con los artistas populares de Brasil, donde no hubo una etiqueta como rock, sino que se mantuvieron siempre más en la música popular. Y acá si hubo una etiqueta muy fuerte de rock y luego se fue para otro lado. Entonces, toda esa tradición de la canción, que tiene un claro color local (con influencias y aromas del tango también), queda un poco más perdida, atrás de esa etiqueta grande de “rock nacional”. Pero creo que ahora se está volviendo a abrir el panorama, a partir de Internet, tantas mezclas y fusiones, y toda esa marea infinita de música que hay todo el tiempo. Entonces, los que escuchan ya no están tan atados a las etiquetas, que tenían más que ver con la industria o la circulación de la música, de la forma que existía antes de comercializarla, de catalogar. De todos modos, siguen existiendo los festivales de géneros y no es tan fácil lo que no está definido en un género. Sigue habiendo una tradición separatista, pero cada vez menos.
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