MUSICA › MANAL PUBLICARá UN CD, UN DVD Y UN LIBRO DE SU REUNIóN DE 2014
El paso de Claudio Gabis por Buenos Aires permitió que se juntara con Javier Martínez y Alejandro Medina para anunciar planes de lanzamientos, aunque eso abrió las especulaciones sobre un regreso a mayor escala. “Si el mundo tiene futuro, nosotros también”, bromean.
› Por Juan Ignacio Provéndola
A Manal le bastaron tres años, en la bisagra entre los 60 y los 70, para condensar todo un espíritu de época e influir a las cinco décadas posteriores del rock en argentino. Claudio Gabis venía de los happenings en el Instituto Di Tella, Alejandro Medina de canalizar la primera bajada beatlera con The Seasons y Javier Martínez de participar en Los Beatniks, el primer grupo que grabó en el país un disco según cánones que Manal profundizó: rock en español con canciones propias y referencias autóctonas. La gran evidencia son Manal y El león, los dos long plays que el trío produjo entre 1968 y 1971. En ese período, el trío explotó el blues negro –es decir, las raíces originarias de ese rock que se transculturaba desde el mercado anglosajón– pero con un fuerte sentido de origen: “vía muerta, calle con asfalto siempre destrozado”, cantaba Martínez con una voz que hace confluir al Mississippi con el Riachuelo.
Tras aquella fulgurante existencia y la prematura desaparición de Manal, sus integrantes apenas se juntaron dos veces más. En la primera, en 1980, hicieron seis Obras, tocaron por el interior y grabaron un disco de estudio. La segunda fue más cercana en el tiempo pero mucho menos estruendosa. Ocurrió la noche del 1º de octubre de 2014, cuando el empresario y productor Jorge “Corcho” Rodríguez inauguró el local Red House en Florida, Vicente López. A ese lugar volvieron la semana pasada Martínez, Gabis y Medina para anunciar públicamente algunos planes.
Aunque la fachada no dice nada (ni siquiera hay cartel, lo cual lo disimula entre las otras casas del barrio), el lugar tiene varios pisos, entre ellos uno donde funciona la oficina de Rodríguez, precedida por una antesala adornada con motos de distintos tipos y tiempos. El sótano, por su parte, está decorado con muchos objetos de Pappo, guitarras firmadas por BB King y hasta una campera de Keith Moon, el fallecido baterista de The Who. En ese sitio funciona Red House, un club privado de rock que en su puerta de acceso tiene un letrero que advierte la prohibición de filmar o sacar fotos. Red House es conocido en el ambiente porque los miércoles suele suscitar zapadas entre rockeros ilustres, algunas de las cuales pueden verse en el canal de YouTube del club.
De aquella noche mágica, única e irrepetible de 2014 se editarán varias cosas; desde un CD y DVD que incluirá imágenes extra de sesiones y encuentros entre los tres músicos hasta un librazo de fotos. Aunque nada de eso salió a la venta aún, la reciente presencia de Claudio Gabis en la Argentina aceleró este nuevo reencuentro que, además de la exposición oral en Red House, incluyó también una breve aparición en un festival del Teatro Vorterix para hacer “Avellaneda Blues” y “Jugo de Tomate Frío”. “Acá va a pasar algo histórico. Presten atención, porque sin ellos nada de todo lo que vino después hubiese ocurrido”, dijo Chizzo de La Renga, totalmente emocionado, mientras los presentaba. Antes habían tocado Willy Quiroga, Michel Peyronel, Andrés Giménez, Baltasar Comotto y Sarcófago. A su modo, la breve pero demoledora performance de Manal implicó también un homenaje trasgeneracional que la historia del rock argentino le hizo al trío que cimentó varios de sus pilares fundantes.
