MUSICA › NURIA MARTINEZ PRESENTA PUNTO DE PARTIDA ESTA NOCHE EN EL CAFF
La aerofonista grabó una sesuda y elemental lectura de piezas anónimas y tradicionales, de variadas regiones y culturas, mechadas con composiciones propias. “Todos los lugares tienen su flautita y su tamborcito, y ésa es la base que tomé”, explica.
› Por Cristian Vitale
Original, en serio, el doble juego semántico que Nuria Martínez pensó para darle una entidad “paramusical” a su nuevo disco. Por un lado, pese a que se trata de su séptimo trabajo, le puso Punto de partida, y por otro, pese a que lo que toca son vientos de esta región, usó un subtítulo que refrenda la singularidad dicha: Flautas nativoamericanas. “Tiene que ver con dos cosas: una es que hay vientos, como siempre, pero también percusión, algo que nunca había hecho en un disco. Y después que, a lo largo de toda mi vida, he juntado músicas de varias partes del mundo, y este sonido de vientos y percusión lo encontré en las músicas nativas de todo el mundo. Todos los lugares tienen su flautita y su tamborcito, y ésa es la base que tomé. Es algo ancestral, antiguo, y lo transformé en un repertorio como el que se escucha”, explica la aerofonista, que mostrará su disco enraizado en la tierra hoy las 20 en el CAFF (Bustamante 772).
Lo que se escucha es una sesuda y elemental lectura de piezas anónimas y tradicionales, de variadas regiones y culturas: las hay zapotecas (“Danza de la pluma”), mbya-guaraníes (“Mundo guaraní”) o peruanas (“Chirocos”). También bolivianas (“Potosí”) o de los Pifanos de Caruaru, del Brasil, a través de “Pipoca moderna”… un mundo de tradiciones mechado con ciertas composiciones propias (“Duende” y “Taki”, por caso), más alguna gema de Uña Ramos (“Duerme boliviano”), y del tándem Choque-Huanacuni, como “Kantu a la whipala”. “Lo de música nativoamericana lo puse porque el término latinoamericana mucho no me gusta”, arriesga Nuria, que ha puesto su arsenal de instrumentos al servicio León Gieco, Liliana Herrero, Mono Izarrualde, Tomas Lipán, Fernando Kabusacki, Hermeto Pascoal o Ricardo Vilca, por nombrar algunos. Y que hoy, al margen de su trayecto solista, forma parte de Tonolec, cuando el dúo se transforma en octeto. “Bah, no es que no me guste el término latinoamericano, sino que remite a algo latino, y la música que hago en este disco no tiene nada que ver con eso”, se explica.
Otro de los puntos de partida –de regreso al título “real” del disco– tiene que ver con los estudios de sonido que Martínez realizó en la Universidad de Lanús. “A diferencia de los demás discos, éste lo hice casi todo yo. Nunca había hecho la experiencia de grabarme un disco entero, con los músicos viniendo al pequeño estudio que tengo en casa”, refiere la vientista, acerca del trabajo casero que fue forjando junto a Agustín Lumerman en percusión, Gabriel Morán en percusión y vientos, Diego Pérez (pata masculina de Tonolec) en teclados, Luciano Larocca en berimbau, y Andrés Hornes en cuencos. “Se armó un laboratorio casero”, se ríe ella. “Se sabe que hoy es mucho esfuerzo sacar un disco, por eso es lindo hacer uno cuando tenés algo para decir, no cuando te obligan”, prosigue, pensando en los cuatro años que separan a este disco de su predecesor Maestros de Humahuaca, grabado con versiones de Uña Ramos y Ricardo Vilca.
–Además, la cuestión logística de sacar discos sin una estructura detrás, que sería como la otra cara de la misma moneda.
–O para qué sacar más discos, habiendo tanta música dando vueltas, ¿no?
–Es probable. Volviendo a la cuestión del punto de partida, hay algo que no tiene nada que ver con “un comienzo”… el arte de tapa y esos dibujos tan relacionados con la música indigenista sus músicas expresan...
–Lo indígena, lo ancestral, sí, es mi mirada del mundo, es lo que me sensibiliza. Por más que sea de la ciudad de Buenos Aires (vive en el barrio de Agronomía), me siento latinoamericana y toda la vida mi interés estuvo puesto ahí, en los viajes que hago, los amigos que tengo... Es algo que, como decía, busco desde toda la vida. Me llegaba algo y lo guardaba en grabaciones caseras. La carrera de sonido en la UNLA me enseñó a masterizar, algo que puse en práctica con grabaciones de campo. No es algo que surgió ahora, sino que me surgió mostrar ahora, y acá volvemos al concepto de punto de partida.
–¿Dónde fue a buscar esas piezas anónimas y tradicionales?
–Me fueron llegando de grabaciones de viajes que hice por Perú, Bolivia y México, bajados de internet... Hay una pieza que se llama “Chirocos”, que es de La Libertad, un pueblo de Perú, y cuando la escuché me volví loca, empecé a indagar y entendí la historia en un ratito. En lo general, hay mucho del altiplano, por ejemplo, pero poco sobre la música de la selva y de los yungas en Perú y Brasil, y ahí me puse a trabajar.
–La región del antisuyu, como le decían los incas.
–Así es. Hay tanta música de esa zona que no se conoce, y que yo me propuse difundir con mis herramientas. No sé, pasé de muchas complejidades musicales a lo sencillo. El disco anterior tiene un tratamiento bastante personal en la armonía… fue todo un buceo desde ese lugar, y éste es lo opuesto.
–¿Dónde estuvo el punto de inflexión?
–No lo puse yo, lo puso el afuera. Se me fue Marcos O`Farrell, el guitarrista anterior, no tenía ganas de buscar otro, y empecé a hacer estos demos. Me empecé a juntar con Agustín Lumerman, el percusionista que me siguió en todo el proceso, y empezamos. Fue cosa del azar, porque si Marcos no se hubiera ido, no hubiese hecho esto.
–Hay cuatro temas compuestos por usted ¿en qué se inspiró?
–En los instrumentos. Tengo quenas de todos los tamaños, flautas chinas, ocarinas mayas, y las composiciones mías parten de agarrar algunos de estos instrumentos raros y ponerme a improvisar. “Ocarina y trueno” nació así. “Taki”, además de significar canto, es una flauta muy chiquita de tres agujeros, que se toca con una mano. “Duende”, está hecho con unas flautas chinas que Alejandro Franov me trajo de un viaje. Igual, no me siento compositora, sólo bajo algunas ideas e improvisaciones que me vienen.
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