MUSICA › MARCELO DELGADO Y ABEL GILBERT PRESENTAN UNA OBRA SOBRE EL ULTIMO MINUTO DE SARMIENTO
En La Patria en la oreja conviven lenguajes. Texto y música juegan al contrabando entre la civilización y la barbarie. Serán tres funciones en el Centro Cultural Kirchner.
› Por Diego Fischerman
En el origen, cuenta el compositor Marcelo Delgado, hubo un pedido de textos, “Cualquiera”, dice. “Frases, apuntes, cosas que sirvieran para un relato fragmentario”. Pero no fue así. El músico, investigador y escritor Abel Gilbert imaginó un único minuto desplegado. “Como el del ‘Milagro secreto’ de Borges”, refiere Delgado. Allí, el condenado pedía a Dios terminar su obra y el tiempo exterior se detenía mientras escribía y reescribía mentalmente su texto. Aquí, en un único instante de la madrugada del 11 de septiembre de 1888, Domingo Faustino, ya sordo, se cuenta su historia e intuye la Historia con que luego será contada.
Empezó siendo un oratorio, afirma el compositor, y acabó conformándose un “Reportaje escénico” donde él, como actor, es, además, uno de los Sarmientos en escena. La obra, La Patria en la oreja, se estrena el próximo sábado 15 a las 18 en la Sala Argentina del Centro Cultural Kirchner, luego del ensayo general abierto al público que tendrá lugar este viernes 14 en el mismo horario. Con nuevas funciones el domingo 16 y el sábado 22 –siempre a las 18– la obra cuenta con dirección musical de Sergei Grosny, puesta en espacio de Pablo Maritano, iluminación de Betina Robles y vestuario de Gonzalo Giacchino. Además de la Compañía Oblicua, el grupo de cámara que Delgado fundó y dirige, y del propio autor, participan como intérpretes Francisco Civit, Pol González, Emilse Díaz y las cantantes Johanna Pizani, Nati Iñón y Cecilia Pastorino. “El texto está poblado de referencias y hay allí un permanente duelo entre lenguajes”, cuenta Delgado. “Está la lengua ‘alta’ y también otra más coloquial y hasta chabacana. Y se cuelan expresiones en francés e inglés y, también, textos en guaraní. La música juega también ese juego. Por mi experiencia tanto en el campo de las músicas populares como en la música llamada contemporánea vengo haciendo, desde siempre, contrabandos hormiga entre ambos campos. Llevando cosas de un lado a otro. No es que haya citas textuales, a la manera de Golijov, por ejemplo. Más bien, los lenguajes se filtran unos a otros. Todo lo que es llevado de un terreno estético a otro, en ese contrabando se transforma. Nunca queda igual.”
El minuto de la narración sucede en poco más de una hora en la escena. Delgado piensa a la música, también, como una explosión, o una expansión, de algunos elementos que están presentes desde el principio. Y si en este caso se trata de los sonidos de un sordo, la cuestión de las voces, de lo callado como una de las formas de lo dicho, y de la multiplicidad de lenguajes, está presente en su obra ya desde las recordadas óperas Sin voces, estrenada en el Centro de Experimentación del Teatro Colón en 1999, y Anna O, presentada en esa misma sala en 2004. “Traer las voces. Rehacer los murmullos para que todo sea contado. Hacer, en el lugar del hueco, una historia que no será nunca la misma historia”, decía el texto de Elena Vinelli en la primera de esas obras. “Es un decir, porque el tiempo tiene otra forma, es más grande, más pesado, más vacío que la memoria”. Un tiempo narrado y un tiempo en el que se narra, en todo caso, es ni más ni menos que una de las materias de la propia ópera como género. Y, si en la versión de El matadero, de Echeverría, que, en 2009, Delgado edificó con Emilio García Wehbi en el Centro Cultural Ricardo Rojas, lo bárbaro y lo civilizado eran cuestiones sonoras, también en este caso ese eje es también protagonista. En las notas sobre la obra, Gilbert apunta: “La vida de un hombre se apaga y en la agonía se reencuentra con un cuerpo vital, sus deseos apagados, el hijo perdido en una guerra que azuzó, y las querellas políticas que atravesaron su biografía. El progreso tiene un precio y quiso pagarlo. Con la pluma y la espada. Tuvo victorias y derrotas. Ya no le hacen caso, aunque lo adulen. Presume el culto por venir a su figura pero no lo puede escuchar. Esta sordo, y en esa imposibilidad se cifra algo más que una percepción individual: es la oreja misma de la patria la que tiene el sentido obturado”.
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