Gabis, que está radicado en España desde hace varias décadas, había recibido una invitación para tocar en Bolivia. Entonces fue cuestión de arrimarse un tantito más para volver a tener a los tres Manal en una misma ciudad. La reaparición pública del grupo (a través de una breve tocada, una larga conferencia y esta entrevista) dejó sembrada la inevitable pregunta: ¿cabe la posibilidad de que vuelvan a tocar? Aunque ninguno cerró la puerta por completo, los tres ofrecieron diferentes respuestas. Gabis pidió tomarse las cosas con calma y dejar que los hechos se precipiten por sí solos, algo que suena coherente de su parte, ya que vive a un océano de distancia y es allí donde hoy tiene cifrados sus compromisos profesionales. Medina, el más activo en el circuito local, es acaso el más ansioso por propiciar nuevos encuentros. Y Martínez, que desde hace años echa mano al nombre de Manal para apoyar sus proyectos personales, se balancea sobre un punto medio entre el regocijo del momento pero la incertidumbre sobre el devenir.
Siempre se creyó, al menos desde el imaginario popular, que el principal impedimento para cualquier tipo de reencuentro de Manal era alguna clase de diferendo entre Martínez y Gabis. De hecho, cuando era consultado sobre la posibilidad de alguna reunión, Medina solía decir que se hablaría del tema “cuando Javier y Claudio se arreglen”. Lo comentaba un poco en chiste y otro poco en serio. Y a las pruebas se remite: “Estábamos en la casa de Corcho, en San Isidro –cuenta el bajista–. Yo no puedo tomar alcohol, pero corría whisky y veía como cada vez se hablaban más fuerte, jaja. Hasta que en un momento empezaron a los gritos. Se dijeron todo lo que necesitaban decirse. ¡Y qué bueno que pudieron hacerlo! Ahora se quieren”, afirma.
Los Gatos lo hicieron, también Vox Dei y Almendra. “Sólo a nosotros nos faltaba una reunión en color”, bromea Medina a propósito de una certeza: Manal era el único de los grupos pioneros que aún no se había dado la posibilidad de volver en esta era para, acaso, darle a la historia un cierre a conciencia, con el aplomo de la maduración biológica. Lo que equivale a decir: imprimirle un mejor final que el que, medio siglo atrás, le pusieron rencillas individuales, musicales, adolescentes.
Para que los Manal coincidieran nuevamente en un plan común no sólo fueron necesarias varias conversaciones mano a mano. Hubo, en simultáneo, un actor fundamental: “Corcho” Rodríguez. “Logró algo que cada uno de nosotros creía imposible, y lo hizo con mucho cariño y un respeto que quizá no tuvimos desde la época de Mandioca, cuando comenzamos”, sostiene Gabis. Y ejemplifica: “Nunca volvimos a tener a alguien que nos respete de una manera sincera, y que nos ayude a llevar adelante la relación entre nosotros y la producción de nuestra música”. A su lado, Martínez amplía: “No recibimos una valija de plata… pero sí una suma digna”.
Con todas esas cuestiones charladas y definidas, a Gabis, Medina y Martínez no les quedó más remedio que juntarse entonces con los instrumentos a tocar. Para ser Manal. O para volver a serlo. ¿Cómo sería ese asunto, en verdad? “Cuando nos pusimos a tocar, empezó a sonar Manal y todo pasó a estar fuera de nuestro control”, orienta Gabis, asombrado. Y, como hace mucho no pasaba, Martínez coincide con el guitarrista: “Esos son los instantes en los que se produce una magia que está por encima de nosotros, que supera nuestra propia comprensión y las limitaciones que uno tiene para relacionarse”. Los tres recuerdan que la primera canción que desandaron en aquel ensayo del reencuentro no fue una de Manal, sino “Billie’s Bounce”, de Charlie Parker. Sobre ese cadencioso y amable standard del jazz experimental modelo 1945 empezó a proyectarse la versión 2.0 de Manal.
La química generada en aquellos ensayos fue determinante para que el trío se animara a mostrar su cara en público por primera vez desde la efímera reunión de 1980 y a casi cincuenta años de su formación original. Según contaban los selectos asistentes de aquel show en Red House de octubre, Manal ratificó sobre tablas todas y cada una de sus credenciales. Ahora, por suerte, el resto de los mortales también tendrá acceso a ese acontecimiento casi mitológico a través del material presto a lanzarse.
