Dom 09.10.2016
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MUSICA › LA PRIMERA NOCHE DEL FESTIVAL DESERT TRIP EN CALIFORNIA

Bob Dylan, The Rolling Stones y el arte de vencer al tiempo

La apertura del encuentro en el Valle de Coachella confirmó que no se trata solo de apilar grandes nombres: sobre todo está la música que esos artistas pueden sostener. Dylan fue efectivo en su histórica parquedad; los Stones aprovecharon un momento de alta autoestima.

› Por Eduardo Fabregat

Desde Indio, California

Todavía resuena en el aire, mezclado con la pólvora de los fuegos de despedida, el extended mix en que se convirtió ese superclásico del rock llamado “Satisfaction”. El gigantesco campo del Empire Polo Club se convierte en un lento y feliz éxodo de espectadores de toda nacionalidad (los organizadores anuncian con orgullo que “vino gente de todos los continentes excepto Antártida”) en cuyos rostros felices se lee una doble, sí, satisfacción: la de saberse partícipes de un evento histórico, y la de haber comprobado que no se trata solo de nombres pesados. En este caso, el ego de los protagonistas extiende cheques que el cuerpo sí puede cubrir: The Rolling Stones y Bob Dylan acaban de ponerle sustancia a lo que hasta unas horas antes era puro anuncio enfervorizado. “Bienvenidos al hogar de retiro Palm Springs para músicos gentiles”, chanceó Mick Jagger cuando el show recién arrancaba. Pero los viejos aún pueden rockear.

Al calor del desierto de Sonora, las 75 mil personas que abarrotaron el predio de Coachella ocuparon las instalaciones durante la tarde con la lógica expectativa de quien asiste a semejante encuentro. Quizá por eso la salida de Dylan, apenas cinco minutos después de lo anunciado, fue envuelta por una atención reverencial. Aun con la festiva (y algo deformada) apertura de “Rainy women #12 & 35”, Bob abrió el encuentro de tres días haciendo honor a su estatura de prócer, y mantuvo los modos que se le conocen: si a su alrededor había tres pantallas gigantes, él y sus músicos tocaron en un cuadrilátero iluminado por focos blancos. Si los fotógrafos no contenían la mufa por la prohibición de tomar imágenes, el público apenas si pudo entrever a Bob sentado al piano en el comienzo o armado de guitarra y armónica después: las pantallas se limitaron a pasar casi exclusivamente imágenes vintage en blanco y negro.

El balance, claro, vino con la música: tratándose de Dylan, puede entenderse como una concesión tribunera que haya dejado a un lado sus recientes incursiones por material ajeno o las oscuras versiones de sí mismo para ofrecerle al público un setlist en el que hubo rescates ideales para festival como “Highway 61 revisited”, “Tangled up in blue”, “Don’t think twice It’s all right”, “It’s all over now baby blue” y “Ballad of a thin man”. Semejantes títulos se respaldan en la sapiencia del quinteto que acompaña al hombre (Donnie Herron, Charlie Sexton y Stu Kimball en guitarras, banjo, lap steel y mandolina; Tony Garnier en bajo y George Receli en batería), que puede transitar la canción algo melanco, el blues reventado y el más podrido rhythm’n’blues de bar de mala muerte con la misma solvencia. No pareció casual que Dylan eligiera terminar con una pieza tan añeja como “Masters of war” (de The Freewheelin’ Bob Dylan, 1963), una manera de cerrar su set en honor al viejo espíritu de comunidad hippie de los festivales a la vieja escuela. Sí, los precios del Desert Trip son bien de este siglo, pero cuando el viejo Bob canta que “Vos preparás los gatillos para que otros disparen / Después te sentás a mirar / Y cuando la cuenta de muertes llega bien alto / Te escondés en tu mansión”, no cuesta nada recrear el espíritu combativo de la era.

La pausa de hora y veinte entre los dos artistas sirvió para que la gente se desperdigara por las múltiples ofertas de gastronomía, visitara la Desert Trip Photography Experience, jugara en la carpa de fichines vintage y hasta intentara el metegol humano ya en penumbras. Pero a medida que se acercaba la hora del show podía percibirse una expectativa eléctrica. El público estadounidense tiene una larga relación de afecto con los Stones; la banda viene con la autoestima bien alta, con una gira que despertó elogios por todos lados y el hito que significó su show en Cuba. Las dos facetas hicieron eclosión cuando, diez minutos antes de lo anunciado, en todo el valle resonó el indestructible guitarrazo inicial de “Start me up”, y la noche inaugural del Desert Trip adquirió otra épica.

