Vie 30.09.2016
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MUSICA › RAUL GARELLO (1936-2016) FUE UNA FIGURA CLAVE DEL TANGO DEL ULTIMO MEDIO SIGLO

Un referente de la vieja nueva guardia

El bandoneonista, director, compositor y arreglador de orquestas (entre otras, de la de Aníbal Troilo) deja una rica y extensa obra que se extiende hasta el presente.

› Por Karina Micheletto

Raúl Garello era una de las últimas figuras de aquella vieja nueva guardia de hacedores del tango, los que llegaron a ser parte de las épocas de bonanza para el género y, en su caso, atravesó las sucesivas etapas llegando también a participar activamente del resurgimiento de los últimos años. El bandoneonista, director, compositor y arreglador de orquestas –reconocido en este último rol por haber sido “el orquestador de Troilo”, quien le legara uno de sus bandoneones– falleció en la noche del miércoles, a los 80 años, tras sufrir un paro cardíaco. Deja una rica y extensa obra en tiempo pasado y presente: tan presente, que hoy mismo iba a participar de un concierto de la Orquesta de Tango de Buenos Aires, formación que fundara y dirigiera, en un programa dedicado a los “Bandoneonistas compositores”.

Garello inició su carrera profesional a los 18 años, cuando pasó a integrar la orquesta de Radio Belgrano, en tiempos en que las radios tenían su orquesta y el tango era una parte vital del paisaje sonoro ciudadano. Allí conocería a Leopoldo Federico, a quien luego reemplazaría en el cuarteto encabezado por Roberto Firpo. En su rol de arreglador, la primera oportunidad apareció para él con la orquesta de Baffa-Berlingieri. “Fue con ‘La guiñada’, de Agustín Bardi. Fue una gran oportunidad, porque lo difícil en este tipo de trabajos era contar con una orquesta a disposición, y más para grabar”, contaba en una entrevista concedida a este diario. “¡Ni siguiera conocía ese tango, pero lo intenté! Yo a lo mejor era más caradura o lanzado y venía escribiendo. Por entonces escribía cosas medio salteaditas, pero no para grabar, porque estaba empezando”, recordaba.

Garello fue también arreglador de Leopoldo Federico, Enrique Mario Francini, entre otros. Pero era especialmente recordado por haber asumido ese rol en la orquesta de Aníbal Troilo, tres años después de haber ingresado como bandoneonista. Siguió siendo su orquestador por casi una década, hasta la muerte de Troilo, en 1975. Zita, la esposa de Pichuco, le regaló uno de sus bandoneones, y luego de 30 años él lo donó a la Academia Nacional del Tango. Alguna vez, años después, Garello participó en un disco de homenaje a Troilo en el que varios bandoneonistas ejecutaban aquel mítico instrumento, con producción de Gabriel Soria. Se llamó Troilo compositor y tuvo su presentación en el teatro Maipo, con Garello compartiendo escenario con colegas como Federico, Baffa, Daniel Binelli, Víctor Lavallén, Néstor Marconi, Osvaldo Montes, Julio Pane y Walter Ríos, entre otros. “Tuve ese bandoneón durante 30 años y siempre pensé que era mucho para un solo bandoneonista. No sólo como símbolo, por lo que significa, sino también como instrumento, porque es un fueye fenomenal. Lo doné a la Academia con la condición de que lo mantuvieran como hice yo todos estos años. Y para cuidarlo hay que hacerlo sonar periódicamente, un instrumento tiene que ser tocado”, explicaba el músico, con generosidad.

Desde 1980 fue co-director fundador de la Orquesta del Tango de Buenos Aires, en la que se alternaba como director y arreglador con el redordado Carlos García. Hasta su muerte siguió compartiendo esa función, alternadamente, con Néstor Marconi y Juan Carlos Cuacci. Entre los numerosos premios y reconocimientos que recibió, el último le fue otorgado en abril de este año por la Academia Nacional de Tango. La entidad lo distinguió con el premio Gobbi de Oro por su trayectoria, y en la ceremonia tocó con su sexteto y con Jesús Hidalgo como cantor invitado.

“El tango no es una música paisajista, lineal, ésa es su profundidad, no es la foto de un paisaje. Por eso cabe el concierto, el dúo canyengue, el ballet, todas las expresiones. Los elementos que han formado este género tienen con qué desarrollar todo un arte”, decía sobre la música que amaba. “La música y la poesía del tango son muy seductores y han seducido a una cantidad de formaciones, hasta las grandes orquestas, han seducido también a otros géneros. Y hay algo muy importante: sostengo que el tango es un arte de jóvenes. Las fotos de las orquesta del ‘40 dan testimonio, si miran las caras de los integrantes de la orquesta de Pichuco, de Di Sarli, son pibes de 20 años”, aseguraba, y definía: “La juventud está en el ADN del tango. Y hoy creo que está metido en todas las generaciones. He escuchado tango desde que iba a la escuela. Sin querer, vas en un colectivo y escuchás silbando al que maneja. O, por lo menos, así era cuando yo era chico.”

Junto a su sexteto seguía dando conciertos, como los que estaban programados para las semanas próximas en Oliverio Girondo, una sala del barrio de Villa Crespo, compartiendo escenario con jóvenes músicos (Federico Pereiro Trío y Eva Wolff dúo). Seguía también dando clínicas y cursos, como la que ofreció en el último Festival de Tango de Buenos Aires. Esa forma de docencia se repetía y le gustaba transmitir a los músicos más jóvenes ideas como la de “las cinco monedas” –“muchos músicos tienen en su haber una sola moneda, serían los ejecutantes, algunos tienen dos o tres monedas, serían los músicos, ejecutantes y directores. Muy pocos tienen las cinco monedas, y esas que faltan, las del arreglador y el orquestador, son claves”, aseguraba– o el análisis de los estilos de los grandes bandoneonistas y directores de orquesta.

Sobre su propio trabajo, llevaba contados 101 registros con Roberto Goyeneche, 80 con Juárez en RCA y en Odeón, de 20 a 25 con Roberto Rufino, Floreal Ruiz y tantos otros. Unos 250 en total, escritos, grabados y dirigidos. Seguía componiendo, “buscando y en dudas”, decía, aunque a otro ritmo. “Antes me levantaba a la mañana y ya estaba escribiendo. Además yo no escribo al correr de la mano, si tengo tres ideas tengo que buscar cuál me gusta más, cuál es más apropiada. Y con el instrumento cerca para confirmar cosas, porque el papel y la grafía no son la música”, detallaba. “Si está escribiendo para una canción, hay una música que escribió un compositor, un texto que escribió un poeta y un cantor que va a cantar. Usted está con la orquesta atrás. Tiene que tratar de que no se entere nadie que está ahí, tiene que callarse lo más posible, pero acompañando. Y es difícil callarse. Eso se tiene que aprender. Es como cuando se habla. Usted tiene que hablar cuando el resto está en silencio”, explicaba. En ese arte hecho de sonidos, pero también de silencios, supo brillar Raúl Garello.

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