Las imágenes, vale anticiparlo, son demoledoras. Lo suficientes como para preguntarse por qué toda esa energía creativa y expresiva implotó tan rápido, en 1971, y sin jamás poder reponerse. “A nosotros nos quedó grande el éxito”, se sincera Martínez a la hora de buscar explicaciones. Aunque, fiel a su estilo, sale de las cuerdas y arremete: “También a la Argentina y a Latinoamérica les quedó grande el rock en español, mientras que España no lo pudo reconocer y los mexicanos no se enteraron porque nosotros no supimos exportarlo”. Y cita como ejemplo a los Rolling Stones, que se formaron cinco años antes que Manal pero perduraron en activo hasta la actualidad con apenas unas breves interrupciones: “La diferencia es que ellos nacieron en un país que tiene dos mil años de historia y, además, son dos mil veces menos pelotudos que nosotros”.
“Con el tiempo tomamos conciencia de la expectativa o el interés que podía generar una reunión entre nosotros… Lástima que no nos dimos cuenta antes”, ironiza el cantante y baterista, que por su cuenta tiene prevista una serie de shows por el interior junto a Willy Quiroga, de Vox Dei. “La realidad es que nosotros nunca fuimos tributarios de la opinión ajena, nos importa un pito. No trabajamos para gustarle a la opinión de la gente, menos todavía a la de la crítica y mucho menos aún a los colegas… ¡que es altamente sospechosa!”, dispara Martínez antes de rematar con una altisonante carcajada.
Lo cierto es que este reencuentro de Manal a cuentagotas azuzó las ansiedades. Primero fue en octubre de 2014, luego la semana pasada en Vorterix, y por último en la conferencia donde anunciaron la edición de CD, DVD y libro de aquel show en Red House. Lo visto es bueno, pero poco. Por eso flotan en el aire ganas de algo más, sostenidas e impulsadas sobre todo en la legítima presunción de que estos tres tipos pueden seguir convidándole a otras personas esa química que pocos vieron en su tiempo.
“Si el mundo tiene futuro, nosotros también”, bromea Martínez, aunque las circunstancias lo obligan a tomárselo en serio: “No queremos hacer futurología, pero en nuestra voluntad no hay problemas. En todas las edades del humano se manifiestan las otras, y en nuestro caso somos viejos con cierto espíritu de niño. Que es el que te permite crear, pero también el que te lleva a romper juguetes. Con éste ya lo hicimos tres veces, entonces hay que ver que pasa ahora. Es que, esencialmente, el hombre nació para perder las grandes oportunidades: fuimos expulsados del paraíso por pelotudos, así que es inherente a la condición humana”.
–La pregunta en todo caso es cómo se sienten y se ven a sí mismos ustedes juntos después de tantos años no sólo de alejamiento, sino también de vida…
Javier Martínez: –Nosotros nos vimos en ese entonces realmente muy bien. Y ahora también, al menos desde las imágenes del DVD, que mucho no nos mostraron, pero lo poco que observamos está muy bueno y nos dejó conformes. Más allá de la producción audiovisual, que es de excelencia, siento también que tenemos un sonido actual, del siglo XXI. Porque si bien tocamos canciones de hace cincuenta años y con sus arreglos originales, nosotros no somos los de ese entonces, sino los de ahora. Lo cuál es saludable, ya que humildemente creo que los tres tocamos mucho mejor que como lo hacíamos medio siglo atrás.
–El rock argentino se convirtió en objeto de estudio académico, sobre todo de las ciencias sociales, y uno de los párrafos más repetidos en cualquier trabajo de investigación es una paráfrasis suya a Goethe acerca de que “el arte nunca debe descender a la arena política”. ¿Lo sigue sosteniendo en esos términos?
J. M: –Sí, pero no quiero que sea malinterpretado o mal utilizado. De ninguna manera hablo de ser prescindente de la participación política. Participar como ciudadano está bien y hasta incluso diría que es lo que debería ser normal, ya que la democracia nos lo pide y también nos lo permite. Lo que no me parece ético es poner tu talento artístico al servicio de un partido, por la sencilla razón de que el arte y la política se manejan en dos dimensiones diferentes. Ni mejores ni peores, ni superiores ni inferiores, simplemente distintas. ¿Leíste la novela Mefisto? Es la historia de un actor que, durante el nazismo, es seducido por el poder político para que trabaje con ellos. El tipo transa y… no quiero contar el final, pero termina muy mal. Ese ejemplo valida la sentencia de Goethe a la cual aún suscribo.
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