Para un argentino, tener tan fresco el recuerdo de los shows en La Plata hace que pueda no solo disfrutar nuevamente el concierto sino además ver cómo funciona eso ante otras audiencias. Aún así, en esta puesta en la que los Stones demuestran conservar aún el gusto por tocar, por generar algo más allá de lo mecánico sobre el escenario, hay cosas que hermanan a todos los públicos, momentos musicales cuyo efecto se verifica en California, en La Plata o en la China. El aquelarre eléctrico de la extensa rendición de “Midnight rambler” deja mandíbulas al piso en cualquier lugar, y aquí también. Cuando Mick le abre escenario a Sasha Allen, ese “Gimme shelter” que es una gran canción pero también un retrato de época pone en llamas a todo el predio, imantado por la intensidad que alcanza la ex finalista de The Voice. La fiesta de “Honky Tonk Women” no reconoce fronteras idiomáticas o culturales. “Brown sugar” propicia una respuesta que recuerda al menos en parte las explosiones de febrero en la ciudad de las diagonales. Son los Stones, tienen material suficiente y más que eso para darle peso específico a su participación en el festival de las leyendas.

En ese sentido, hicieron algo que probablemente otros artistas del Desert Trip intenten, el gesto inesperado, la “cosa diferente” de su historial que quede adosada a los relatos futuros de este encuentro. No puede entenderse de otra manera la decisión de tocar nada menos que “Come together”, un giro en los acontecimientos que hizo que más de uno cogoteara hacia los costados del escenario a ver si sucedía un encuentro de los que dispara titulares de todo el mundo. McCartney finalmente no apareció, pero el golpe de efecto de los Stones contribuyó a seguir construyendo una mística Desert Trip: la pregunta que circulaba ayer en la sala de prensa era si acaso el Beatle estaba planeando una devolución de favores, o ese esperado cruce “fuera de programa”.

No fue la única innovación implementada por Jagger, Richards & Co. En un show en el que abundaron los gestos bluseros, las miradas a las raíces que alimentaron a los Stones en primer lugar, hubo un momento que también sirvió de anticipo. El próximo 2 de diciembre, la banda editará un nuevo disco de estudio, que no es lo mismo que decir nuevo material. En Blue & Lonesome el grupo investiga esas raíces a caballo de autores como Chester Burnett (“Commit a crime”), Willie Dixon (“Just like I treat you” y “I can’t quit you baby”, junto a Eric Clapton) y Little Walter (el más versionado, con cuatro canciones). Lo que sonó en la noche del desierto fue “Ride ‘em on down”, una canción de Eddie Taylor fechada en 1955, perfecto puente para entender de qué están hechos The Rolling Stones.

Grandes conocedores del arte de diseñar un concierto efectivo en el principio pero sobre todo demoledor en el final, los Stones justificaron el despliegue final de fuegos artificiales con una seguidilla de ésas que no admiten rival. La lisergia de “Midnight rambler” dio paso al inicio de fiesta soulera con “Miss you”, el momento-Sasha de “Gimme shelter” y el combo asesino de “Sympathy for the devil”, “Brown sugar” y “Jumpin’ Jack Flash”; un cierre a todo palo, la cabalgata ideal para repostar en camarines y volver con los coros angelicales de “You can’t always get what you want” y el clásico de clásicos, el himno sixtie que atravesó todo lo que vino después, el moño perfecto para la primera noche del festival de los Big 6.

No hubo más que satisfacción en las miradas de esa legión que desfilaba por las salidas poco antes de la medianoche. En la mañana del sábado, las filas del supermercado o los encuentros casuales por las calles de Indio, Palm Springs o Indian Wells generaban canales de diálogo inmediatos: los asistentes llevan durante todo el fin de semana la pulsera que habilita el ingreso, con lo que basta reconocer el adminículo en la muñeca del que está cerca para iniciar un intercambio sobre lo vivido en la primera noche, la inyección de adrenalina que puede suponer la presentación de Neil Young y la fiesta que seguramente desatará McCartney, con esa banda que la rompe y ese repertorio sin la más mínima fisura. El Desert Trip tuvo un inicio impactante. Y promete grandes momentos.

Hogar de Retiro para Músicos Gentiles del Dr. Jagger. No suena tan mal.

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